Nosotros somos el Pueblo

Luis Alberto Ramírez

MIAMI, Florida, noviembre, www.cubanet.org –Ayer, 9 de noviembre, se cumplió un aniversario más de la caída del muro de Berlín. Su desplome marcó el verdadero comienzo del paulatino desmerengamiento del campo socialista. Los pedazos de concreto que aquella luminosa noche cayeron golpeando estrepitosamente  el pavimento de ambas partes, abrieron las puertas a la libertad, a la unión de un pueblo separado por una ideología de opresión y engaño. “Nosotros somos el pueblo”, gritaban las masas, y esta consigna allanó el camino para que la libertad explotara cual Big bang  e iluminara a toda Europa.

Hoy, mirando al pasado, se ve el muro como un anacronismo, algo que nadie  recuerda; el simbolismo se perdió en los confines de la memoria histórica y sólo vemos el luminoso momento del derrumbe, el breve espacio de tiempo que duró la unión y la reconciliación de un solo pueblo dividido por el comunismo.

Las potencias que emergieron con la guerra como puntas políticas mundiales, se repartieron Europa como parcelaron los colonos europeos la tierra de nadie en América, como si los europeos fuesen tribus sin cultura, sin historia y sin valor. La guerra agotó a Europa y a los pueblos, cansados ya de las sangrientas e interminables batallas, no les quedó más remedio que obedecer, plegarse como míseros ratones a la voluntad de dos potencias con conceptos sociales y políticos totalmente antagónicos. No obstante, los pueblos sojuzgados de Europa en poco tiempo tomaron conciencia de su situación y la lucha por la libertad no se hizo esperar.

Hoy nadie se acuerda  de la RDA, ni de los que murieron a la vera de aquel muro, de los que dejaron su piel en la fría roca y de los que derramaron su sangre en el intento de brincar; todo eso se guardó en un cofre de acero bajo mil candados y se echó a las profundidades de un océano de olvido, para que nadie pudiera sacarlo y pedir justicia. El tiempo se va haciendo cargo de los responsables de que se construyera aquel muro, pero la naturaleza, que rige nuestras vidas, no tiene jurisdicción sobre la historia política de la humanidad, de eso se deben encargar los hombres, y es aquí donde la verdadera justicia de los pueblos debe cumplir su papel.

Fue el comunismo la inspiración para que la maldad, la injusticia y la opresión se entronizaran, amparadas por el muro de Berlín, y es al comunismo, a los comunistas, a quien hay que pedirles cuentas, no sólo por lo que pasó en Europa sino, por el daño que han hecho y aun hacen a la humanidad.

Hoy, a veinte años de aquel glorioso dia de unidad popular, todavía existen pueblos que sufren los embates del totalitarismo comunista y le toca al mundo hacerse eco de sus calvarios, toca denunciar que aun cuando ya se ve al muro de Berlín como algo viejo, anacrónico, todavía hay pueblos que están separados por un solo hombre, por la implantación obligada de una ideología, por un muro de maldad tan grande como el de Berlín.

Debería Europa, ahora que está enfrascada en desempolvar al comunismo europeo, en sacarlo del fondo del océano del olvido y sentarlo en el banquillo de los acusados, mirar al Caribe; quizás descubra allí al culpable de que un pueblo haya vivido separado por cincuenta años, debido a su capricho personal. Sería bueno, no sólo para Europa sino, para América, a quien mucha falta le hace.