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Por un código de señales de mayor alcance

Salvador Inclán

PENSILVANIA, noviembre, www.cubanet.org –En los primeros asentamientos humanos probablemente tuvieron la necesidad de advertir a sus miembros de los peligros circundantes. Si aquellos tempranos pobladores hubiesen desarrollado alguna forma de escritura, los arqueólogos de hoy tal vez encontrarían rústicos bloques de piedra con inscripciones de: “Peligro, no se acueste, cruce de Mamuts”, “¡No apague el fuego!,” “Cueva de Tyrannosauro”, “Rio cercano” y otros por el estilo. 

Los que hoy habitamos este bello planeta disponemos de un extenso código de señales que se ha ido enriqueciendo gracias al enorme conocimiento adquirido y acumulado por la especie. Tres grandes grupos conforman este dispositivo, según sean los propósitos específicos de las mismas. Ellos son: las señales "Informativas",  las "Preventivas" y las de "Advertencia de Peligro" pues nos indican la inminencia de alguno. Un cartel colocado a uno de los lados de cualquier autopista, nos informa de la cercanía de un hospital, restaurante, o estación de gasolina. Uno o varios conos rojos nos previenen de una caída por causa del  pavimento mojado o de una rotura en la acera. Por último, avisos de incendio, radioactividad, vertidos químicos y otras catástrofes ayudan continuamente a preservar vidas.

Este casi perfecto sistema del que dispone la humanidad, y al que ha llegado no sin dificultad e ingenio, no nos sirve sin embargo para prevenir el efecto devastador de otro letal enemigo: al que llamaremos “Tyrannus Cruentus”. Los estudiosos aún no han hallado una categoría taxonómica apropiada que consiga definir a esta criatura peculiar, y quizás si por ello mismo logra pasar inadvertida en su etapa embrional, cuando sería posible y muy deseable su eliminación. Durante esta etapa y en la inmediatamente posterior el "Tyrannus" se expresa mediante balbuceos entre discretos e indirectos que ocultan al engendro en desarrollo. Para su detección temprana sería necesario fijar la modalidad de su nacimiento pues, se podría comprobar mediante los ejemplares vivos y coleando que están a la vista, que los mismos son engendrados por un padre asexuado mediante esporas ideológicas expulsadas y transmitidas como bacilos por las ondas hertzianas entre convulsiones y alaridos ideológicos. De ahí la inevitable contaminación o cuando no se produce ésta, la intoxicación y el rechazo que los cuerpos saludables suelen oponerle. La epidemia puede en cualquier momento alcanzar dimensiones catastróficas.

Países como Rusia, Alemania, Italia, Corea, China, Cambodia, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, para sólo mencionar un manojo de ellos, padecieron o padecen en la actualidad de sus respectivos Tyrannus Cruentus: Lenin y su descendencia, Kim II Sung y la suya,  Mao, Polt Pot, Fidel y Raúl Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales son o han sido algunos de los agentes o vectores transmisores. No es casual que todos compartan un mismo patrón genético-ideológico, bien que los actuales ejemplares sufren una inevitable e irreversible mutación debido quizás a la senilidad de sus progenitores, la cual inhibe igualmente la actividad cerebral a estos continuadores. 

Los científicos y diseñadores de códigos, en conjunto, deberían trabajar en la creación de un sistema de señales que informe, prevenga y avise del peligro de nuevos vectores de este ultra peligroso mal ante el cual la humanidad no conoce reposo ni tregua, pues sus efectos inevitablemente han probado ser desastrosos, únicamente comparables a los de la plaga o el Alzheimer. 





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