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¡Patica pa’ que te quiero! Oscar Mario González LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Estos últimos meses, entre otros sucesos importantes ocurridos en la Isla, se han intensificado las salidas ilegales por vía marítima y las deserciones de trabajadores del arte y del deporte. No se trata de que los trabajadores del deporte y los artistas constituyan un sector poblacional con especial aversión al “paraíso comunista” ni mucho menos, son sencillamente de las pocas personas que gozan del privilegio de poder viajar fuera de Cuba. Si tal posibilidad se abriera para el resto de los insulares el censo poblacional descendiera a los niveles precolombinos, cuando un puñado de tainos, siboneyes y otros, mostraban su piel cobriza y aceitunada cubierta únicamente por un diminuto taparrabo. Los muchachos se encontraban en la ciudad mexicana de Mérida. Cuatro de ellos iban a la delantera y para la fecha antes citada ya estaban en la, con toda justeza llamada, “segunda ciudad de los cubanos”. La estampida empezó con dos campeones del boxeo criollo que pretendieron refugiarse en Brasil asunto este que nunca ha quedado del todo claro; que en su momento hizo mucho bulla para luego ir perdiendo intensidad, de todo lo cual puede inferirse, sin ser mal pensado, que el asunto quedó en manos de la policía política brasileña y su homóloga isleña. Tal vez la parte criolla, con medio siglo dando palos y recibiéndolos, haya llegado a un entendimiento con los deportistas. ¡Quién sabe! Lo cierto es que el asunto está más tranquilo que estate quieto. Siguieron el “corre- corre” tres bailarines del Ballet Nacional de Cuba (BNC) quienes andaban de gira artística por el frío Canadá y bajaron a Miami para “calentarse” y de paso liberarse de la doble dictadura o dictadura al cuadrado, representada por las de Fidel y de Alicia Alonso. Dicen algunos que desertaron antes, que la de esta última es peor que la de Fidel lo cual, sinceramente, parece imposible. Pero bueno, dice el dicho que nadie mejor que el mulo de carga para saber el genio del arriero. Pero de todas las “correderas” la que más impacto causó y aún causa fue la deserción de Carlos Otero, un talentoso animador de programas de televisión que durante treinta años estuvo en el sitial más alto de la popularidad. Para tener el privilegio de ser enfocado por una cámara de televisión en la Cuba totalitaria es necesario gozar, al menos, de alguna credencial revolucionaria mínima. Así pues, es fácil imaginar la confianza que le inspiraba el señor Otero al régimen luego de tres décadas, entrando, saliendo y haciendo reír. Bueno, en la confianza está el peligro.
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