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La burda justificación de Espacio Laical

Mario J. Viera    

PORT CHARLOTTE, Florida, septiembre, www.cubanet.org  -La revista Espacio Laical respondió a la carta que un numeroso grupo de opositores y disidentes enviaron a S.S. Benedicto XVI cuestionando la postura que la jerarquía de la Iglesia católica cubana había asumido durante la mediación con el gobierno del general Raúl Castro para la liberación de los presos de conciencia.

El derecho a la réplica de los afectados por una opinión que se considere injusta o inexacta es  legítimo. Intentar la justificación de los actos que otros cuestionen, censuren o mal entiendan es también del todo legítimo y, en ocasiones, necesario. Pero no es así cuando la réplica se convierta en un contraataque, en insultos o con descalificaciones, ni es válida la justificación cuando se argumente con falacias y dobles intenciones, como ha sido el caso de la respuesta dada por la revista Espacio Laical en un editorial titulado La mediación deberá seguir su curso inalterable”.

Espacio Laical en el ejercicio de su derecho a la réplica califica la crítica contenida en la carta al Papa “por sus hipótesis de fondo y por las serias objeciones a las intenciones del Episcopado, (como) el más serio ataque público vertido contra nuestros Obispos…”, pasando de inmediato a justificar la mediación como “un quehacer evangélico que ha buscado, en la medida de lo posible, la atenuación del dolor y del sufrimiento de un grupo de cubanos que se encontraban en prisión, así como de sus familiares”. Argumentos que pueden ser aceptables como réplica y justificación. Agregando a continuación que el Episcopado puede enorgullecerse por “su independencia y autonomía respecto a centros de poder localizados dentro y fuera de Cuba”; algo que pudiera ser cuestionable dada las condiciones que durante medio siglo han marcado las relaciones Iglesia/Estado; pero en definitiva nada que objetar a este planteamiento. Es la opinión de la revista.

Sin embargo, es necesario definir conceptos sobre todo con respecto a lo que el editorial señala cuando dice que “para que cobre vida un proceso de “conciliación” entre cubanos no depende esencialmente de la voluntad de la Iglesia, sino de las actitudes de los actores políticos implicados, que deben abdicar de pretender el aniquilamiento del otro”.

Durante más de 50 años ha sido el gobierno castrista el que se ha empeñado en una línea de aniquilación del contrario. Lo demostró tras la caída de la dictadura batistiana. Condenó al paredón a cientos de antiguos militares y policías, culpables o no de crímenes contra la vida de aquellos que durante la insurrección optaron por el terrorismo, y aplastó en las prisiones a muchos funcionarios del antiguo régimen sin ninguna vinculación con los cuerpos represivos. Inspirado en las ideas marxistas estalinistas desató la lucha de clases pretendiendo aniquilar a la burguesía criolla lanzando contra los miembros de esa clase un ataque feroz de desprestigio, acoso y represión. Condenó a largos años de prisión a los activistas de las organizaciones que se oponían al avance del comunismo en el país. Ha recurrido a la pena de muerte para intimidar a sus opositores. Le ha endilgado a sus oponentes ideológicos títulos peyorativos y descalificadores, denominándoles “gusanos”, mercenarios, anexionistas y traidores. Intentó eliminar los credos religiosos, principalmente el de la Iglesia católica, enviando a campos de concentración (UMAP) a muchos que no renunciaron a su fe, acosando a otros y convirtiendo a muchos más en ciudadanos de segunda clase. Persiguió a sacerdotes, desterrando a otros, nacionalizando las escuelas dirigidas por religiosos y haciendo actos provocativos frente a los templos y entonando canciones ofensivas contra las dignatarios de la Iglesia como aquella que rezaba: “Si tu pasas por la iglesia/ y si ves al Cardenal/ tu le dices que no ponga bombas/ que si lo coge el pueblo/ lo manda a fusilar”, y terminaba con el coro: “¡Abre que voy, cuidado con los curas!” La denominada “oposición radical”, perseguida, acosada, espiada, encarcelada no ha pretendido el aniquilamiento de sus victimarios sino la desaparición del totalitarismo que ahoga al país y que al mismo tiempo es la fuente de la intolerancia, la represión y la negación de todos los derechos civiles.

De inmediato el editorial pasa de las justificaciones a la descalificación cuando considera “llamativo que sea la oposición radical, que jamás ha trabajado en la construcción de un escenario para un posible diálogo político con el Gobierno cubano (más bien todo lo contrario), la que le recrimine semejante asunto a la Iglesia. Asumir esas actitudes que favorezcan el diálogo y el consenso entre nacionales no implica solo al Gobierno, sino también, y sobre todo, a quienes se le oponen. Nadie está capacitado para pedir al adversario, lo que él mismo no es capaz de dar”.

Justificar el diálogo de los jerarcas de la Iglesia con los representantes de la intolerancia y la represión alegando que la oposición “jamás ha trabajado en la construcción para un posible diálogo político con el Gobierno” es una falacia inaceptable. El Gobierno jamás ha reconocido a la oposición política. Negar empecinada y paranoicamente el reconocimiento a los opositores, como hace el gobierno de los Castros, no permite “la construcción de un escenario para un posible diálogo”. El diálogo solo es posible cuando las dos partes se reconozcan como iguales. El gobierno no admite diálogo con los que denomina “agentes de una potencia extranjera”. El diálogo con la oposición lo lleva a cabo el gobierno a través de los oficiales de la Seguridad del Estado basado en amenazas y amparado tras el poder coercitivo del Estado. No es la oposición la que tiene que dar el primer paso para crear las condiciones propicias para un diálogo franco y abierto; es el gobierno, aceptando primero, que existe esa oposición y reconociéndole su derecho a ser un legítimo interlocutor en los destinos políticos del país.

¿Por qué el editorialista le impone la obligación a la oposición de buscar los medios para favorecer el diálogo, como claramente se  desprende de la locución adverbial “sobre todo” que significa “principalmente”,  cuando afirma que asumir una actitud que favorezca al dialogo con el gobierno le corresponde no solo a este sino “también, y sobre todo, (…) a quienes se le oponen”? ¿Por qué tiene que ser principalmente la perseguida y difamada oposición la que tenga que asumir la actitud de favorecer el diálogo? ¿Quién es el represor? ¿Acaso la oposición?

¿Qué se puede decir de esta joya de retórica malintencionada que enarbola el editorialista de Espacio Laical? Según nos han informado fuentes cercanas a la disidencia interna, la “iniciativa” de una carta firmada por opositores cubanos y dirigida al Santo Padre se gestó fuera de Cuba, y nos aseguran que fue concebida como combustible para lograr deslegitimar el actual proceso”.

El indignado editorialista carente de argumentos para rebatir la carta de los opositores dirigida al Papa, hace uso de uno de los infundios preferidos del gobierno contra los opositores. La carta dirigida al Papa, asegura, “se gestó fuera de Cuba”  y dirigida a “lograr deslegitimar” la mediación del episcopado de La Habana. Para Espacio Laical, al igual que para los altos personajes del castrismo, la oposición no es capaz de tener iniciativas propias y actúa como papagayos de “redes políticas internacionales” a las que está conectada.

Como bien ha hecho observar Lucas Garve en un artículo titulado “Los hijos de la fe”, esta afirmación “revela un tinte al programa Mesa Redonda, cuando implica a los firmantes con un léxico ya muy gastado por la propaganda política de la media nacional, al utilizar vocablos y sintagmas que son símbolos empleados por los medios gubernamentales para desprestigiar, deslegitimar, estereotipar negativamente a quienes se atreven a decir algo diferente y exponer sin tapujos sus ideas”.

Para apoyar su tesis “original” el editorialista de Espacio Laical se apoya en supuestas “fuentes cercanas a la disidencia interna”; es decir no son fuentes dentro de la disidencia sino “cercanas”. ¿Cuáles son esas fuentes? La indefinición de esas “fuentes cercanas” dan pie para la suspicacia y libremente pueda uno pensar que esas fuentes provienen de Villa Marista.

Pero hay algo más; se intenta negar la influencia significativa que en el llamado proceso de mediación jugó la presión internacional conmovida por el sacrificio de Orlando Zapata Tamayo, por el acoso dirigido contra las Damas de Blanco: “Fuerzas cubanas asentadas dentro y fuera de nuestras fronteras geográficas, conectadas a redes políticas internacionales, han intentado hacer ver que la liberación de los presos por motivos políticos ha sido el resultado de la “presión internacional” y de la “lucha” de la disidencia interna; no de la moderación y de la disposición al diálogo entre actores sociales y políticos. Es posible que dicha presión haya podido tener alguna influencia. No obstante, sería iluso pensar que esta haya sido su causa eficiente. La presión ha estado presente por más de 50 años y no ha logrado cambiar nada”.

Espacio Laical confunde el efecto con la causa cuando rechaza que la “liberación” de los presos “por motivos políticos” se consiguiera gracias a la presión internacional (que entrecomilla) y a la lucha (que también entrecomilla) de la disidencia interna. Digamos, en primer lugar, que en base al Derecho, no se produjo liberación alguna, sino un cambio de medida cautelar, el destierro en lugar de la condena a prisión. En segundo lugar los “liberados” no eran “presos por motivos políticos”, sino presos por motivos de conciencia que de ningún modo atentaron contra los derechos del Estado; ejercían solo su derecho a discrepar, a disentir a exponer sus ideas y a defender los principios sobre los cuales se funda el estado de derecho.

La intención de disminuir la influencia de la oposición y la disidencia interna, de sus esfuerzos por la democratización del país lo demuestra el peyorativo entrecomillado con que expresa su desprecio por la lucha que en condiciones muy desiguales desarrollan los grupos opuestos al totalitarismo castrista.

Como bien apunta Lucas Garve en el artículo ya citado: “No reconocer que el sacrificio de Orlando Zapata Tamayo acrecentó la presión internacional por la liberación de los presos políticos y la condena al régimen por la violación de los derechos humanos; no admitir la incesante campaña de la oposición interna por la liberación de los prisioneros; ni la admirable posición de las Damas de Blanco por la libertad de sus esposos e hijos, significa negarles visibilidad, borrarlos del panorama de la contingencia”.

Fue la presión internacional, motivada principalmente por la muerte por inanición de Orlando Zapata Tamayo, la causa eficiente para que el gobierno de Raúl Castro decidiera buscar un interlocutor “aceptable” que le permitiera encontrar una solución a la crisis que fuera satisfactoria para sus intereses, algo bien distante de una sincera moderación y un sincero interés de diálogo por parte del régimen castrista.

Y no contento todavía con sus ataques virulentos, sus planteamientos de doble sentido y su afán de justificaciones, el editorialista ofrece su muy personal interpretación del contenido de la crítica carta ofreciendo solo afirmaciones sin demostraciones. En este sentido, señala, como en un juicio de excomunión y anatema conducido por la Santa Inquisición: “Esta carta responde a la política del odio, que desvirtúa la realidad interna del país presentándola como un escenario binario de buenos y malos…”  

Cualquiera que haga una lectura desapasionada de la carta de marras, podrá sentirse identificado o no con sus planteamientos; quizá pueda considerar apasionados sus términos, tal vez capte indignación; pero de ningún modo, ni el apasionamiento, ni la indignación son sinónimos de odio. Es posible que el iracundo editorialista haya creído ver odio en las conclusiones que se resumen en el penúltimo párrafo de la carta dirigida al Papa donde se puede leer: “Podríamos hacer de esta epístola una larga demanda una larga lista de demandas, pero solo una es la más  importante, que cese el apoyo político de los que representan a DIOS ante los católicos cubanos, a los que se han comportado durante medio siglo como comisionados de Satanás en la tierra”.

Parece ser que el editorialista se indigna, se molesta, ruge furioso porque en la carta se hace un símil del gobierno castrista con la figura de Satanás. ¡Ah, parece que el editorialista falla en sus conceptos teológicos y olvida que en diferentes ocasiones, Jesús denominó a los hipócritas fariseos como hijos de Satanás (por ejemplo Jn 8. 44)! Y Jesús no odiaba.

El odio ha sido la tónica e impronta del castrismo; el odio proclamado desde la tribuna de la Plaza de la Revolución acompañado de los reclamos furiosos de ¡Paredón! El odio proclamado por Ernesto Guevara: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

Tal vez en algunos sectores de los opositores al castrismo haya manifestaciones maniqueas; pero el maniqueísmo has sido el argumento fundamental de los usurpadores del poder para distinguir entre buenos y malos; para desvirtuar la realidad cubana; para definir en blanco y negro lo malo y lo bueno, sin matices. Quien no comulgue con sus doctrinas es el malo, al que no se le reconoce derecho alguno; el que exige, parafraseando a Mussolini, “Con la revolución todo, contra la revolución Nada”.

Finalmente, para concluir con sus burdas justificaciones Espacio Laical condena a la oposición por querer restablecer la democracia en Cuba, negándole su derecho, ganado con sufrimiento, marginación y cárceles participar en los destinos del país: “Los sectores que aspiran única y simplemente a derrocar al Gobierno cubano, no pueden ni deben ser los que tengan en sus manos el futuro de Cuba”. ¿Quiénes, pues, según Espacio Laical pueden y deben ser los que tengan en sus manos el futuro de Cuba? Quizá este derecho se lo esté concediendo a los usurpadores del gobierno; quizá a futuros posibles comunistas reciclados, quizá a los inquisidores de Espacio Laical.

La oposición cubana no aspira única y simplemente a derrocar al Gobierno totalitario; busca más allá, devolverle al pueblo la soberanía que se le ha conculcado para entregarla al Buró Político del Partido Comunista y de hecho depositada en manos de su Secretario General; redimir la economía nacional, que no el embargo, sino la ineficiencia criminal del gobierno la que la ha conducido a la bancarrota, rescatar todos los valores que expresan la cubanía y la dignidad del ciudadano.

Poco favor le hace Espacio Laical a la gestión que el Cardenal Jaime Ortega ha conducido con el gobierno. Sus falacias, su falta de honestidad, en lugar de disipar las dudas sobre la entereza cívica del cardenal lo que hace es incrementarlas y hacerlas más agudas.  



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