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La apertura de los timbiriches no es La Apertura

Miguel Saludes

 “No hay nada más triste que subutilizar el recurso humano, con tantas cosas como pueden hacerse; porque debe ser tarea de la Revolución buscar nuevas fuentes de producción y de servicio para emplear el personal, es un deber del Estado socialista. Pero la peor de todas las fórmulas es la de inflar las plantillas, porque degenera a la gente, corrompe a la gente, los enseña a no trabajar, los enseña a hacer entre tres lo que puede hacer un hombre.”
                                                                   Fidel Castro, 30 de noviembre, de 1986

 

MIAMI, Florida, agosto, www.cubanet.org -- El timbiriche de Lola ocupaba un lugar importante en la acera habanera de Virtudes. El  desbarajuste de tablones pintado de blanco, techado con tejas de barro y zinc, compartía la cuadra que moría en Belascoían, junto a dos bares, un pequeño club nocturno y la farmacia de las hermanas Penichet. Una profusión comercial que se repetía en múltiples manzanas habaneras. A pesar de su aspecto, el pequeño local era un activo foco de vida en la barriada. Abierto desde tempranas horas de la mañana hasta bien entrada la noche, ofertaba confituras, refrescos, batidos de fruta, café, cigarros, postales, folletines, revistas y periódicos. Era mucho, considerando que se trataba de los seis primeros años del experimento fidelista. En 1967 al negocio de Lola apenas le restaba un año de vida. 

Un buen día el timbiriche no abrió más. Devorado por la ofensiva revolucionaria del 68, quedó como vivienda de su propietaria, una anciana negra y obesa, cual encarnación de un personaje animado por George Pall.  Nunca supe como recibió en lo más recóndito de su espíritu la decisión que acababa con el fruto de un esfuerzo personal y humilde en extremo.  A pesar de ser apasionadamente revolucionaria, la dueña del establecimiento vio estigmatizar su labor como un rezago capitalista. Muchos años después Lola partió en cuerpo y alma. Tras ella se fueron los vestigios de su cafetín de mala muerte, que tanta alegría dio a nuestra niñez habanera.

Con el cierre de los negocios privados nada fue mejor.  Por largo tiempo se ausentaron los refrescos, las confituras, batidos y toda suerte de chucherías.

Comenzó la era de los Tupamaros, cigarros confeccionados con el primer papel que aparecía. Los fumadores empedernidos daban 20 pesos por una cajetilla que ayer no llegaba al peso. Algo peor tendrían que hacer. Algunos se dedicaron a la limpieza voluntaria de la vía pública, recogiendo cuanto cabo de cigarro quedaba tirado en aceras, parques y paradas de autobuses. 

Al paso del tiempo volvieron los particulares, con más restricciones, trabas burocráticas y siempre bajo la mirada recelosa de los guardianes de la pureza – mejor decir de la pereza- socialista. Estos capitalistas de nuevo orden han navegado con poca estabilidad. Muchos de ellos desaparecieron con la misma prontitud con que surgieron. El sistema gobernante les manifiesta su aprecio llamándoles bandidos, especuladores, explotadores y lacra social explotadora. Los adjetivos suelen llegar acompañados de multas absurdas o excesivas, extorciones de todo tipo y leyes que funcionan a manera de barreras, para ahogarlos.

Recientemente el gobernante Raúl Castro alentó las esperanzas a los cuentapropistas, nombre con el se identifica en Cuba a la fuerza productiva individual. El general asegura que este nuevo impulso no significa un regreso al pasado. Pero la realidad pone en evidencia que el retroceso comenzó verdaderamente con la puesta en marcha del proyecto que culminó en 1968, para borrar la libre empresa en la sociedad cubana. Este indicio de reapertura, si en definitiva termina de concretarse, tendrá que superar la destrucción perpetrada en aras del futuro comunista.  

Pasados más de treinta años, alguien comprendió que el llamado paternalismo de estado era un error imposible de mantener, ni siquiera para garantizar el empleo para todos. Esta bandera, como tantas otras utilizadas para mostrar el lado generoso del sistema totalitario cubano, ahora tiene que ser arriada. Los timbiriches y otras actividades privadas, aparecen como alternativa lúcida frente a la amenaza de un desempleo que aterra por la cifra. El descubrimiento se produce en medio del adverso arrastre de una moneda que no consigue levantarse, aún con la circulación de una paralela, con valor de divisa canjeable. Tampoco hay azúcar, el café está en peligro de extinción y la producción de bienes de consumo padece de una dependencia externa muy superior a la que tanto se criticara en la época republicana.

Antes que se produjera el decreto aniquilador de bodegas, cafeterías, barberías, vendedores ambulantes o los propios timbiriches, en Cuba existía una industria nacional que tenía capacidad para abastecer a esas entidades. Las mercancías que expendía Lola no provenían de Estados Unidos (cuando su establecimiento fue clausurado ya el país pasaba por ocho años de “brutal bloqueo imperialista”) y aún menos de la Unión Soviética o los países amigos que tenían relaciones con la Isla.

Algunos reporteros señalan que los cubanos están escépticos ante las buenas nuevas anunciadas por el sustituto de Fidel. Las palabras del Ministro de Economía Marino Murillo justifican el escepticismo. "No se puede hablar de reformas, estamos estudiando una actualización del modelo económico cubano, donde van a primar las categorías económicas del socialismo y no el mercado". A esto hay que agregar la afirmación hecha por este funcionario de que en la Isla seguirá rigiendo la planificación centralizada.

El tiempo se acaba. Le tocó a Raúl Castro iniciar el desmontaje inevitable, de un sistema inoperante e improductivo. Desgraciadamente no habrá resurrección para el timbiriche de Lola, la bodega de Basilio, la cafetería de Pastor, la guarapera de Naty, el bar de Mongo o la tintorería de José. Estas fueron algunas de las víctimas propiciatorias de un sistema que destruyó los fundamentos de una sociedad, a la que condenó a padecer el paternalismo de miseria que ahora declaran erróneo y finiquitado.



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