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Carlos Wotzkow
No quisiera entrar en materia sin antes mencionar cómo es que Cuba
obtiene estas distinciones que la hacen lucir un país modelo, y en el
caso que nos ocupa, dónde se halla la semilla podrida que la ha elegido
para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente. Como bien se sabe,
Alemania (la locomotora europea) juega hoy un papel repugnante a favor de Fidel
Castro. Este consiste en condicionar ayuda a cambio de apertura, pero sin que
ello tenga que ser llevado a la práctica. En otras palabras, de cara a la
comunidad internacional, la Unión Europea exige cambios democráticos
a Cuba antes de aceptar negociar con ella, mientras que en la realidad son los
diputados de esa "unión" los que cambian su política según
sean las ofertas inversionistas que el régimen les haga.
En el campo de la ecología ocurre lo mismo y en este caso particular,
ha sido Klaus Topfer (Secretario General del PNUMA) el que ha estado dando
galardones a diestra y siniestra a cuanto delegado del Ministerio de Ciencia,
Tecnología y Medio Ambiente apareciera (Cubanet 1999), con tal de que
Cuba cambiara la ley de 1981 y la ajustara a las necesidades de sus
inversionistas antes de llevarse no sólo el dinero que ello implica, sino
el añorado honor de poder "celebrar en un desierto el día
internacional del agua".
Ecosistemas marinos
Para los que creen que la población cubana nada más puede
nadar desde el diente de perro y comer merluza, he aquí otro reverso de
la moneda. A diferencia del resto de las islas del Caribe, Cuba posee un
escenario marino físico y biológico un tanto espectacular: una
extensión de líneas costeras amplias, un gradiente permanente de
temperaturas, aguas oligotróficas y considerables dimensiones en su
plataforma insular. En ella, los arrecifes de coral son el soporte de la pesca
en nuestro archipiélago a la vez que protegen la línea costera de
la erosión de las olas, y alimentan la costa con playas de arena que es,
en definitiva, el recurso costero más importante y apreciado por el
turismo que visita el Caribe.
Los arrecifes de coral, que tienen generalmente muy poca biomasa (280g de
carbono orgánico / metro2 / año) generan en nuestra plataforma 10
veces más carbono orgánico que su propio peso y permiten con ello
una alta diversidad de especies de elevada importancia recreativa y comercial
(Bohnsack, 1992). Estos arrecifes constituyen el hogar de la mayoría de
los peces e invertebrados marinos que allí se observan. Chernas
(Epinephelus gigas), Pargos (Lutjanus sinagris) y Roncos (Haemulon sciurus) son
sus inquilinos habituales, pero donde las aguas son poco profundas y están
cerca de la desembocadura de algunos ríos, abundan las Mojarras
(Eucinostomus gula) y el Caballerote (Lutjanus griseus), que nada tienen que
envidiar a esa merluza importada desde España y que sólo se vende
bien allí donde la imposición de la alimentación favorece
el beneficio continuo de los oportunistas.
La actividad humana, y en especial toda la actividad vinculada al turismo,
representa uno de los peligros más conocidos para la supervivencia del
arrecife de coral. La explotación de corales para la venta, y el arrastre
de grandes redes sobre la plataforma submarina cubana han sido dos de las causas
que han contribuido notablemente a la disminución y destrucción de
nuestras mejores barreras (Wotzkow 1998). Pero a ello, hemos de sumar ahora el
efecto negativo que los extermina en muchas regiones de nuestra plataforma dada
la excesiva sedimentación que generan algunas prácticas agrícolas
destructoras del suelo.
A pesar de que todos estos factores degradantes son bien conocidos, y
mientras la gran mayoría de nuestros biólogos marinos se miran
consternados ante los altos índices de bio-erosión submarina (más
de 10 mm / año y durante largos períodos de tiempo), el gobierno
de Cuba incrementa sin cesar la actividad náutica y hace caso omiso a la
deforestación con fines de construcción hotelera. Ello aumenta no
sólo la destrucción física de los arrecifes de coral (por
el continuo anclado que genera una mayor actividad náutica), sino que
acelera su literal enterramiento por el lodo que antes era contenido por los
manglares y ahora han sido talados para crear en esa costa una nueva playa.
Seguramente los fondos marinos cubiertos por el Seibadal (Thalassia
testudinum) deben haber ofrecido los mayores índices de productividad a
nuestra plataforma. En condiciones óptimas, estas plantas pueden exceder
una producción superior a los 10,000 gramos de carbón orgánico
/ m2 / año, dependiendo de la calidad del agua, el tipo de substrato, y
la geomorfología de la costa (Vicente, 1992). Cualquiera de las seis
especies de Thalassias existentes en el Caribe es un magnífico proveedor
de nutrientes, energía primaria y hábitats para infinidad de
peces, pues crea áreas de forrajeo para muchas especies amenazadas (tales
como el Manatí, o las tortugas marinas) y contribuye a preservar la
diversidad biológica sobre nuestra plataforma.
Pero en algunas áreas bajas, algunas técnicas prohibidas de
pesca han acarreado la desaparición, o el daño irreversible a
grandes extensiones de esta planta acuática. El arrastre de redes
efectuado por los barcos "Río" a final de la década de
los 80 es un desastre que se dejará sentir más allá del fin
de siglo. Al igual que la Thalassia, otro de los recursos más afectados
en Cuba son los manglares, también llamados "bosques protectores",
que cumplen la función vital de proteger el perfil costero de la erosión
que le causaría el oleaje y las tormentas provenientes del mar. A pesar
de conocerse que los manglares sirven de refugio a infinidad de peces (muchos de
ellos especies comerciales), aves, e invertebrados, el desarrollo del turismo a
cualquier precio ha reducido en casi un 50 % el número de hectáreas
con que Cuba contaba hace apenas unos 25 años.
La desecación de las lagunas costeras, tan importantes para la
alimentación de muchas aves migratorias, es otro ejemplo íntimamente
asociado al manglar y de cómo el turismo destruye en Cuba cientos de hábitats
que hasta ayer no parecían necesitados de protección. Pero la
sinrazón y la ausencia total de interés por conocer el papel que
juega cada ecosistema en el medio ha permitido la desaparición de estos
apacibles refugios naturales, también utilizados por toda la comunidad de
especies que nidifican en las áreas circundantes. De esta forma, miles de
parejas de garzas (Egretta sp.), Pelícanos (Pelicanus occidentalis), Corúas
(Phalacrocorax sp.), e incluso algunas aves canoras, han de buscar otro enclave
para llevar a término su reproducción.
A todo este panorama de destrucción hay que agregar los problemas que
padece la red hidrológica natural de Cuba, pues nuestros ríos, o
lo que de ellos queda, son otro de los ecosistemas más afectados en el país.
La contaminación de nuestras aguas, el relleno de cientos de lagunas
naturales y la excesiva canalización o embalse de los ríos son
problemas que están más asociados con la apatía
gubernamental que con el supuesto incremento demográfico usualmente
utilizado como excusa. La construcción generalizada de pozos, la excesiva
explotación del manto freático, la intromisión en ellos del
agua marina y la desecación de cuanto humedal natural existiera en la
isla, son otros de esos motivos por los que la clase gobernante de nuestro país
debiera sentir un poco de vergüenza.
Endemismo y especies amenazadas.
La introducción de todo tipo de peces exóticos ha determinado
la extinción de una rica fauna de peces dulceaquícolas con la que
sólo Cuba contaba en el Caribe. Y como si la desaparición de una
sola especie no fuera ya suficiente, ningún canal, ninguna laguna,
ninguna ciénaga o río quedó a salvo como ecosistema
alternativo dada la intensa campaña de fumigación y uso de
pesticidas que el gobierno cubano ha estado aplicando sobre nuestro territorio
en los últimos 40 años de apatía medio ambiental. En
resumen, pudiera decirse que todo río que antaño no sobrepasara el
caudal de 0,5 m / s, hoy día no existe, o es apenas una zanja visitada
por el agua en la época de la lluvia, o bajo los efectos ocasionales de
un ciclón.
La introducción de moluscos acuáticos, tales como Physa spp.
ha afectado a otras especies nativas y se han convertido en hospederos
intermediarios de enfermedades parasitarias muy agresivas y hostiles para la
salud humana. Paralelo a esto, la Tilapia (Sarotherodon mossambicus), el Pez Sol
(Lepomis macrochirus) y la Trucha (Melanopterus salmonoides) han eliminado de
cualquier embalse cubano a la Biajaca (Cichlasoma tetracantha) y a decenas de
especies de guajacones que se alimentaban de los mosquitos hematófagos
que tanto daño han hecho a la población cubana. Cientos de Rana
Toros (Rana catesbiana), aunque aceptados como fuentes de alimento desde 1936,
son observadas en Cuba en cualquier ecosistema húmedo y los Cocodrilos
Babilla (Cayman crocodylus), oriundos de Sudamérica, han eliminado prácticamente
al cocodrilo endémico (Cocrodylus rombifer) en la Ciénaga de
Lanier.
Desde que se creó la EMPROVA, allá a finales de los años
60, Celia Sánchez Manduley dedicó una buena parte de su tiempo a
explotar y comercializar todo tipo de especie marina, pero además, de
aves, reptiles, moluscos e insectos terrestres. Camiones enteros cargados con
cotorras, cocodrilos pequeños y caracoles de los géneros Polymita,
Viana, y Ligus llegaban desde Baracoa y desde Viñales recorriendo la isla
entera, a los distintos centros denominados Faunicuba. Allí, estas
especies eran procesadas, disecadas y posteriormente vendidas o regaladas (según
fuera el caso) a los múltiples admiradores de la revolución
cubana. A finales del 80 sin embargo, estos recursos comenzaron a desaparecer,
pero ahí (con perdón del PNUMA), no terminó la explotación.
Desde entonces, decenas de invertebrados como los Cobos (Strombus gigas) los
Cangrejos de playa (Cardisoma guanhumi), las Langostas (Panulirus argus) y los
corales han padecido la muerte en formaldehído por ese tipo de avaricia
institucional.
Aparejado a esa explotación irracional de los recursos llegó a
Cuba su contaminación. Desde los mismísimos inicios del comunismo,
el deber de hermanos e hijos de la Madre Patria (que por esos años fue la
Unión Soviética), nos obligó a tolerarlo todo. Si nos
remontamos a principios de los años 80, cualquiera que haya navegado un
poco alrededor de Cuba recordará que en noches de poca luna, miles de
millones de pequeños Dinoflagelados (Gonyaulax spp.) emitían sus
luces fosforescentes, sobre todo a las afueras de la Bahía de Cárdenas,
lo que constituía un verdadero espectáculo de luces digno de
volver a contemplar. Pues bien, después que esta bahía se convirtió
por decreto estatal en un fregadero de los buques tanqueros rusos, y después
que esas aguas cambiaron su color azul claro por el negro opaco del petróleo,
estos microorganismos desaparecieron.
Con los peces la situación no ha dejado de empeorar. Ya lo anticipábamos
cuando hablábamos de la introducción de especies exóticas
que se alimentaban de nuestros endémicos en nuestros ríos o
embalses. Pero un fenómeno invisible al ojo humano está ocurriendo
en todos nuestros cauces y guarda estrecha relación con el abusivo
estancamiento de sus aguas y la disminución que ello genera en su caudal
original. En ríos como el Cauto, Río Canímar, e incluso el
Almendares, abundaban antaño (esto quiere decir, hasta 1965
aproximadamente) numerosos invasores marinos periféricos. O sea, que no
era raro observar en ellos pequeños tiburones (Carcharhinus sp.), obispos
(Aetobatus narinari), o incluso barracudas juveniles (Shyraena barracuda) que
incursionaban unos 8 a 20 kilómetros dentro del cauce del río, según
el caso, la marea, y la época del año. Esto es absolutamente
imposible de observar hoy, o resulta un evento verdaderamente raro que nos
demuestra que la inmensa mayoría de nuestras cuencas hidrográficas
están altamente contaminadas.
El otro ejemplo de la sinrazón es explicable a través de la
captura de tortugas marinas. Cuba es conocida en el mundo entero como el único
país que edita sellos alegóricos a la caza submarina de estos
reptiles, y sigue siendo hoy un estado que explota, no ya las tortugas con las
que cuenta, sino las que otros países crían, alimentan, protegen y
tratan de incrementar. En este caso, les hablo de la captura indiscriminada que
Cuba lleva a cabo (contra la convención internacional que protege estas
especies) de todos los individuos que liberan en las islas Caimán para
repoblar el Caribe (Wotzkow, 2000). El turismo ha hecho además de esta práctica
un negocio imparable y no se descarta que en las próximas décadas
se convierta, por abuso claro está, en una actividad impracticable.
La mayoría de los hábitats propicios para nuestros peces de
agua dulce comienzan a perderse a partir de 1970. En ese año, la
explotación del manto freático para utilizar el agua en regadíos
dirigidos principalmente a la caña de azúcar deja prácticamente
exhaustas las reservas subterráneas del país. Este problema se
agrava en los años 90, cuando el turismo incrementa en más de un
50 % el número de habitantes en ciertas áreas en las que la
demanda de agua no resulta acorde a su disponibilidad. El ejemplo es claro, pero
si algún lector se queda un poco desjuiciado por mi enfoque, digamos
entonces que lo que el gobierno intenta hacer en Cuba sólo puede
compararse con la creación de cientos de parques acuáticos en el
desierto del Sahara para divertir con ellos al 2 % de la capacidad hotelera
construida.
Que un país con tan buenos recursos marinos se vea alimentando (por
la fuerza) a su población con la merluza que se pesca en otros mares ya
es bastante triste. Pero que los alemanes se crean todo lo que se les dice en
Cuba, o que repitan como papagayos que lo destruido hasta la fecha ha sido el
producto de nuestro pasado republicano y colonial no tiene perdón. Vergüenza
sentirá el cubano del país que habita, y por si acaso aún
lo ignora, vergüenza deberá sentir si lo compara al que habitó
su padre. Una sola generación de humanos ha sido suficiente para
empobrecer los recursos naturales de una isla que, apenas 40 años antes,
se encontraba entre las más privilegiadas del planeta.
Bienne, Enero 2001
Bibliografía
Bohnsack, J. A. (1992): Reef resource habitat protection:
the forgotten factor. Marine Recreational Fisheries N° 14: 117- 129.
Cubanet (1999): Premio de Medio Ambiente para Cuba. Cubanet
Internacional Noviembre 30, 1999.
Vicente, V. P. (1992): A summary of the ecological
information on the seagrass beds of Puerto Rico. Pages 123-133 in E. Seliger
editor. Coastal plant communities of Latinamerica. Academic Press, New York.
USA.
Wotzkow, C (1998): Natumaleza Cubana. Ediciones Universal,
Miami, USA. 294 pp.
Wotzkow, C (2000): Especies Amenazadas. El Nuevo Herald.
Saturday Abril 22, Section Perspectiva Page 12 A.
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