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La vida no es silbar

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión


LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Lázaro nació en La Habana. Hoy es un joven espigado y tan saludable como una roca. Siempre ha vivido en casa de su abuela materna. Un apartamento de dos cuartos y dos barbacoas en un primer piso. Allí, junto a su abuela, su madre soltera, sus dos tías y una hilera de primos transcurrió su infancia, y actualmente en plena adolescencia, cuenta con su familia para salir de la estación de policía cada vez que algún agente lo detiene en la calle y lo encierra; no por cometer ninguna fechoría. Su único delito es que vive en casa de su abuela, donde siempre vivió.

La cuestión es que un día su madre, Cecilia, lo inscribió en el registro de direcciones de la abuela paterna, Margarita, con el peregrino fin de salvar la pequeña vivienda de la abuela para él, pues al parecer de todos, la anciana partiría rauda en pos del más allá, pero obstinada como es, defraudó todo pronóstico médico y sobrevivió a dos infartos.

Lázaro, joven y negro, es un claro objetivo de la policía porque continúa durmiendo en casa de su abuela materna junto con sus tías y su hilera de primos. Mas, la casa solamente tiene sesenta metros cuadrados, y la cifra de habitantes sobrepasa los diez metros asignados por el reglamento de la vivienda. Lázaro es como el octavo, entonces no lo pueden reinscribir en el registro de la vivienda.

Los cubanos deben estar debidamente asentados en el registro de la vivienda. Y por ley cada habitante de una morada debe contar con diez metros cuadrados de espacio, si no se le considera como hacinado y no puede vivir allí.

Sin embargo, uno de los problemas principales de la población cubana es el de la vivienda. Cada año quedan menos viviendas en pie a causa de los derrumbes por el mal estado de los inmuebles. Aunque el estado cubano construye viviendas, estas jamás han cubierto las necesidades de una población que dobló su número en casi medio siglo.

Por consiguiente, no quedó más remedio que inventar, y así surgió la socorrida barbacoa que no es más que dividir la altura de una habitación con un piso de madera o concreto para ganar otro espacio, añadiéndole las mínimas condiciones para alojar a los recién llegados a familias que alcanzan hasta tres generaciones bajo el mismo techo.

María lleva más de treinta años en un edificio casi en ruinas. Desde el año 69 lo clasificaron inhabitable y cada vez que anuncian un ciclón reza al Sagrado Corazón que los proteja del derrumbe interior del inmueble de más de cien años donde habita y practica su profesión de podiatra. Espera que la muden algún día, antes de una debacle trágica.

Peor resultan los casos de quienes se ven obligados a vivir en albergues llamados provisionales, cuando para muchos son definitivos, ya que han perdido sus viviendas por derrumbe. Alicia llegó a un albergue –una hilera de cuartuchos con baños colectivos- a los siete años y celebró los quince en el espacio trasero del inmueble junto con otros muchachos que crecieron con ella allí mismo.

Salió de allí cuando se casó con Fernando que la llevó a vivir a su cuarto en Centro Habana donde, con la buena suerte de la estática milagrosa del edificio, no regresará al albergue, si la habitación de Fernando sigue en pie.

La Ley de la Vivienda en Cuba más que beneficiar a la población establece tantas prohibiciones y complica de tal manera los procedimientos que jamás se ha cumplido a cabalidad. Quienes han tenido la suerte de tener su propia vivienda, es porque la obtuvieron por el deceso de sus progenitores, antiguos propietarios, porque el gobierno se las concedió por su adhesión sin límites a la causa revolucionaria, mediante el cargo que ocupa o porque la ganó en su centro de trabajo, o la construyeron gracias al hurto de materiales salidos de construcciones estatales, o consiguieron dinero suficiente para pagarla a algún venal funcionario de la Vivienda.

En Cuba se prohíbe la venta de viviendas entre particulares. Además, por muchos motivos, el gobierno puede confiscarle su inmueble con sus muebles. Según los reglamentos, un ciudadano puede pedir un préstamo al banco para reparar o construir una vivienda, pero todo queda en tecnicismo porque la cantidad de trámites burocráticos a satisfacer son tantos que no alcanza una vida para acabarlos, ni los materiales de construcción se encuentran al alcance de la mano.

Por eso, cuando ayer la emisión de la Mesa Redonda se dedicó al tema de la vivienda, la abuela de Lázaro optó por apagar su televisor. La audiencia debió ser una de las más bajas porque ya nadie cree en esos cuentos.