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Prevenciones necesarias ante un diálogo inesperado

Miguel Saludes

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -El inédito reconocimiento hecho por el gobierno de Raúl Castro al papel mediador de la Iglesia Católica cubana, tomó por sorpresa a muchos, incluyendo al mismo Cardenal Jaime Ortega. El primado encabezó las primeras conversaciones directas y públicas entre la institución religiosa y el Estado.

La reunión sostenida entre el Purpurado y el General Castro, fue precedida por un detalle extraño en el panorama político de la Isla. El cese del hostigamiento cruel a que fueran sometidas las integrantes de la agrupación Damas de Blanco contó con la presencia garante de Monseñor Ortega. Otra misión en la que se ha visto la participación activa de los obispos cubanos en estos días es el puente comunicativo establecido con el disidente Guillermo Fariñas, quien mantiene una prolongada huelga de hambre en demanda de la liberación de los presos políticos.

Precisamente el tema central de la novedosa ronda de conversaciones entre los líderes religiosos y el gobierno comunista es el de los presos políticos. Se habla de traslados y liberaciones, que aparentemente deben comenzar a materializarse a partir de la última semana de mayo. Transferencias de presos a cárceles cercanas a su domicilio, no quedan muchas por hacer. Lo inverosímil es que todavía existan esos casos, vestigios de la maldad infligida con todo rigor hacia los presos y su familia. Igual de asombroso debería ser el hecho de que continúen retenidas personas cuyo estado de salud es grave.

El paso dado por el gobierno cubano fue apreciado con esperanza por sus interlocutores católicos. Fuera del círculo religioso algunos aplauden con entusiasmo la decisión. Otros mantienen una reserva justificada en la desconfianza ante este gesto de buena voluntad gubernamental. No faltan las críticas fuertes lanzadas por igual a las dos partes sentadas en la mesa: la clerical y la castrista.

Que el gobierno cubano busca obtener resultados favorables con esta salida, catalogada de positiva, es indudable. La imagen dejada por los últimos actos contra las Damas de Blanco y la muerte del preso político Orlando Zapata ha sido harto costosa para la propaganda oficial.  El extremismo y el desenfreno “revolucionario” del recetario tradicional de la dictadura, esta vez le trajo consecuencias nefastas a nivel internacional. La carta de los intelectuales españoles es una de ellas.

En lo que atañe a la Iglesia, su postura es comprensible.  No hay contradicciones en que la institución cristiana busque espacio en la sociedad, sitio que le ha sido vedado durante cincuenta años en la realidad que vive Cuba. Lugar ya tiene por una labor caritativa admirable. Que la plaza se amplié gracias a la liberación de centenares de hombres condenados al encierro por sus ideas, merece respaldo. 

No debe establecerse el mismo parámetro para calibrar las motivaciones que mueven la participación de la Iglesia en este episodio, y las de sus interlocutores, aún cuando hayan sido estos los que pidiera la intervención de los obispos. Acusar a la institución y sus pastores de oportunismo no sería un acto de recta justicia.

Hay que tener en cuenta que la Iglesia católica cubana, con defectos y sombras, ha tenido la virtud de permanecer aislada, a veces contra su voluntad y otras por propia determinación, del vendaval totalitario que arrastró nuestra sociedad hasta el presente. Su permanencia, independencia y constancia en la misión, le otorgan el mérito de la credibilidad. No hay mejor interlocutor que ella para quien desee mostrar un rostro más simpático, que es a lo que parece apostar por ratos el régimen raulista.

Existen peligros y esa realidad no debe ser minimizada por entusiasmos fundamentados en meras propuestas o concesiones mediatizadas. Uno de los riesgos es la capacidad de manipular que este paso deja al Gobierno. Aceptar una solución que en nada debió ser agradable al sector ultra radical fidelista del Comité Central y sus dependencias, hace presumir esa posibilidad. Los requerimientos dirigidos a las Damas de Blanco para que no permitan la adhesión de las mujeres que las apoyan, es un hecho que apunta en esa dirección.

Aislar a las esposas y familiares de los presos, dividiéndolas en lo posible y aislarlas, bien merece algunas liberaciones, que se desprenden por la situación en que se encuentran los condenados. Si los más delicados perecen, que no sea en las mazmorras estatales. Por otro lado se conseguiría un alivio ante la opinión pública y de paso arrancar el aplauso de los que apelan ante cualquier evidencia, por mínima que sea, para demostrar que el régimen cubano camina hacia la democracia.  

Por eso las reglas deben ser claras para evitar cualquier intento manipulativo. Las respuestas ante ciertos requerimientos pueden ser tan sencillas como las que enunció  desde su celda el preso de conciencia Omar Rodríguez Saludes la semana pasada. Por qué las Damas de Blanco deben renunciar al apoyo solidario, que es de lo que se trata, cuando éste se amplifica a escala nacional e internacional en favor de los Cinco espías presos en Estados Unidos. Habría que cuestionarle al gobierno si no valdría hacer el mismo pedido a los grupos de apoyo que se articulan a través de organizaciones afines, grupos políticos, amigos, simpatizantes y representaciones diplomáticas cubanas, que movilizan amplias campañas para respaldar a los familiares de sus presos en Norteamérica.

Que la Iglesia sea reconocida como factor de diálogo y reconciliación, que en esta hora contribuya a liberar a hombres presos injustamente y a liberalizar a una sociedad atenazada por el miedo, honra a los católicos y a los cristianos en general. No debe existir temor por ello. Pero eso no implica dejar que los ojos se nublen ante falsas expectativas forjadas en vanas promesas, permitiendo que los malos propósitos de una parte frustren y alarguen el sufrimiento de aquellos que apenas tienen voces representativas, y confían en una de las pocas que conserva su autoridad institucional dentro de Cuba.





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