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Los sucesos de Corea
 

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - La paz pende nuevamente de un hilo como consecuencia de la hostilidad entre ambas partes de Corea. Las maniobras militares conjuntas, con la participación de fuerzas de los Estados Unidos, se suceden en los mares adyacentes a la controvertida península, mientras que los norcoreanos han ocasionado víctimas fatales a sus adversarios en más de una ocasión.

Aunque durante años la propaganda comunista se desgañitó hablando de “la agresión imperialista contra la República Popular Democrática de Corea”, ahora existe un consenso bastante generalizado: quien desencadenó el terrible conflicto fue el tirano de Pyongyang. Recuerdo haber leído sobre el particular en Novedades de Moscú durante la era de la perestroika.

El semanario soviético, que en tiempos de Gorbachov se convirtió en el más codiciado de los medios de prensa vendidos en Cuba, informó sobre un encuentro de especialistas en cuestiones militares celebrado en Moscú, el cual arribó a conclusiones inesperadas, por decir lo menos.

Como se sabe, la capital del Sur cayó en manos de los norteños pocos días después del inicio del conflicto. La versión comunista era que “sus aguerridas tropas habían logrado detener la agresión desencadenada por el imperialismo yanqui y sus títeres”, y acto seguido habían desatado una contraofensiva fulminante que condujo a la toma de Seúl primero, y semanas más tarde les permitió arrinconar a las tropas aliadas en los accesos a Pusán, en el extremo sur de la península.

El consenso de los estrategas reunidos en la capital rusa era sencillo: Lo planteado por el tirano Kim Il Sung y sus plumíferos era sencillamente inverosímil. Desde el punto de vista técnico, no es posible que un ejército atacado neutralice una ofensiva enemiga y pase al contraataque con esa pasmosa rapidez. La conclusión: fue Corea del Norte la que desató la agresión e inició la terrible guerra.

Después, se produjo el histórico desembarco de las fuerzas de las Naciones Unidas conducidas por el general Douglas MacArthur a la altura de Seúl, operación que amenazó con cortar las líneas de suministros y envolver en territorio hostil a las tropas comunistas del “Invencible Mariscal de Acero”. Éstas, en su veloz retirada, quedaron arrinconadas contra el río Yalú, en la frontera con China. Intervinieron entonces los “voluntarios” del coloso asiático, que rechazaron a las fuerzas de la coalición democrática hasta el paralelo 38, donde se estabilizó el frente hasta el fin de la guerra, en 1953.

Vemos ahora que la historia se repite. La prensa de izquierdas insiste en las críticas a las constantes maniobras aeronavales que hacen las fuerzas de Estados Unidos, Corea del Sur y Japón, pero se olvida de recordar un hecho cierto: los únicos muertos, hasta ahora, han sido precisamente los de esa parte del conflicto.

Mientras los aliados se han limitado a exhibir sus poderosos músculos de su lado de la línea de demarcación, los seguidores de Kim Jong Il han ocasionado bajas a los surcoreanos en dos oportunidades: primero, con el hundimiento de la corbeta Cheonan; después, con el bombardeo a la isla de Yeongyang.

Mientras el diminuto monarca comunista, que heredó la corona de su padre y se apresta a traspasarla a su hijo, juega con fuego, el sufrido pueblo que gime bajo su férula continúa padeciendo todo género de calamidades. Sus compatriotas de la zona sur, mientras tanto, disfrutan de un régimen democrático y una prosperidad envidiable. ¡Excelente ejemplo de lo que significa el comunismo para los países que lo sufren!




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