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¡Que buena es la nochebuena! Oscar Mario González LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Cada día,
y por razones obvias, son menos los cubanos que recuerdan la bondad
y el goce de aquellas noches del 24 de diciembre. No existía
fecha del año más apetecida que aquella cuya amorosa presencia
convocaba a toda la familia cubana; al religioso y al no creyente, al
comunista y al liberal, al pobre y al rico, al negro y al blanco. Todos
celebraban la nochebuena. En la campiña cubana era el día en que sólo hallaban cabida la amistad y el cariño familiar. Amistad limpia entre vecinos y compadres sin el empañamiento ocasionado por el Comité de Defensa y su promoción de la chivatearía. Familia intacta en el número donde la tristeza por el familiar en el extranjero estaba ausente del corazón y ni siquiera ese oculto sentido del presentimiento daba indicios de un probable desgajamiento del árbol familiar. Para tal ocasión se abrían las talanqueras y las puertas del hogar guajiro, a modo de facilitar el saludo navideño y reciprocarlo con un trago de aguardiente o de ponche, especialmente preparado para congratular al visitante. El gentío colmaba los caminos, los trillos y las guardarrayas en una procesión de sombreros, guayaberas y pantalones de dril. Al cantío del gallo le sucedía el grito angustioso del lechón. Sobre un manto de ardientes tizones y ramas de guayabo tierno giraba la puya, provocando un incesante goteo de grasa cuyo chirriar se unía al crujir del carbón y elevaba cortinas de humo con aroma de adobo de naranja agria, ajo y comino. La guitarra y el laúd se unían al trino del sinsonte y del jilguero sobre un fondo arrullador del batir de palmas y el ondear de los cañaverales, mientras el arroyuelo susurraba entre flamboyanes, yagrumas y jagüeyes. Pero el momento más sublime venía con el viento fresquito de la noche y con la luz de la luna, en torno a una mesa y a una cena encabezada por el abuelo seguido de hijos, nietos, nueras y yernos. La pollada de dormir tempranero dejaba al gato y al perro dueños de los sobrantes y los muchachos se disputaban el rabo del puerco. La lechuga y el tomate de ensalada acompañaban al congrí, mientras algunos preferían enrollar el cacho de masa en el casabe. La yuca empapada en mojo, el fufú de plátano verde y pintón o los tostones según las preferencias de los presentes. Sobre el hule floreado que cubría la mesa una botella de ron y champola de tamarindo, guanábana o mamoncillo para los menores y las mujeres. Era la noche de la nochebuena donde aflojaba la
rectitud del padre y el abuelo y el muchacho veinteañero se atrevía
a fumar un cigarrillo o a tomar un trago de licor en presencia de ambos
porque, definitivamente, la nochebuena era única en el almanaque
y el dicho decía que “una vez al año no hace daño”.
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