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No hay novedades en el estilo represivo del castrismo

Miguel Saludes

MIAMI, Florida, mayo, www.cubanet.org -Corrían los años finales de la década del ochenta. En Cuba se respiraba atmósfera de cambios. El olor renovador provenía del sitio más inesperado. Perestroika y el glasnot, dos palabras rusas, provocaban un desconcierto en la Isla que pocos hubieran podido imaginar apenas en 1985. La gente veía caer la venda de mentiras y falsedades sustentadas durante décadas de propaganda comunista. La claridad y espontaneidad con que eran enfocados temas, hasta entonces desconocidos o declarados tabús por los gurús oficialistas, estaban desarmando el sistema. Para el gobierno castrista aquello era un verdadero dolor de cabeza, porque no podían argumentar que se trataba de nuevas campañas imperialistas, papel que ahora encajaba también a la solidaria Unión Soviética y su élite de dictaduras, escudados en el marxismo leninismo y la defensa del proletariado.

La vertiginosa caída del eje soviético puso en inmediata alerta a sus fieles lacayos del Caribe, que buscaban por todos los medios desligarse del peligroso incendio democratizador que se propagaba en el mundo. La alarma se puso al rojo con los sucesos de Rumania. El derrocamiento de Ceausescu, y el proceso que culminó en su muerte, fue el detonante que activó la formación de las brigadas de respuesta rápida. Haciendo honor a su nombre, estos grupos se instituyeron de manera centelleante. El primer paso consistió en comprometer a la masa obrera, estudiantil y ciudadana en general, mediante la recogida de firmas apoyando la idea. Muy pocos se atrevieron a manifestar su desacuerdo con esta camorra represiva, a la que eran convocados públicamente en sus respectivos centros de trabajo o estudio.

Los acontecimientos se precipitaban. Castro tenía dos alternativas: el cambio o el atrincheramiento. Escoger entre dar libertad a la sociedad cubana y mantener el poder absoluto, no era opción para el dictador. Simplemente apostó por lo segundo, sabiendo que ello no excluía enfrentar el desborde popular. Así se tomaron parte de las últimas reservas económicas para comprar al mundo capitalista camiones anti motines y todos los artefactos necesarios para reprimir. Las porras, escudos especiales y los cañones de agua entraban a formar parte de la cotidianidad revolucionaria cubana. No obstante quedaba otra posibilidad. Echar pueblo contra pueblo, un método que el castrismo utilizó desde su advenimiento y al que apeló a plenitud durante las jornadas oscuras del Mariel.

El estreno de estos brigadistas con cables eléctricos  y  cabilla en mano, disimulados en la envoltura de una edición de Granma, se produjo durante los mítines de repudio contra la naciente oposición. Su presencia se hizo notar en 1991, en la asonada represiva contra Criterio Alternativo en Alamar.

La táctica represiva del castrismo, una perfección de los estilos fascistas tradicionales, se verificó en toda su magnitud durante el maleconazo.  Estacas de madera, en forma de bates de pelota, con consigna revolucionaria impresa en su superficie, fueron repartidas a decenas de personas conminadas a golpear a los que intentaban entrar en la embajada española en La Habana. 

Por eso no es sorpresa la reciente aparición de un documento, aparentemente donado por una fuente no identificada en la Isla, donde se pone en blanco y negro lo que ya se practica en vivo y en directo durante años. La novedad es que el formato descriptivo de cómo aplicar la razón con la fuerza, se produce bajo la rectoría la etapa pragmática del raulismo.

El Plan contra alteraciones del orden y disturbios contrarrevolucionarios establece las medidas necesarias para a rechazar todo tipo de revueltas, en especial las llamadas contrarrevolucionarias. El objetivo es impedir la materialización de cualquier protesta “a toda costa mediante las acciones que sean necesarias”, según reza uno de sus acápites.  El documento expone las misiones que deberán cumplir los trabajadores donde se produzcan ese tipo de actos.  Incluso menciona las armas a usar contra los revoltosos. De nuevo palos, cabillas y cables. Estos recursos,  desviados del proceso productivo al que fueron destinados, quedan al discreto uso de unos testaferros para cuando los lemas y argumentos enérgicos sirvan de poco. 

Sobra la aclaración  acerca del esfuerzo revolucionario por preservar el orden instituido. En estos días se ha podido apreciar de manera descarnada la puesta en práctica de estas medidas, aplicadas contra indefensas mujeres que reclaman pacíficamente justicia para los presos políticos. Uno de los último hechos, testimoniado en videos,  muestra imágenes de salvajismo,  lindantes entre los linchamientos del viejo oeste y los tiempos de la Inquisición, donde la chusma acudía a escupir, golpear y ofender a los que eran acusados de ser mercenarios al servicio del Diablo, poner en peligro la pureza de la Fe y contradecir unos principios que en realidad respondían más a prosaicos  intereses terrenales que a cuestiones divinas.

Si algo resulta llamativo en los acontecimientos ocurridos recientemente en Cuba y la circulación de un documento que implementa la manera en que debe ser reprimida cualquier expresión contra la dictadura, es que los que proclaman estos edictos y asumen su puesta en vigor, lejos de recibir la merecida condena por violación brutal de los derechos ciudadanos, continúan ocupando  impasibles sus  asientos en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Es la condena rotunda de los organismos internacionales la que debería ser noticia en el caso cubano.





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