El
cubano y la cerveza (I parte)
Oscar Mario González
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - A Emilio Bacardí,
exitoso empresario cervecero cubano, fundador del museo que lleva su
nombre en Santiago de Cuba, historiador y patriota cubano, se le atribuye
la frase de que el progreso de Cuba se podía medir por el consumo
de cerveza.
Efectivamente, el cubano de siempre ha sentido predilección por
esta bebida desde todos los tiempos a pesar de que la necesidad, a veces
lo inclina a consumir otros tipos de licores. Ello no quiere decir que
el criollo fuera adicto incontrolable a las bebidas alcohólicas.
El alcoholismo no era un mal social en la Cuba de entonces.
En l958 Cuba poseía 5 fábricas de cerveza que producían
cerca de 30 millones de litros anuales para una población aproximada
de 6 millones de habitantes. Si se tiene en cuenta el reducido consumo
que del producto hacían las mujeres y los menores de edad, se
puede inferir el alto consumo per cápita del producto entre los
bebedores.
Tres eran las marcas que se disputaban el mercado: Hatuey, Cristal y
Polar. La calidad del producto era tal que las similares extranjeras
no lograban penetrar el mercado interno. Nadie podía competir
en precio y calidad con nuestras cervezas a pesar de que algunas firmas
foráneas lo intentaban.
Los fabricantes de cerveza y la población se veían mutuamente
beneficiados por una colaboración espontánea. Los primeros
tenían sobrados motivos de gratitud al verse distinguidos con
la preferencia pública y la población se favorecía
por algunos servicios de utilidad social patrocinados por aquellos
Así las cosas, los Blanco Herrera, principales accionistas de
la Cristal, eran patrocinadores del deporte popular, inaugurando en
l929 el Gran Stadium Tropical de la Avenida 4I en Marianao donde un
año después, en l930, se celebrarían los II Juegos
Centroamericanos. Los Zorrilas y Giraudier, fundamentales accionistas
de la Polar acaudillaban la publicidad de las grandes ligas del béisbol
cubano y promovían el esparcimiento en los flamantes salones
de los jardines aledaños a la fábrica.
El beneficio era mutuo porque propiciando el bienestar público
los productos se anunciaban. Pero indudablemente el empresariado industrial
capitalista, en su mayoría, estaba imbuido de sentimientos de
amor a la nación. Prueba de ello fue el regocijo que mostró
la familia Bacardí tras el triunfo fidelista de l959, calificando
a los hermanos Castro de “cruzados de la libertad “. Los
Blanco Herrera, por su parte, hicieron generosas donaciones de tractores
y arados para la reforma agraria y convirtieron la entrada del stadium
en almacén de equipos agrícolas donados para el INRA (Instituto
Nacional de la Reforma Agraria).No sospechaban que aquella revolución
autodefinida más verde que las palmas era un melón de
cáscara verde y rojas entrañas.
En resumidas cuentas nuestros padres y abuelos solían divertirse
en el salón Sevillano de la Polar o en el Mamoncillo de la Tropical
al ritmo de Beny More y su banda gigante o con Roberto Faz y su conjunto.
Estos bailes en modo alguno eran frecuentados por las clases pudientes
sino por lo más humilde y genuino de nuestro pueblo.
Pero el mayor consumo de cerveza tenía lugar en bares y cantinas,
tratándose de los jóvenes. Los menos jóvenes, hombres
de hogar y familia, preferían hacerlo en la bodega de la esquina.
Aquí, en un ambiente familiar, conversaban con el dependiente;
entre cuentos y anécdotas, saboreando una cerveza espumosa que
entonces costaba veinte centavos o si lo prefería o requería,
un vaso de ” lague” que costaba diez centavos. En el primer
caso tenía derecho a un “saladito” de jamón
y queso y en el segundo era beneficiado con algunas aceitunas. El vaso
rebosante de cerveza bien fría goteaba sudoroso líquido.
En la vitrola un bolero de Ñico Membiela o de aquel flaco de
oro que se llamaba Orlando Vallejo. En el cielo, y entre nubes grises,
abundantes claros de luz solar que llamaban a la esperanza.
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