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Las palabras de nadie

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - El criterio de algunos escritores cubanos de que han levantado el techo de la tolerancia sin el permiso de las instituciones de la Isla, tiene más de autocompasión que de realidad.

La paradójica expresión del novelista Arturo Arango de que “en Cuba se puede escribir sobre cualquier tema, pero cualquier tema no puede ser publicado”, demuestra a las claras que las autoridades no cejan en su papel de censor.

Para ello, bastaría con conocer que mientras su novela Muerte de nadie (“que narrativamente tiene lugar cuando un ciclón arroja a las costas de Calicito al capitán del María, Telegón González, el día de la muerte del Delegado, es decir, del viejo caudillo”), fue publicada en España y República Dominicana, en Cuba se le recomendó que lo más prudente era esperar.

“Yo, que soy editor, sé que es imposible publicarla, porque una ficcionalización que especula con cuestiones tan sensibles de la política cubana de hoy mismo está entre esos temas que quedan más allá de los límites”, se justificó, sumiso, quien asegura haberla escrito desde la izquierda, con “honestidad” y hasta “angustia” por el destino de Cuba.

Si la escribió desde la izquierda, ¿a qué se debe la prohibición de editarla en la Isla? Si con “honestidad”, ¿por qué la “angustia” y las fintas ficcionales para evitar el encontronazo con el censor?

De nada sirve que nos “permitan” el libre pensamiento si nos proscriben su expresión.

Asimismo, el supuesto distanciamiento de la épica revolucionaria y del realismo socialista que marcó la obra de escritores anteriores a la generación de Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez y al propio Arango, entre otros, de nada sirve si sus creaciones no pueden ser leídas por su lector natural: el cubano.

A pesar de que Padura expresó que actualmente el techo de lo permitido es más alto que nunca, persiste la prohibición de editar esas obras que, como Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez, El libro de la realidad, de Arango, y Habana-Babilonia, de Amir Valle Ojeda, desmitifican ese largo período de supuesta bonanza y dejan al desnudo la corrosión y el miedo de que se prolongue.

Si bien resulta innegable que el techo de la censura tiene filtraciones, aún las autoridades de la Isla permiten las goteras a discreción y por interés, ya que cuando quieren las tapan, y no pocas veces sin el concurso de los propios creadores.

Asegurar, como dijo Padura, que “la lectura política es secundaria. Lo primero es lo social”, es mover la cadena sin tocar al mono.

Y no es que los lectores queramos panfletos o antipanfletos a favor o en contra del sistema, sino una obra y un comportamiento honesto que conduzca, mediante el arte de la creación, a que la narrativa cubana, como aseguraba Stendhal, sea un espejo paseado a lo largo del camino.

Decir que se puede escribir sobre cualquier tema, pero que cualquiera de esos temas puede ser silenciado en la Isla por la censura institucional, es un contrasentido.

Más allá de permitir tímidamente el derecho al pataleo de los escritores y artistas en su guerrita merenguera y oportunista de los email, que “sacudió un apoliticismo que se expandía entre ciertas zonas de la intelectualidad cubana”, al decir de Arango, la cuestión es que sólo se puede decir lo que las autoridades determinen.

No importa que Elíades Acosta, jefe del Departamento de Cultura del Partido Comunista en el Comité Central haya expresado que hay que “acabar con la práctica de silenciar los problemas”.

Mucho menos que algunos de los escritores de marras aseguren que se creó un espacio de libertad, pues los escritores comenzaron a sentirse menos dependiente de una estructura estatal.

La censura está ahí, como un estigma a los llamados a expresarse libremente.

La verdad está allá, en el exilio forzoso de quienes como Antonio José Ponte, o Amir Valle Ojeda, se pusieron a indagar en las virtudes de un sistema para hacer ruinas de una ciudad o un país, y arruinar a cientos de jóvenes que buscan en la prostitución una vía para salir del país o prosperar económicamente.

La realidad es que esas expresiones sobre el levantamiento del techo de la censura en Cuba, no son más que palabras de nadie.