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A propósito de La campana de Pavlov

M.T.

MADRID, España, noviembre, www.cubanet.org -He leído en CubaNet el artículo La campana de Pávlov , de José Hugo Fernández, el cual brinda un retrato fiel de la psicología de los cubanos; la psicología de estos últimos 50 años. Antes hubo otra: la de valentía hasta para enfrentarse al régimen de Batista, la de la búsqueda de la libertad, la de exigir derechos. Pero esa es otra historia.

Sin embargo, yo fui testigo y víctima de un hecho vil y cobarde, ocasión en la que una voz se alzó -una sola- para condenar ese hecho.

Corría el mes de abril de 1980. Partiendo de los hechos que se produjeron por aquel entonces en la embajada de Perú, en la Habana, llegó a mi barrio habanero la "voz" de que quien se personara en la calle 3ª y 22, en Miramar, y se inscribiera en un registro para abandonar el país, sería embarcado rumbo a la Florida. Mi suegra, una vecina y yo no nos lo pensamos dos veces y nos dirigimos al lugar.

Poco antes de llegar al sitio, donde había una pequeña cola que comenzaba junto a una mesa en la que estaba una funcionaria del Ministerio del Interior, a la intemperie, vimos a un hombre de raza negra con la cabeza, el rostro y la camisa manchados de sangre, a quien en ese momento introducían en un vehículo de la policía, supongo que para trasladarlo al hospital, aunque no estoy muy seguro de su destino y más adelante explicaré por qué.

Numerosas personas apostadas a lo largo de la acera opuesta, nos proferían ofensas como... "gusanos", "vende patria", "escoria", etc.

Cuando nos tocó el turno, dimos nuestros datos personales a la funcionaria y nos retiramos por donde habíamos venido, en dirección a la 5ª Avenida. En esta acera también había partidarios del régimen, aunque eran menos. Uno de ellos -una niña mulata de unos 10 o 12 años-, me miró y me gritó desafiante: ¡"Maricona"!

Tres o cuatro metros más adelante me bloquearon el paso tres hombres que vestían camiseta blanca y me preguntaron: ¿"Así es que tú te quieres ir del país, no"? Como pude, me escurrí y eché a correr, pero poco antes de llegar a 5ª Avenida me interceptaron y me dieron un sólo golpe preciso y contundente en la boca, posiblemente propinado por alguien con entrenamiento en las artes marciales. Caí al suelo y cuando traté de incorporarme estaba un poco mareado, por lo que concluyo que perdí el conocimiento durante algunos segundos. 

Aún confundido, comencé a sentir un dolor terrible en la boca y noté algo dentro de ella además de mucha sangre: era un diente de la parte superior de la boca. Fue en ese momento que escuché la voz de un hombre que estaba a unos dos metros de mi, quien recriminando a mis agresores les dijo: ¡"Oigan, eso es fascismo"! Jamás lo olvidaré. No me socorrió, ni siquiera me ayudó a incorporarme, pero tuvo el valor de recriminar a mis agresores, los cuales, sin duda alguna, eran miembros del Ministerio de Interior a quienes había vestido con camisetas blancas de manga corta ("pull-over"), para distinguirlos de los que deseábamos marcharnos del país. 

A continuación fui detenido y trasladado a una comisaría junto a las personas con las que previamente había quedado para que me recogieran, y para no complicarles a ellas más las cosas, estuve aproximadamente 40 minutos tragándome mi propia sangre en la comisaría y soportando como pude el intenso dolor que tenía en la boca. ¿"Qué le pasó"? -me preguntó el policía encargado del levantar el acta. "Me caí" -le respondí. Y siguió en lo suyo. Él sabía que no me había caído; que mi explicación era hasta infantil. La comisaría estaba cerca del lugar de los hechos y, como es obvio, la policía estaba al tanto de todo. Allí, no se me ofreció la posibilidad de trasladarme a un centro médico para recibir asistencia. Podría haber ido más tarde por mi cuenta, pero, sinceramente, tenía miedo. Ya tenía un miedo metido en el cuerpo que sólo perdí cuando dejé atrás la isla.

Jamás imaginé, hasta aquel día, que el gobierno revolucionario llevara a cabo semejante violación de mis derechos humanos. En mi ingenuidad, pensaba que semejantes actuaciones eran cosa del pasado batistiano, por las que en los primeros meses de 1959 muchas personas habían sido fusiladas o condenadas a prisión, tras unos juicios sumarísimos. No era revolucionario y mucho menos comunista, pero si antes de aquella agresión que sufrí en carne propia, alguien me hubiera dicho que el gobierno cubano hacía ese tipo de cosas, yo habría discrepado.

Los cubanos viven con el miedo permanentemente en el cuerpo, en un país donde "estás conmigo o estás contra mí" y donde todo lo controla el gobierno, comenzando por el derecho al trabajo y pasando por la asignación de una vivienda. No obstante, alguna que otra voz se alza de vez en cuando en defensa de los represaliados. Mi gratitud a la que surgió aquella noche para defenderme entre la algarabía de los injustos y la prepotencia de los cobardes.

 
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