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Los guajiros también gritan ¡libertad!

Por Manuel David Orrio, CubaNet


LA HABANA, febrero - Si en algo 1997 se reveló como un conservador Año del Buey para la economía cubana fue en el sector agropecuario. La tierra que en 1958 apareciera con capacidad de figurar en el Atlas Ginsburg de la economía mundial con el número 22, no obstante los desafueros del latifundio, registró en 1997 un decrecimiento de un 2,8 por ciento en el PIB agrícola. De 8 millones de hectáreas cultivables, 4 están dañadas por la erosión a causa de la tala desordenada, la deforestación, el pastoreo inadecuado, los cultivos técnicamente deficientes y otras barbaridades imputables al modelo económico existente en el país.

En 1993, el gobierno cubano inició en la agricultura un movimiento más o menos liberalizador de las obsoletas estructuras agrarias, al crear las llamadas Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC) con el propósito de sacar al sector de su marasmo. Cuatro años después sólo el 30 por ciento de esas entidades son rentables, a causa en gran medida de responsabilidades estatales. Entre ellas se mencionan la intromisión excesiva del estado, los altos precios de los insumos y lo bajo de los del acopio estatal obligatorio, y la ausencia de buenas condiciones para el pago de la dotación inicial de medios de producción.

Sin embargo, las UBPC han mostrado que los caminos no estatales sí pueden ser una solución para la crisis del agro cubano. Pese a sus dificultades, hoy producen el 42 por ciento de la leche, el 32 de las viandas, el 12 de las hortalizas, el 36 de los cítricos, el 48 del arroz, el 16 de los frutos, el 22 del café y el 7 por ciento del tabaco, disponiendo del 37 por ciento de la superficie cultivable de Cuba.

Medias tintas en sí mismas, las UBPC no han demostrado competitividad frente a las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) o de Créditos y Servicios (CCS), cuya diferencia esencial con las primeras es de propiedad. Mientras que las UBPC no son otra cosa que un usufructo de la tierra estatal, las cooperativas de campesinos parten de la propiedad de los agricultores sobre aquéllas. "Dad a un hombre la propiedad de una roca y hará de ella un jardín. Quítasela y volverá a ser una roca", escribió alguien.

Prueba de lo anterior es que en 1997 el 85 por ciento de las cooperativas de campesinos no especializadas en el cultivo de la caña de azúcar fueron rentables. Contando con 22,6 por ciento de la superficie cultivable, aportaron el 28 por ciento de las viandas, el 57 de las hortalizas, el 8 de los cítricos, el 69 de los frutos, el 41 del café, el 84 del tabaco, el 79 de las legumbres, el 67 del maíz y el 50 por ciento de la miel de abeja. Además rompieron su récord histórico de producción de leche.

De estas estadísticas se va desprendiendo una conclusión: es la agricultura no estatal o paraestatal la que está salvando a los cubanos de una hambruna. En el caso de las UBPC, se hace evidente que su aporte significativo, aunque no rentable, nace más del componente privado que del público: Cuando no existían los subsidios por pérdidas en la agricultura superaban los mil millones de pesos. En 1996 éstos ascendieron a 488 con tendencia decreciente.

Si por un lado la crisis de la propiedad estatal en el agro cubano se evidencia cada vez, y se hace patente, por lo tanto, la necesidad de una reforma profunda en la dirección de privatizar y cooperativizar las tierras en favor de quien las trabajan, por el otro la comprensión de lo necesario de liberar los mercados gana creciente terreno. El gobierno se resiste a ello, aduciendo la salvaguarda de los sectores desprotegidos de la población, en escenario donde nadie sabe cuánto tiene cada cual inmersos todos en el igualitarismo del racionamiento alimenticio y los submundos de la informalidad económica. Prueba de esa conciencia es que en 1994, durante las discusiones públicas llamadas parlamentos obreros se escuchó una proposición: eliminar el racionamiento, no subsidiar productos del agro y sí subsidiar a los necesitados. Sólo a los necesitados.

De este modo, un consenso nacional y social se estaría formando alrededor de tres medidas radicales: la tierra para el que la trabaja, el mercado libre y la protección de los necesitados a través de la regulación macroeconómica estatal y un sistema de subsidiacion a los de menores ingresos. Al mismo tiempo, y desde lo profundo del campesinado cubano, una regla de la hermenéutica evidencia un renacer, desde el proyecto del código cubano de reforma agraria de Manuel Dorta Duque, presentado a la Cámara de Representantes de la República en mayo de 1947: en cuestiones de litigios agrarios estar en favor del interés del campesino.

No vale la pena contar de las resistencias gubernamentales hacia esas demandas, nacidas de la práctica social. Pero sí debe relatarse la resistencia del campesino cubano a un modelo que no le deja producir en todos sus potenciales. Se sabe de la expresión de las mismas en el mundo de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), la organización oficiosa que agrupa la mayoría del campesinado. Sin embargo, y como siempre, la emergencia de la situación hace nacer a los emergentes; aquellos que puestos entre la espada y la pared y viendo cada vez más deteriorada su situación material, dan el grito de ¡libertad!, expreso en la formulación de las demandas profundas de todo el campesinado como reinvindicaciones propias.

Son pocos, pero son. Abren zanjas. Desbrozan caminos. Ganan respeto. Desprendidos de la ANAP, campesinos de las montañas orientales del país organizaron la Asociación Nacional de Agricultores Independientes de Cuba (ANAIC), después de constituir las cooperativas de campesinos libres Transición y Progreso 1. La primera en Santiago de Cuba; la segunda en Guantánamo. Cual Realengo 18 en medio de un estado definido como totalitario, este puñado de campesinos representa mucho más para la solución de la crisis agraria de Cuba. Son todo un símbolo.

Ellos lo están diciendo a grito pelado: la tierra para el que la trabaja, el mercado libre y la solidaridad por los necesitados en la punta de la rada. No surgen de una conjura antigubernamental. Se definen como no políticos y sus reinvindicaciones son económicas. Se presentan ante las autoridades, les exigen el debate y están --¡oh, sorpresa!-- comenzando a ser escuchados.

¿Qué quieren? Pues la despolitización de la actividad agropecuaria en el sector campesino, rigiéndose sólo por conceptos técnicos y de mercado; buscar apoyo en organizaciones no gubernamentales para crear una infraestructura que permita el desarrollo del movimiento; fomentar la iniciativa y la autonomía del campesino, aprovechando las ventajas de la unión en tipos diversos de cooperativas; acceder al mercado externo a través de una participación en el turismo y la exportación directa; denunciar a la opinión pública nacional e internacional errores, fraudes o delitos en contra del campesinado; participar en congresos agrarios, así como en la determinación de la calidad de los productos y en la fijación de los precios; explotar las tierras ociosas tan abundantes en Cuba; la autonomía interna absoluta, sin intromisiones externas o retenciones legalistas; garantizar la entrega o contribución de productos del agro a instituciones sociales como escuelas, hospitales, círculos infantiles y otros. En buen español, reclaman el derecho de una exención de impuestos con fines sociales dirigidos a voluntad del contribuyente. Así mismo propone la despenalización del sacrificio de ganado mayor. En Cuba el dueño de una res no puede matarla sin permiso del gobierno. El resultado es que se sabe que muchos de los llamados hurtos y sacrificios "ilegales" de ganado vacuno o equino son en realidad autorobos.

Si un campesino europeo se entera de ese pliego de demandas, muy probablemente se asombraría de que en un país occidental haya colegas exigiendo puntos tan elementales. Quizás diría : ¡Pero ellos lo que quieren es salir del feudalismo! Y razón no le faltaría, pues lo distintivo de las demandas de la ANAIC es un sentido de modernidad tan alejado de la campiña cubana como lo están los productos abundantes y baratos de los mercados del país. Por eso pueden fundamentar los campesinos libres una despolitización agrícola, porque es la política la responsable de la crisis, si se mira lo profundo.

No obstante lo dispuesto en la Constitución de la República, los campesinos de la ANAIC no han tenido oportunidad de promover sus ideas, proyectos y programas en los medios de difusión de Cuba, ya se puede deducir por qué. Entonces se dirigieron a la "satánica" Radio Martí, donde encontraron buena acogida en el espacio de tema agrícola "Por Tus Montes y Caminos", lo cual le sirvió de mucho para evitar las tergiversaciones oficiosas de sus demandas. Pero después que en la emisora se reestructuró la programación, Por Tus Montes... desapareció. Ahora sus posibilidades de difundir sus ideas han mermado notoriamente. ¿Qué pasará con la pérdida de tan importante tribuna?

La anécdota es reveladora de cuán difícil es promover dentro de Cuba un interés social alternativo al del Partido Comunista... aunque se declaren neutrales en el tema político.

Reynaldo Hernández, presidente de la ANAIC y de la cooperativa independiente Progreso 1, se mantiene por lo pronto en una actitud de optimismo moderado. Cuenta que los cooperativistas libres ya han recibido visitas de autoridades agrícolas y del estado, más en la dirección de dialogar, conocer, que de reprimir. Por otro lado, miembros de la similar Transición refirieron que la policía política ha sido categórica respecto a ellos: "Mientras el movimiento sea de carácter económico no es asunto nuestro", informan que les dijo un oficial.

Una muestra de las causas profundas que llevaron a estos campesinos a "tomar el rábano por las hojas" es este relato de Hernández: "El año pasado se perdió la cosecha de mango y piña porque no nos permitieron llevar nuestras producciones a los mercados agropecuarios después de cumplir nuestro compromiso con el estado. No nos dieron los documentos necesarios para trasladar nuestras mercancías. Ni a nosotros ni a las siete cooperativas de Créditos y Servicios que existen en la zona."

"Tenemos muchos problemas con el pago, no existen medios para pesar el ganado que vendemos, y nos imponen el precio. Un cheque a favor del campesino puede demorar hasta tres y cuatro meses en recibirse después de la venta. Los insumos no llegan; y si llegan son a precios astronómicos."

Hernández es claro. Menciona "explotación" sin pelos en la lengua. "El gobierno nos compra el quintal (100 libras) de mango a un precio obligatorio de entre 7 y 9 pesos. Lo vende entre 30 y 50. Con la piña pasa igual: nos van a pagar a 2.30 dólares; pero la empresa acopiadora se aroga el derecho de venderla a 60 dólares el quintal, sólo por sacarla de las lomas y comercializarla en Varadero. En mi zona no se recoge leche ni queso, debido a las malas condiciones del camino. ¿Qué hacemos con él? Si los vendemos por nuestra cuenta nos multan."

"Cuando los insumos llegan no los vemos. Sin embargo, vemos al personal burocrático de las empresas acopiadoras calzando excelentes botas y vistiendo adecuada ropa de trabajo. El desvío de recursos es enorme. Nada de eso ve el campesino."

Un tema peliagudo es el de ciertos privilegios visibles en las montañas de Santiago de Cuba y Guantánamo. Hernández cuenta: "Hay campesinos que pueden vender sus producciones al precio que deseen y a quien deseen. Por ejemplo: los Pionos de Mayarí o María Antonia, la hija de una colaboradora de Fidel Castro cuando éste preparaba la expedición del Granma". Juan Carlos Céspedes, el director de la Agencia de Prensa Libre Oriental, es autor de un artículo de información minuciosa y títulos sugerentes: Los comandantes latifundistas. Por ello Hernández se hace una pregunta: "¿Por qué ellos pueden y nosotros no?"

Aunque Hernández quizás no lo sepa, las demandas y proposiciones de los campesinos libres tienen base profunda en la historia de Cuba. La ANAIC está pidiendo la entrega de tierras entre 26 y unas 70 hectáreas a todo aquél dispuesto a explotarla. Muchos de sus planteamientos formaron parte del proyecto del código cubano de reforma agraria de Manuel Dorta Duque, presentado a la Cámara de Representantes de Cuba el 15 de mayo de 1947, día de fundación del Partido Ortodoxo de Eduardo Chivás, quien hizo de ese proyecto una de sus banderas principales. De ahí la trascendencia de la ANAIC: más que una rebelión de guajiros es un acto de reconciliación con las raíces.

Más temprano que tarde es de esa reconciliación de donde saldrán las soluciones definitivas a la candente cuestión agraria cubana. No de un modelo paternalista, no de las intromisiones arbitrarias del gobierno en la agricultura. Tiempo al tiempo y se verá. Por lo pronto, los guajiros de Cuba, también, comenzaron a gritar ¡libertad!

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