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La política o el arte ¿Cuál terminará por imponerse?

Miguel Saludes

MIAMI, Florida, febrero, www.cubanet.org -Mientras todavía se debate en algunos círculos si los artistas de la Isla deben ser autorizados a actuar en Estados Unidos, muchas cosas parecen haber cambiado en la diáspora y en Cuba. El llamado a una marcha contra la presencia de Van Van en Miami no recibió la respuesta multitudinaria que los organizadores hubieran deseado. En cambio los conciertos se llenaron de un público ávido por disfrutar de la emblemática orquesta, hastiados por el desgaste de los conceptos ideológicos que cada vez dice menos a los nacidos en la otra orilla y los que han arribado allí en la última etapa.

Semanas antes de esta gira se produjeron algunos episodios que pusieron a prueba la empresa. Mayito Rivera, cantante de los Van Van, apareció en el sitio You tube entonando Hasta siempre Comandante. La pieza, que apareció hace años en la banda sonora del filme Estado de Sitio, es una de las más solicitadas por los capitalistas que acuden a turistear en el paraíso socialista caribeño. Mayito quiso demostrar al mundo que es comunista cantando con su hijo -desde Francia- la conocida composición de Carlos Puebla El video sirvió de argumento a los que se oponían a la flexibilización de las restricciones impuestas por Washington a los artistas de la Isla.

Por su parte Juan Formell encendió la hoguera durante una visita privada a Miami. En referencia a los presos políticos en Cuba, manifestó que si alguien estaba preso, algo debió hacer que justificara esa situación. Posteriormente las heridas se abrieron cuando el creador de los Van Van dijo que los exiliados pueden ir a su patria siempre que no pulsen las sensibles teclas del instrumento político.

Desgraciadamente el discurso de los que se oponen a la presencia de grupos como los Van Van, mantiene una retórica que coincide con la que por motivos opuestos, se hace desde La Habana. Prohibir, rechazar, son algunas de las palabras que priman en su discurso. Expresiones como la bandera no es de todos los cubanos, empleada por una manifestante frente al Versalles de la Calle Ocho, se parece a la utilizada por los moradores del Versalles situado en Santiago de Cuba, famoso como su homónimo de la Florida, aunque no precisamente por sus pasteles y coladas de café.

Más allá de la simpática manera de hacer comunismo al estilo de Mayito o de los criterios difusos vertidos por Formell, aún cuando se trate de inclinaciones auténticas hacia un idealismo político, existen consideraciones de mayor peso. 

Los “embajadores de la música cubana” hablan con más soltura al expresar su disposición de buena voluntad para lograr que sus colegas exiliados actúen en la Patria común. Incluso ya no ocultan el haber compartido escenario con alguno de ellos, como ocurrió en el caso de Juan Formell y Willy Chirino en Cancún. El problema surge cuando salta la política. Formell, y otros que le han antecedido, dieron una solución salomónica.

No hablar del tema. En Cuba eso no es problema. Allí no habrá periodista ni entrevistador que se atreva a romper la consigna. La cosa se dificulta cuando del repertorio se trata. La pachanga cubana tiene dos maneras de manifestarse. La de la Isla, durante décadas ha puesto cuidado en producir letras inocuas, ideales para la diversión. Los estribillos puestos para entonar con los vientos que soplan desde el Comité Central, pueden ser eliminados o adaptados según convenga. No ocurre lo mismo con las facturas del exterior. Ya viene llegando es un ejemplo.

La salida no está en pasar desapercibido, evitando hablar de sentimientos e ideas cuando la cuestión aflora. El hecho no está en callar sino en tener la libertad de decir. Los que vienen de la Isla parecen inclinarse por la primera opción. Sus compatriotas del exilio mantienen la segunda. Difícilmente acepten ser recíprocos callando sus opiniones o sacando del repertorio canciones consideradas lesivas por el poder para lograr su aceptación.  

No obstante existe una cuestión que supera todo lo anterior. Los artistas y creadores en general, no pasan a la posteridad por sus preferencias ideológicas sino por su legado artístico. En 1999 Hollywood premió el trabajo de una vida de Elia Kazán. La decisión recibió fuertes críticas. Durante la premiación efectuada en el marco de la entrega del Oscar, se vieron reacciones como las de Clint Eastwood, quien permaneció sentado y con los brazos cruzados en señal de protesta mientras se producía la entrega del trofeo. El rechazo se fundamentaba en las acciones de Kazán durante la “cacería de brujas” contra los comunistas. Pero los actos de “chivatería” al final quedaron superados por la calidad del director de cine, quien será recordado por filmes como Un Tranvía llamado deseo o Nido de Ratas.

Cuando pase la borrasca cubana que tanto dura, y nuestros nietos disfruten La Princesa y el sapo, sus padres o abuelos les dirán con orgullo que tres de las voces que interpretan los temas en español son cubanas. Y una de ellas precisamente es la de Omara Portuondo. Ese día nadie preguntará si la integrante de Buena Vista Social Club era fidelista o si alguna vez reverenció a un general nombrado Raúl Castro.

Igualmente Celia Cruz será recordada eternamente como la cubana exiliada de profundas convicciones anti castristas, pero sus declaraciones en ese sentido nunca tendrán la misma resonancia que su manera peculiar de cantar y exclamar Azúcar, con las que la popular guarachera rompió las estrechas fronteras de lo político.   
  
Será el destino de nuestros más genuinos exponentes culturales, entre los cuales se cuentan los Van Van. Las generaciones venideras seguramente seguirán bailando al ritmo de su amplio repertorio sin detenerse a indagar la razón del nombre que los identificó como agrupación. La fuerza del arte terminará por imponerse para bien y unidad de una nación dividida por la ideología.




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