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Estoy dispuesto a morir antes de hacerle daño a mi adversario José Hugo Fernández LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Algunos afirman que Guillermo Fariñas está loco. Otros consideran que su actitud de enfrentar al régimen mediante reiteradas huelgas de hambre (24 hasta hoy) lo muestran como un hombre con sicología suicida y con enfermiza vocación de martirologio. Justo con el ánimo de ahondar en su personalidad y en las causas de su conducta, así como en las circunstancias que la motivan, CubaNet ha ido en busca de este psicólogo y periodista independiente cubano, recientemente galardonado con el Premio Sajarov de los Derechos Humanos 2010: Guillermo Fariñas: El de loco es un término popular. Desde el punto de vista sicopatológico, existe la demencia. Y uno es demente o no. Uno de los primeros mecanismos que usó el régimen contra mí fue hacerme una evaluación médica como demente. Sus propios psiquiatras tuvieron que reconocer que no había demencia. No obstante, esta ha sido una constante a nivel de rumor, lanzado por el régimen para degradar mi prestigio como opositor. Porque ellos siempre han sabido que fui entrenado para enfrentar procesos volitivos muy fuertes, bajo el concepto militar, como miembro que fui de sus Tropas Especiales. Ellos saben que tomo una determinación y es hasta el final. Pero yo no soy un suicida. Si lo fuera, citaría a la prensa extranjera a la Plaza de la Revolución para brindarles el espectáculo de mi inmolación. Yo pongo en juego mi vida, pero le doy un margen al régimen para que decida. La huelga de hambre, según se ha demostrado en la historia, da resultados, porque es un método con el que ganas el respeto de correligionarios, la admiración de los conciudadanos neutrales y hasta la de tus enemigos, y además desarma a los adversarios políticos. Usé la huelga de hambre porque como me formé en un ejército de tropas especiales, conozco los métodos de la contrainteligencia, conozco las debilidades del gobierno, pero también sé de su fortaleza, y pienso que la huelga de hambre es efectiva. Por eso la usé y la seguiré usando mientras sea necesario. Por otro lado, me siento orgulloso de mi vocación de martirologio. Pienso que no es enfermiza, porque obedece a razones muy saludables y muy bien meditadas. Así que no me ofende que alguien me lo señale. Cualquier patriota convencido debiera aspirar a ser un mártir por el bienestar de su patria. P: En más de una ocasión el régimen lo ha acusado de ser un hombre violento. Sin embargo, usted insiste en identificarse dentro del movimiento cubano de oposición pacífica. ¿Cuál sería su actitud si algún día el pueblo se sublevara violentamente contra el régimen? ¿Aprobaría esa rebelión violenta y participaría en ella? G.F: Por supuesto que yo soy un hombre violento. En mi fuero interno lo soy. Esa violencia me viene de haber crecido entre dos barrios marginales: El Condado y La Chirusa (en Santa Clara, al centro de la Isla). Allí el nivel de violencia es alto. Pero también mi violencia de origen fue especialmente exacerbada desde que puse mis pies en un círculo infantil, donde me enseñaron a ser violento contra el imperialismo norteamericano y contra todo enemigo. Mi padre, para sacarme del contexto marginal, prácticamente me obligó a ingresar en una escuela militar, la escuela de cadetes Camilo Cienfuegos, y en ese contexto el grado de violencia era mayor que en los barrios marginales. Nos enseñaban a odiar, nos enseñaban a matar, teníamos que practicar como mínimo tres tipos de artes de combate. También soy violento porque cumplí misión de guerra en Angola, en el frente sur, con las Tropas Especiales cubanas, donde los asesores chinos, coreanos y vietnamitas se dedicaron a exacerbar esa violencia. Y aún más cuando fui a estudiar una carrera como oficial de Tropas en la Unión Soviética. También allí me adiestraron para la solución de los problemas a través de la violencia. Soy un hombre violento porque la violencia me la conformó y modeló la propia revolución. Es verdad que el trauma que como adolescente sufrí en la guerra de Angola me hizo meditar sobre el uso de la violencia, porque desgraciadamente allí convivimos en el mismo espacio con otro tipo de tropas, las tropas anti guerrillas, y vimos los abusos que esas tropas cometieron contra el pueblo angolano. Esto me hizo meditar sobre el horror de la violencia. Recuerdo las películas soviéticas sobre la barbarie nazi. Y allí en Angola yo vi la misma barbarie, pero con otras banderas y otros uniformes. Recomiendo a los lectores una novela mía que está próxima a salir. Se titula “Con el abismo dentro”, que es el reflejo de una serie de anécdotas de distintas personas que estuvimos en Angola, sobre lo que era allí la violencia y no la parte épica. Sin embargo, hay un momento en que yo me percato de que la violencia no es el camino. Había jurado por 25 años como oficial de las Fuerzas Armadas. Fui a la URSS a estudiar y allí sufrí un accidente grave, producto del cual me dieron la baja militar. Sufrí intoxicación con gas neuroparalizante. Los soviéticos siempre se negaron a decir qué tipo de gas era. Ese accidente me provocó epilepsia morfeica, o sea, que ataca sólo durante el sueño. Al desmovilizarme de la vida militar, Dios me dio la posibilidad de asumir otra carrera. Quería hacerme periodista, pero debía trasladarme a La Habana para estudiar. Entonces escogí la carrera de Psicología, que podía cursarla cerca de mi casa. Primero quise escoger Derecho, pero mi difunto padre, que había sido miembro del Ministerio del Interior, me aconsejó que no estudiara Derecho, pues luego me obligarían a ser fiscal y tendría que actuar en contra de mi propia gente. Por eso me decidí por la psicología. Sobre cuál sería mi actitud ante una posible rebelión violenta en Cuba, una de las cosas que le agradezco a la oposición pacífica, a pesar de mis sufrimientos y el de mi familia, es que me ha enseñado a no creer en la violencia. Si surgiera esa rebelión, y ojalá que no, saldría a la calle a tratar de aplacar a los violentos, pero yo no participaría en la violencia. Porque he aprendido que la razón es más fuerte y eficaz. Hay que amar a nuestros enemigos, como enseñaba Cristo. No me oculto para decir que muchas maneras de amor que yo he usado en esta lucha me han granjeado el respeto de los propios paramilitares del régimen. Tengo experiencia con varios casos de paramilitares que me hicieron daño. Y sin embargo, han tenido problemas familiares, con enfermos, y he compartido con ellos mis pocas medicinas, como un acto de amor. Y este acto de amor ha neutralizado su odio. La huelga de hambre es eso, un acto de amor. El huelguista está diciéndole al adversario: yo estoy dispuesto a morirme antes de hacerte daño a ti. G.F: Yo no vivo con mi esposa ni con mi hija. Vivo con mi mamá, mi hermana y mi sobrina. No puedo vivir con mi esposa porque ella vive en el pueblo de Camajuaní, y no deseo perjudicar a sus hermanas que son militantes del partido comunista, ni a su hija mayor que es trabajadora social. Vivo con mi hija y mi esposa sólo los fines de semana, cuando ellas vienen aquí a mi casa. Yo vivo dentro de un círculo matriarcal, rodeado de mujeres. Mi esposa me conoció ejerciendo la psicología y ella quisiera que volviera a ejercerla. Le digo que para mejorar la mente de las personas, primero hay que liberarlas desde el punto de vista ciudadano. Así que no puedo ejercer la psicología hasta que no haya democracia en Cuba. El totalitarismo enloquece a los ciudadanos. En mi vida personal me siento realizado, con independencia de los sufrimientos que me ha ocasionado mi actividad política. Pude ejercer la carrera que me gusta: el periodismo. Mi familia, independientemente de que no estén de acuerdo con la forma en que lucho, se mantiene a mi lado, me cuida. Mi padre y mi madre me enseñaron a querer en las dificultades, mucho más que en el bienestar. Tengo una sobrina de 15 años que me quiere como a un padre, y yo la adoro a ella, y tengo una hija que descubrió que su padre era un ayunante a través de una telenovela brasileña. Entonces me llamó y me dijo: papá ya sé lo que estás haciendo. Lloró mucho conmigo, pero me dijo que me quería y que se sentía orgullosa de mí. P: Hay personas que se niegan a reconocer en usted un auténtico y radical luchador contra la dictadura, alegando que perteneció a uno de sus aparatos represores, el ejército. Usted ha explicado suficientemente por qué decidió hacer oposición activa contra el régimen. No obstante, nos gustaría conocer cómo toma las acusaciones de esas personas. ¿Le provocan remordimientos? ¿Considera que con su admirable enfrentamiento al régimen ha subsanado ya aquella culpa que se le achaca? ¿O simplemente piensa que los acusadores son unos ingratos e intolerantes? P: El panorama de la lucha opositora en Cuba suele ser a veces frustrante y desesperanzador. En los momentos en que ha estado a punto de morir por su causa, ¿no ha contemplado la posibilidad de que ese sacrificio fuese en vano? ¿No ha puesto en duda ni por un minuto el beneficio de su rol como mártir? G.F: Cierto, el panorama de la oposición en Cuba es frustrante, porque quisiéramos que el pueblo nos apoyara abiertamente, pero uno debe comprender que a ese pueblo le han inculcado el terror de manera sistemática, y ese terror lo tiene paralizado. En mi libro “Radiografía de los miedos en Cuba”, describo los grupos sociales que hay en Cuba y los miedos que sufre cada grupo. Pero creo que esa frustración también es planificada por la contrainteligencia. Recuerdo que aquí, en Villa Clara, había una unidad militar, en el kilómetro 10 de la carretera que va de Santa Clara a Sagua la Grande. Esa unidad se nombraba El Molino, y allí, con asesoramiento de la Unión Soviética, se creaban guerrillas falsas para introducirlas en las montañas del Escambray con el objeto de crear la desunión entre quienes enfrentaban al gobierno. Ellos vigilaban el nivel de entrega de las guerrillas auténticas, investigaban sus canales de suministro, y sobre todo, realizaban acciones contra la población que la mayoría de la ciudadanía rechazara. Hoy es esa la misma concepción de la Dirección General de Contrainteligencia para combatir la oposición pacífica. Crean falsos líderes que trabajan para ellos, falsas organizaciones para evitar que los opositores se unan para llegar a acuerdos, para evitar la unidad, y caracterizan a los miembros de la oposición para crear conflictos entre ellos. Pongo como ejemplo a la agente Tania, es decir, Odilia Collazo Valdés, que fue la que liquidó la organización opositora Concilio Cubano, y la que difamó sobre la ayuda de Tamarindo de Oscar Elías Biscet; ella fue la que entregó en bandeja a los 4 firmantes de La Patria es de Todos, y siempre tuvo el apoyo de alguien desde el exterior. Esto nos da la medida de que muchas personas que fueron alumnos de El Molino ahora viven en el exilio, tienen un discurso anticastrista, y sin embargo, aúpan a opositores que van en contra de la unidad. En cuanto a si alguna vez he puesto en duda mi rol como posible mártir, no, nunca. Uno se debe a su patria y el acto más sublime es dar la vida por ella. G.F: Los hermanos míos han logrado convencerme a medias de que debo cuidarme, y esto va a ser así mientras la integridad física de ellos no esté en peligro. Mis hermanos de lucha, los 13 que se encuentran prisioneros y los que están en el exilio, más los de aquí, han logrado convencerme de que si el gobierno no me da permiso para ir a recoger el Premio Sajarov, de todas formas será una victoria para nuestra causa, porque el gobierno se desacreditará aún más. Y si me dejan ir también será una victoria para nosotros. P: ¿Quisiera decirnos qué proyecta hacer con la importante suma de dinero que le entregarán por ese premio? ¿Acaso tiene en mente abrir un negocio particular? Los cubanos no podemos invertir en nuestro país, porque se nos prohíbe. Supongo que esa parte de su pregunta sea una broma, pero si la tomamos en serio, le diría que antes de invertir en una empresa, me gustaría crear una imprenta o una editorial donde pudieran publicar sus libros todos los escritores cubanos, tanto los del exilio como los de aquí, sin exclusiones de carácter político y sin censura. G.F: Siempre he sido un admirador de Mahatma Gandhi, a quien no le gustaba ocupar cargos públicos. Pero eso dependería de los candidatos que se presentaran a esas elecciones. Yo querría hacer lo que siempre añoré y nunca me dejaron ser, profesor de sicología, y, a la vez, seguir ejerciendo el periodismo. Pero, como le digo, depende de las circunstancias. Porque el hombre es sus circunstancias. En general, no pienso en cargos públicos, sino en escribir libros; es lo que me interesa más que otra cosa. |