LA HABANA, febrero - Fray Alberto Barrios Pérez, un joven sacerdote
franciscano que reside en la iglesia de la Santa Cruz, hizo público un
escrito titulado "Crónica de una experiencia de reconciliación",
en el que narra cómo agentes cubanos de la Seguridad estatal, hostigaron
a un grupo de religiosos de la iglesia Nuestra Señora de la Guardia (católica),
el pasado 25 de enero. El documento fue entregado a la Cooperativa de
Periodistas Independientes por el ingeniero Joaquín Rafael Martínez
y Norma de la Paz, de Unión Cívica Nacional, quienes forman parte
de la comunidad católica de esa iglesia, donde el pasado domingo 31,
después que el padre Alberto ofició la misa, se distribuyó
la crónica entre los asistentes. A continuación, su texto íntegro:
Crónica de una experiencia de reconciliación
El fundamento de esta experiencia fue puesto por la gran misa celebrada el
25 de enero de 1998 por el Papa Juan Pablo II y todo el pueblo cubano, en el
lugar más significativo como corazón del pueblo, su centro vital:
la plaza José Martí. Aquel día vivimos como una especie de
reconciliación con nuestra propia historia (CF. Audiencia del Papa después
de su visita a Cuba, miércoles 28-1-98), puesto que nos encontramos
juntos todos los cubanos, representados en la persona presente de toda ideología,
posición socio-política, raza, religión. Todos con un fin único
y sincero de participar, cada cual según su convicción, de la acción
más excelsa que puede realizarse en esta tierra: la alabanza y el culto a
Dios por Jesucristo, realizada por la iglesia, en máxima
representatividad como cuerpo de Cristo, al presidir la Eucaristía el
sucesor de Pedro. También el pueblo entero de Cuba y de la diáspora
pudo unirse, rezar y llorar, gracias a los medios televisivos que extendieron
sus transmisiones a gran parte del mundo.
Nuestra experiencia tuvo lugar, justamente, un año después de
aquélla, en el mismo lugar, en plena continuidad con ella, pero ahora
bajo circunstancias bien distintas: no ha convocado nadie oficialmente. Juan
Pablo II no se encuentra en Cuba. Sí en el continente americano (en el
vecino país México), y en La Habana la vida parece transcurrir
normalmente, como cualquier lunes por la mañana.
Nos había enviado el Papa un mensaje en ocasión del primer
aniversario de su visita a Cuba, en el cual nos recordaba que después de
su visita "se ha abierto" una nueva etapa que presenta nuevos caminos,
"nuevos desafíos desde la fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio,
así como al compromiso profético y de servicio al pueblo". Su
invitación era fundamentalmente de "seguir dejándose guiar
por la fuerza que viene de lo alto" y de "ser protagonistas de la
continuidad y aplicación práctica de todo el magisterio que la
providencia me inspiró al visitarlos". Y nos recomendaba: "No
tengan miedo de los riesgos que puedan acompañar la opción de
seguir al Señor con renovado fervor y audacia".
Eran las cinco de la mañana cuando un grupo de fieles de la iglesia
de Nuestra Señora de la Guardia, en Luyanó, se disponía a
encontrarse allí para ir a la plaza José Martí a rezar el
rosario de la aurora. La decisión nació de un matrimonio de la
comunidad: Carlos y Sara, que ya habían realizado en varias ocasiones,
los días 25 de cada mes, ese rosario, y transmitían la experiencia
de que ese lugar, la Plaza, frente a la Biblioteca Nacional, tenía un
sabor a santuario. Una gracia especial está ya indisolublemente unida a
ese lugar. Yo mismo, sacerdote rector de la comunidad, animado por esa
iniciativa, hice, con cinco amigos más, el rosario de la aurora, allí,
el 25 de julio del 98, al cumplirse seis meses de aquel acontecimiento, y después
comuniqué a la comunidad la bella experiencia, cómo nos habíamos
visto, llenos de una presencia especial del Espíritu, y animé a
todos a elevar una oración a Dios, cada vez que tuvieran la ocasión
de pasar por aquel lugar, donde apareció grande, casi como una "aparición",
la querida y popular imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
Pues bien, eran las cinco de la mañana, y esta vez se cumplía
el primer aniversario de aquel hecho fundamental. Yo, sacerdote franciscano, había
decidido acompañar al grupo de fieles que se unió a Carlos y Sara
para rezar el rosario en la plaza. Nuestra sorpresa fue ver la calle Quiroga, al
costado de la iglesia, literalmente tomada por un cuerpo numeroso (alrededor de
15 ó más) de agentes del gobierno, vestidos de civil que,
solicitando el carné de identidad, detuvieron a los que comenzaron a
llegar. Tres hombres llevaron a un lugar apartado a la señora Sara Mateo,
e impidieron que nadie se acercara a ellos, que "estaban conversando".
Nada valieron los reclamos de su esposo Carlos, quien les recordaba que estábamos
en la calle (lugar de todos), y que ésa era su esposa. También yo,
que llevaba el hábito franciscano, fui impedido de llegar al lugar de
dicha "conversación".
Me detuve unos minutos para dar credibilidad a lo que veían mis ojos,
obedeciendo a la gente que me mandó a no moverme. Después le
pregunté: "Por qué tres contra una mujer?" Enseguida dos
de ellos me hablaron a la vez para decirme que eso no era una lucha, que no se
trata de tres contra una, que ellos están conversando. Mi sorpresa y
sensación de liberación fue cuando decidí que no queríamos
conversar así, y dije: "No queremos conversar", y grité:
"Vamos, Sara!".
En ese mismo instante, antes de que yo terminara de hablar, el que
representaba a los agentes dijo: "Está bien, está bien, devuélvanle
el carnet y déjenlos ir".
El responsable del grupo de agentes había llegado al acuerdo con Sara
de que fuéramos a la plaza, pero que rezáramos el rosario en los
jardines de la Biblioteca Nacional, no propiamente en la plaza. Ellos se habían
convencido de que realmente no íbamos a hacer otra cosa que rezar el
rosario, y que eso no nos lo podían impedir.
Fuimos a pie, alrededor de 25 personas. Al llegar a la Biblioteca Nacional,
estaban allí esperándonos el mismo grupo de agentes, y saludándolos,
nos dispusimos en forma de círculo junto a la bandera cubana, que ocupa
el lugar central de la Biblioteca. Y allí rezamos un rosario en el mismo
momento de la aurora, a un año exacto (hasta en horas) de la procesión
que el pueblo realizara con la Virgen de la Caridad, desde la catedral de La
Habana, hasta el estrado construido para la gran celebración del Papa y
del pueblo.
El viento de un débil frente frío, otra vez soplaba con el
mismo vigor del Espíritu. Hubo cantos y hubo preces, oraciones por todos,
especialmente por aquéllos que tienen la responsabilidad de cuidar el
orden, para que lo hagan con un corazón humano y sensible, como llegaron
a hacerlo éstos, que esta mañana comenzaron agresivos, pero después
nos comprendieron, y también pedimos para que aquel lugar fuera
reconocido oficialmente con algún signo como el sitio donde ha ocurrido
un hecho tan trascendental en nuestro país en el umbral del tercer
milenio.
Terminamos el rosario con la bendición de Dios, impartida por este
indigno servidor, bendición que deseé explícitamente fuera
extendida a toda la plaza, y a ese ámbito relacionado con el Sagrado
Corazón de Jesús en la Biblioteca Nacional. Y pedimos que todo el
que por allí pasara y allí orara, recibiera una especial
correspondencia divina. Y no nos fuimos sin antes darnos todos mutuamente un
abrazo de paz, delicioso como el de aquella misa. Y no faltó el abrazo a
las autoridades, a aquel hombre que, de una actitud persecutoria, pasó,
aquella mañana, a una posición de comprensión y hasta de
muestras de afecto. Y no olvidamos que era el día de la conversión
de San Pablo.
Un "broche de oro" lo puso el efusivo beso de saludo que, de corazón
pude dar, a la señora Teresita, de la Oficina de Asuntos Religiosos, a
quien respondí a su preocupación sobre quién había
autorizado esto: "El Papa".
La realidad es que no habíamos leído aún el más
reciente mensaje que el Santo Padre nos dio por este primer aniversario de su
histórico encuentro con Cuba. Pero precisamente, eso nos hace pensar que
es el mismo Espíritu, "que nos viene de lo alto", y que "ha
querido soplar en Cuba", quien nos condujo, porque en ese documento, el
sucesor de Pedro nos repite: "Ustedes son y deben ser los protagonistas de
su propia historia personal y social", y especifica: "Asumir esta
responsabilidad debe significar hoy para la Iglesia en Cuba, poder profesar la
fe en sitios públicos reconocidos, ejercer la caridad de forma personal y
social, educar las conciencias para la libertad y el servicio de todos los
hombres, y estimular las iniciativas que puedan configurar una nueva sociedad..."
Al llegar a la iglesia de la Santa Cruz, lugar donde resido, recé
ante el Santísimo Sacramento, un Tedeum de acción de gracias por
esta experiencia de reconciliación, y recordé un fragmento del
histórico documento de los obispos cubanos "El amor todo lo espera",
cuando habla del diálogo entre cubanos y dice: "Con la fuerza se
puede ganar un adversario, pero se pierde un amigo, y es mejor un amigo al lado
que un adversario en el suelo". Un diálogo que pase por la
misericordia, la amnistía, la reconciliación, como lo quiere el Señor,
que ha "reconciliado a los dos pueblos con Dios, uniéndolos en un
solo cuerpo por medio de la cruz, y destruyendo la enemistad" (El amor todo
lo espera, 61).
Recorrer este camino supone superar el miedo a los riesgos que pueda tener,
pero ahora el Papa nos alienta, diciendo a todos los obispos, sacerdotes,
religiosos y religiosas, y a los fieles cubanos: "Ustedes conocen bien la
misteriosa fecundidad de la cruz, en la que el Señor, vida y esperanza
nuestra, nos fortalece a todos, y nos acompaña con su presencia siempre
renovadora." (mensaje de Juan Pablo II al celebrarse un año de su
visita a Cuba).
Gracias.
Fray Alberto Barrios Pérez, OFM.
El fraile Alberto Barrios, el mismo día que hizo público este
documento, ofició la misa dominical de la iglesia San Francisco de Paula,
donde dio a conocer que varias personas, pertenecientes a grupos de derechos
humanos habían sido detenidos porque "iban a participar" en la
actividad religiosa relatada por él en su crónica.
Efectivamente, mientras los 25 religiosos decían sus "cantos,
preces y oraciones por todos", en los jardines de la Biblioteca Nacional,
13 personas fueron encarceladas en las lóbregas celdas de 100 y Aldabó,
entre ellas, católicos a los que se le impidió participar en la
actividad cristiana.