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A trabajar duro: ¿Para quién? Leonel Alberto Pérez Belette
Algunos interpretan el discurso como una maniobra política, ante las próximas elecciones del 20 de enero y las crecientes presiones a nivel mundial; incluido el fiasco de la victoria del No en Venezuela. Una minoría, lo ven como el principio de pequeños cambios dentro del andamiaje político de la nación; pero son cada vez más los que opinan que se trata del mismo perro con diferente collar. Raúl Castro habló sobre 1 millón 300 mil planteamientos recogidos por el régimen en 215 mil 687 debates con el pueblo, promovidos según él, por el Partido Comunista de Cuba (PCC), a partir de su intervención el 26 de julio pasado en la ciudad de Camagüey. Las autoridades calculan que aproximadamente 5 millones de ciudadanos participaron en estas asambleas. El mandatario interino reconoció que el objetivo fundamental del debate no consistía en enterarse de los problemas de la nación, que según él ya conocen, sino promover la participación conciente y activa de la mayoría de los cubanos. Raúl mencionó la necesidad de eliminar el triunfalismo y la complacencia empresarial, además de hacer un llamado a quienes ocupen cargos de dirección para que escuchen a sus subordinados. Habló sobre el perfeccionamiento del sistema empresarial, vinculado a los resultados; algo que nos remite al modelo chino. Posteriormente admitió que la crítica es esencial para avanzar. Por otro lado, llamó a que la tierra esté
en manos de quienes sean capaces de explotarla con eficiencia y que
éstos reciban la retribución que merecen. En el discurso hizo públicos datos substanciales, algunos de los cuales hasta ahora habían sido negados por las autoridades. Sugirió una pequeña apertura para cierto proceso crítico con el uso de los medios de la prensa oficialista nacional, que hasta el momento ha sido solamente una fábrica de propaganda política, y el estudio de los serios problemas existentes en los sectores de la educación, la salud, el transporte y la recreación, entre otros de los principales logros fidelistas. Se refirió también a la urgencia de elevar las inversiones, de defender la credibilidad del país ante los acreedores y del el uso irracional de recursos, la falta de control y exigencia, la vital introducción de tecnologías modernas. Habló sobre la profunda evaluación que requieren los controvertidos problemas creados por la coexistencia de dos monedas y las deformaciones de los sistemas de salarios y precios. Aunque el resto del discurso pronunciado por el dictador se sostuvo sobre la retórica justificativa de la coyuntura internacional, el alto precio del combustible y el resultado del aumento de los costos, el embargo americano y la paranoia gubernamental de incrementar cada vez más la capacidad del "sistema defensivo del país", muchos cubanos opinan que el simple reconocimiento de dificultades esenciales ya es al menos un paso de avance. Nos queda la interrogante de qué va a pasar después del 20 de enero, pues hasta el momento sólo existen promesas. ¿En verdad Raúl Castro cree que un pueblo, acostumbrado a vivir en un ambiente policiaco durante casi medio siglo, sea capaz de comenzar a decir lo que piensa de un día para otro ante representantes de estos mismos cuerpos represivos? ¿Cuán validos son los planteamientos enunciados por la población durante las asambleas? ¿De verdad piensan las autoridades que el principal problema del país no radica en la esencia inoperante del propio sistema? ¿Cuáles son los logros que afirma Raúl Castro que sólo el socialismo a la cubana puede defender, si en la práctica acaba de reconocer que tras 50 años de perfeccionamiento el país se encuentra sumido en una profunda crisis y un total deterioro? La incoherencia gubernamental habla por si sola. Lo más importante del discurso de Raúl
no fue lo que dijo sino lo que omitió. El mandatario jamás
se refirió al ostentoso nivel de vida de los máximos dirigentes
del país, entre ellos, él. Tampoco mencionó la
corrupción que se deriva del anterior problema. El general terminó
su soliloquio exhortando a trabajar duro. Los cubanos nos preguntamos:
¿Para quién?
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