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Omara

Aleaga Pesant.

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) -  El hijo, de seis años, miró al padre y preguntó.

-Papá, ¿por qué te quedas como una estatua?

-Es que estoy emocionado.

Secó con su dedo índice la humedad de los ojos. Mientras, cientos de personas puestas de pie aclamaban a la diva, luego de interpretar Siboney, de Ernesto Lecuona.

Vestida de rosado pastel, con pañuelo, blusa larga y una saya a los tobillos, la intérprete hizo una profunda reverencia ante el público, que descubrió las sencillas sandalias que calzaba y la aclamó con delirio ante la prueba de elasticidad a pesar de sus 78 años.  

No importó que esa tarde de domingo fallara el audio en el teatro Auditorio, que a la cantante se le olvidara algo de la letra de una canción de Ibrahim Ferrer u otra minucia. Como ante una diosa, el público sucumbió, con el placer de aclamar a un símbolo de la cultura nacional; como seguramente lo hubiera hecho ante Celia Cruz, a quien el gobierno nunca permitió retornar a la patria.

La diva interpretó esa tarde las canciones Siboney, Veinte años, Habana –de Los Zafiros- y Amigas. Cantó esta última a capella y como  sentido homenaje para sus ya desaparecidas colegas Elena Burke y Moraima Secada, con quienes la cantara originalmente, por lo cual la interpretó a tres voces para placer y euforia del público.
Con esa balada, al recuperarse del éxtasis, el padre le sugirió al infante:

-¿Por qué no vas y le das un beso a la señora que canta?

-¿Crees que sea buena idea?

-Seguro.

Con la audacia y la velocidad de sus seis años, el niño corrió por los pasillos del teatro, subió al escenario, y sin reparar en que interrumpía a Pérez Mesa, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, que sostenía dos hermosos ramos de flores de la intérprete, el querubín estampó sus labios sobre el rostro senil  y, a la misma velocidad,  regresó a su lugar.

No se percató que su gesto fue capturado por las cámaras fotográficas y de vídeo; o mejor, por las retinas de cientos de personas que observaban el final del concierto.
Ya fuera del teatro, en el parque Villalón, el niño preguntó:

-Papá, ¿por qué fue buena idea besar a la señora que canta?

Más seguro, el padre contestó.

–Porque cuando seas adulto y tus amigos hablen de una gran cantante llamada Omara Portuondo, les podrás decir: a esa mujer yo la besé una tarde cuando era niño.