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Final de la libreta en Cuba, sentimientos encontrados 

Miguel Saludes 

MIAMI, Florida, octubre, www.cubanet.org -Comentan que la libreta de abastecimiento tiene sus días contados. Según fuentes noticiosas de la isla, es posible que uno de los más emblemáticos símbolos de la revolución, deje de existir a partir de diciembre. Sería el final de casi cincuenta años de ir y venir del cuadernillo de racionamientos, fiel compañero de cuatro generaciones de cubanos. Criticada por unos, ponderada por otros, maldecida y bendecida, su paso deja una huella profunda en la historia contemporánea de Cuba y aún más en la psiquis de su gente.  

El mecanismo de racionamiento centrado en el pequeño librito, funcionó durante todos estos años a manera de control socio político y cultural del régimen totalitario. El contenido que debería llenar sus cuadrículas, mantenía en constante concentración a sus destinatarios, quienes de manera consciente o inconciente, invirtieron una buena parte de su vida útil en este objetivo menesteroso.  

Culturalmente la libreta de abastecimientos influyó de manera sustancial en los cambios de la rutina culinaria de una población cuyos hábitos alimenticios quedaron atados a lo que “venía” a la bodega. Hubo décadas en que solamente se podía consumir aquello que planificaban los estrategas de la OFICODA, de acuerdo a la situación imperante en el país.  

Por los panes que portaba en su mano un transeúnte, incluso cuando este alimento se repartía a un cuarto de libra por persona, podía tenerse una idea del número de personas que convivían en un hogar. Las bajas por defunción, mudanzas, salidas al extranjero o las altas por nacimiento y movimientos internos, quedaban verificados por el control del racionamiento.   

Anécdotas sobre la libreta de la comida abundan como para confeccionar un libro, iniciativa que no debía ser descartada. Tal vez nuestros nietos nos acusen de exagerados cuando alguien les narre las restricciones en que vivieron sus mayores.   

El ocaso de la libreta se produce cuando la fórmula, además de ser un aporte insignificante en la canasta básica, apenas permite cubrir un tercio de la mensualidad que debería garantizar. El declive ha sido lento pero irremisible. Las ofertas fueron desapareciendo paulatinamente, hasta casi quedar reducidas a la nada. Aunque el grosor del cuaderno apenas varió en todos estos años, muchas de sus casillas quedaron obsoletas, según cambiaron las circunstancias.  

La pregunta repetida por muchos sobre qué vamos a hacer si un día nos quedamos sin libreta, realidad a punto de materializarse, recuerda un poco la que se hacía Esteban Montejo, el Cimarrón entrevistado por Miguel Barnet, al saber del fin de la esclavitud.   
A los cubanos se les ha mirado con desagrado cuando han pedido libertades políticas y de expresión. Insólita petición cuando tienen garantizado el abastecimiento de alimentos a precios subvencionados por el Estado. Así lo veían desde otras realidades, donde pensaban en esa medida era el remedio ideal para las miserias regionales. Les tocó descubrir que no todo era color de rosa cuando conocieron de cerca el experimento, rechazado en Chile y más tarde en la Nicaragua sandinista.  

Hubo un momento histórico donde la libreta pudo haber desaparecido de manera menos traumática, cuando la Isla de la Libertad recibió un crédito soviético que posibilitó oxigenar sus comercios semi asfixiados. A pesar de la liberación que se produjo en los ochenta el racionamiento fue mantenido. Más que un gesto provisorio de Castro, quien se ufanó de su terquedad cuando llegó la hecatombe del socialismo real, se trataba de mantener en pie la imagen protectora de Papá Estado.  

Al final la libreta se va también de Cuba. La noticia provoca sentimientos contradictorios. La primera reacción es la incertidumbre entre los desfavorecidos de la sociedad actual. Un número considerable de los ciudadanos de a pie la siguen considerando una compañera inseparable, que con lo mínimo les alivia en algo la penuria en que viven. Ante ellos se abre la realidad de una economía cada vez más hostil, donde junto a la moneda nacional convive, con amplia ventaja, una moneda convertible que no reciben o cuyo equivalente les resulta inalcanzable.  

Hay otros motivos para el desconcierto. Con la libreta sucumben miles de puestos laborales. Están en peligro los burócratas encargados de hacer funcionar la complejidad del mecanismo. Igual sucede con los trabajadores de bodegas y mercados, cuya función es anotar, pesar o medir la miseria según la norma establecida. Otros afectados serán los mensajeros, cuenta propistas que se han hecho cargo de los mandados de una amplia clientela. De esa actividad dependen sus salarios y extras.  

La intranquilidad debe cundir de igual forma en ciertos ambientes inescrupulosos, favorecidos por un sistema del que sabían sacar jugosas ganancias, robando un poco a los destinatarios de la mercancía controlada y más aún en los almacenes estatales donde se distribuía la mercancía racionada. No obstante, por estar avezados en el arte de navegar en mar revuelta, sin dudas serán los que mejor suerte corran en esta tormenta por venir.  

Este engendro sui generis del castrismo se encuentra arraigado profundamente en la conciencia del ciudadano como factor salvador. Su existencia permitió paliar los peores años de bloqueo norteamericano. El mito supera a la aberración que en verdad funcionó como barrera para el libre desarrollo de la sociedad cubana. La mentalidad de dependencia generada por la libreta de abastecimientos, será en definitiva el lastre que tendrá que superar la generación que comience a vivir sin ella.

 

 
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