CUBANET

Febrero 15, 1999

Autoridades cubanas hostigan a religiosos católicos


por Oswaldo de Céspedes y Angel Pablo Polanco, Cooperativa de Periodistas Independientes

LA HABANA, febrero - Fray Alberto Barrios Pérez, un joven sacerdote franciscano que reside en la iglesia de la Santa Cruz, hizo público un escrito titulado "Crónica de una experiencia de reconciliación", en el que narra cómo agentes cubanos de la Seguridad estatal, hostigaron a un grupo de religiosos de la iglesia Nuestra Señora de la Guardia (católica), el pasado 25 de enero. El documento fue entregado a la Cooperativa de Periodistas Independientes por el ingeniero Joaquín Rafael Martínez y Norma de la Paz, de Unión Cívica Nacional, quienes forman parte de la comunidad católica de esa iglesia, donde el pasado domingo 31, después que el padre Alberto ofició la misa, se distribuyó la crónica entre los asistentes. A continuación, su texto íntegro:


Crónica de una experiencia de reconciliación

El fundamento de esta experiencia fue puesto por la gran misa celebrada el 25 de enero de 1998 por el Papa Juan Pablo II y todo el pueblo cubano, en el lugar más significativo como corazón del pueblo, su centro vital: la plaza José Martí. Aquel día vivimos como una especie de reconciliación con nuestra propia historia (CF. Audiencia del Papa después de su visita a Cuba, miércoles 28-1-98), puesto que nos encontramos juntos todos los cubanos, representados en la persona presente de toda ideología, posición socio-política, raza, religión. Todos con un fin único y sincero de participar, cada cual según su convicción, de la acción más excelsa que puede realizarse en esta tierra: la alabanza y el culto a Dios por Jesucristo, realizada por la iglesia, en máxima representatividad como cuerpo de Cristo, al presidir la Eucaristía el sucesor de Pedro. También el pueblo entero de Cuba y de la diáspora pudo unirse, rezar y llorar, gracias a los medios televisivos que extendieron sus transmisiones a gran parte del mundo.

Nuestra experiencia tuvo lugar, justamente, un año después de aquélla, en el mismo lugar, en plena continuidad con ella, pero ahora bajo circunstancias bien distintas: no ha convocado nadie oficialmente. Juan Pablo II no se encuentra en Cuba. Sí en el continente americano (en el vecino país México), y en La Habana la vida parece transcurrir normalmente, como cualquier lunes por la mañana.

Nos había enviado el Papa un mensaje en ocasión del primer aniversario de su visita a Cuba, en el cual nos recordaba que después de su visita "se ha abierto" una nueva etapa que presenta nuevos caminos, "nuevos desafíos desde la fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio, así como al compromiso profético y de servicio al pueblo". Su invitación era fundamentalmente de "seguir dejándose guiar por la fuerza que viene de lo alto" y de "ser protagonistas de la continuidad y aplicación práctica de todo el magisterio que la providencia me inspiró al visitarlos". Y nos recomendaba: "No tengan miedo de los riesgos que puedan acompañar la opción de seguir al Señor con renovado fervor y audacia".

Eran las cinco de la mañana cuando un grupo de fieles de la iglesia de Nuestra Señora de la Guardia, en Luyanó, se disponía a encontrarse allí para ir a la plaza José Martí a rezar el rosario de la aurora. La decisión nació de un matrimonio de la comunidad: Carlos y Sara, que ya habían realizado en varias ocasiones, los días 25 de cada mes, ese rosario, y transmitían la experiencia de que ese lugar, la Plaza, frente a la Biblioteca Nacional, tenía un sabor a santuario. Una gracia especial está ya indisolublemente unida a ese lugar. Yo mismo, sacerdote rector de la comunidad, animado por esa iniciativa, hice, con cinco amigos más, el rosario de la aurora, allí, el 25 de julio del 98, al cumplirse seis meses de aquel acontecimiento, y después comuniqué a la comunidad la bella experiencia, cómo nos habíamos visto, llenos de una presencia especial del Espíritu, y animé a todos a elevar una oración a Dios, cada vez que tuvieran la ocasión de pasar por aquel lugar, donde apareció grande, casi como una "aparición", la querida y popular imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

Pues bien, eran las cinco de la mañana, y esta vez se cumplía el primer aniversario de aquel hecho fundamental. Yo, sacerdote franciscano, había decidido acompañar al grupo de fieles que se unió a Carlos y Sara para rezar el rosario en la plaza. Nuestra sorpresa fue ver la calle Quiroga, al costado de la iglesia, literalmente tomada por un cuerpo numeroso (alrededor de 15 ó más) de agentes del gobierno, vestidos de civil que, solicitando el carné de identidad, detuvieron a los que comenzaron a llegar. Tres hombres llevaron a un lugar apartado a la señora Sara Mateo, e impidieron que nadie se acercara a ellos, que "estaban conversando". Nada valieron los reclamos de su esposo Carlos, quien les recordaba que estábamos en la calle (lugar de todos), y que ésa era su esposa. También yo, que llevaba el hábito franciscano, fui impedido de llegar al lugar de dicha "conversación".

Me detuve unos minutos para dar credibilidad a lo que veían mis ojos, obedeciendo a la gente que me mandó a no moverme. Después le pregunté: "Por qué tres contra una mujer?" Enseguida dos de ellos me hablaron a la vez para decirme que eso no era una lucha, que no se trata de tres contra una, que ellos están conversando. Mi sorpresa y sensación de liberación fue cuando decidí que no queríamos conversar así, y dije: "No queremos conversar", y grité: "Vamos, Sara!".

En ese mismo instante, antes de que yo terminara de hablar, el que representaba a los agentes dijo: "Está bien, está bien, devuélvanle el carnet y déjenlos ir".

El responsable del grupo de agentes había llegado al acuerdo con Sara de que fuéramos a la plaza, pero que rezáramos el rosario en los jardines de la Biblioteca Nacional, no propiamente en la plaza. Ellos se habían convencido de que realmente no íbamos a hacer otra cosa que rezar el rosario, y que eso no nos lo podían impedir.

Fuimos a pie, alrededor de 25 personas. Al llegar a la Biblioteca Nacional, estaban allí esperándonos el mismo grupo de agentes, y saludándolos, nos dispusimos en forma de círculo junto a la bandera cubana, que ocupa el lugar central de la Biblioteca. Y allí rezamos un rosario en el mismo momento de la aurora, a un año exacto (hasta en horas) de la procesión que el pueblo realizara con la Virgen de la Caridad, desde la catedral de La Habana, hasta el estrado construido para la gran celebración del Papa y del pueblo.

El viento de un débil frente frío, otra vez soplaba con el mismo vigor del Espíritu. Hubo cantos y hubo preces, oraciones por todos, especialmente por aquéllos que tienen la responsabilidad de cuidar el orden, para que lo hagan con un corazón humano y sensible, como llegaron a hacerlo éstos, que esta mañana comenzaron agresivos, pero después nos comprendieron, y también pedimos para que aquel lugar fuera reconocido oficialmente con algún signo como el sitio donde ha ocurrido un hecho tan trascendental en nuestro país en el umbral del tercer milenio.

Terminamos el rosario con la bendición de Dios, impartida por este indigno servidor, bendición que deseé explícitamente fuera extendida a toda la plaza, y a ese ámbito relacionado con el Sagrado Corazón de Jesús en la Biblioteca Nacional. Y pedimos que todo el que por allí pasara y allí orara, recibiera una especial correspondencia divina. Y no nos fuimos sin antes darnos todos mutuamente un abrazo de paz, delicioso como el de aquella misa. Y no faltó el abrazo a las autoridades, a aquel hombre que, de una actitud persecutoria, pasó, aquella mañana, a una posición de comprensión y hasta de muestras de afecto. Y no olvidamos que era el día de la conversión de San Pablo.

Un "broche de oro" lo puso el efusivo beso de saludo que, de corazón pude dar, a la señora Teresita, de la Oficina de Asuntos Religiosos, a quien respondí a su preocupación sobre quién había autorizado esto: "El Papa".

La realidad es que no habíamos leído aún el más reciente mensaje que el Santo Padre nos dio por este primer aniversario de su histórico encuentro con Cuba. Pero precisamente, eso nos hace pensar que es el mismo Espíritu, "que nos viene de lo alto", y que "ha querido soplar en Cuba", quien nos condujo, porque en ese documento, el sucesor de Pedro nos repite: "Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y social", y especifica: "Asumir esta responsabilidad debe significar hoy para la Iglesia en Cuba, poder profesar la fe en sitios públicos reconocidos, ejercer la caridad de forma personal y social, educar las conciencias para la libertad y el servicio de todos los hombres, y estimular las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad..."

Al llegar a la iglesia de la Santa Cruz, lugar donde resido, recé ante el Santísimo Sacramento, un Tedeum de acción de gracias por esta experiencia de reconciliación, y recordé un fragmento del histórico documento de los obispos cubanos "El amor todo lo espera", cuando habla del diálogo entre cubanos y dice: "Con la fuerza se puede ganar un adversario, pero se pierde un amigo, y es mejor un amigo al lado que un adversario en el suelo". Un diálogo que pase por la misericordia, la amnistía, la reconciliación, como lo quiere el Señor, que ha "reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz, y destruyendo la enemistad" (El amor todo lo espera, 61).

Recorrer este camino supone superar el miedo a los riesgos que pueda tener, pero ahora el Papa nos alienta, diciendo a todos los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los fieles cubanos: "Ustedes conocen bien la misteriosa fecundidad de la cruz, en la que el Señor, vida y esperanza nuestra, nos fortalece a todos, y nos acompaña con su presencia siempre renovadora." (mensaje de Juan Pablo II al celebrarse un año de su visita a Cuba).

Gracias.

Fray Alberto Barrios Pérez, OFM.


El fraile Alberto Barrios, el mismo día que hizo público este documento, ofició la misa dominical de la iglesia San Francisco de Paula, donde dio a conocer que varias personas, pertenecientes a grupos de derechos humanos habían sido detenidos porque "iban a participar" en la actividad religiosa relatada por él en su crónica.


Efectivamente, mientras los 25 religiosos decían sus "cantos, preces y oraciones por todos", en los jardines de la Biblioteca Nacional, 13 personas fueron encarceladas en las lóbregas celdas de 100 y Aldabó, entre ellas, católicos a los que se le impidió participar en la actividad cristiana.




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