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Viernes, Marzo 13, 2009

OPINIÓN DE LOS LECTORES

Tan cerca. Tan lejos 

Miguel Saludes 

MIAMI, Florida, marzo, (www.cubanet.org) -Tras veinte años de separación se produjo el esperado re encuentro. Maggie Carlés recibió a su hijo Iván Colás en el aeropuerto de Miami. Las cámaras recogieron las emociones del momento, lágrimas y palabras donde se entremezclaban alegría y tristeza.
 
No es el único caso el de esta popular artista cubana. Existen miles. Se multiplican por toda la geografía planetaria. En el propio Estados Unidos muchos emigrados venidos desde otras naciones cercanas llevan decenas de años sin ver a los suyos, impedidos por la condición de ilegalidad migratoria en que se hallan. La razón que pesa sobre los cubanos es diferente, tal vez única. Para ellos el obstáculo proviene de leyes creadas por el sistema que impera en su país de origen y al diferendo político que enfrenta los gobiernos de Cuba y Estados Unidos.

Maggie Carlés decidió quedarse durante una gira. El precio de optar recibió como consecuencia el castigo de la separación. Probar fortuna en nuevos escenarios, como lo han hecho tantos profesionales en distintas épocas y países, incluso cubanos, no constituye delito. Ni lo es el hecho de asentarse en otro sitio. Muchas personas residen en diferentes partes sin tener que renunciar a su terruño. Isabel Allende, por citar un ejemplo, posee casa en California y en su Chile natal.  

Lo que para otras latitudes es normal ha sido un grave problema en Cuba. Salvo raras excepciones, como las del escritor Alejo Carpentier, los que se establecieron en otras tierras recibieron el desdén oficial. Después de 1959 los que tomaron esa opción fueron considerados apátridas. En los últimos años las cosas han cambiado un tanto. Ahora algunos tienen la posibilidad de tener ciudadanía diferente sin que ello conlleve al escarnio. Para ello es imprescindible contar con la anuencia del régimen.  

Ocurre que en Cuba un sistema político se abrogó el derecho sobre sus ciudadanos. Estos son tomados como piezas de una maquinaria de las que se dispone al arbitrio del que la maneja. Si no sirven al proceso que se marchen. No le quieren ni necesitan, pero hacen lo indecible por dificultarle la salida. Cuando finalmente logran salir al exterior, son marcados por la sombra del destierro. Para regresar de visita, tienen que pedir permiso. Las autoridades de inmigración determinarán si puede o no entrar. Incluso pueden denegarle ese derecho.  Los cubanos que viven en territorio estadounidense son los más afectados por la discriminación hecha contra los nacionales radicados en el extranjero.  


Hace pocos meses el periodista independiente Adrián Leiva regresó a Cuba. Había salido acompañando a su esposa, acogida al programa para refugiados políticos. Al disolverse los lazos sentimentales con su cónyuge, Adrián decidió volver, algo a lo que nunca había renunciado. Tan pronto obtuvo el estatus de residente, sin el cual no podía viajar, hizo efectivo los trámites del regreso. Pudo pasar la frontera aduanal sin contratiempos.
Parecía que algunas cosas no iban a ser igual después que se produjera el cambio de poder a manos de Raúl Castro. Pero pocos meses después Adrián fue conminando a abandonar su patria. Hay que señalar que las puertas no le fueron cerradas del todo. El retorno definitivo queda condicionado por los trámites burocráticos de la solicitud de “repatriación”. Absurdo mecanismo disuasorio para demorar, y posiblemente negar al final, lo que por derecho corresponde.  

Se sufre por el reencuentro entre ambas orillas. Predominan las esperanzas en que muy pronto, todos los cubanos podrán reunirse en cualquiera de las dos partes sin tener que renunciar a permanecer en la tierra en que nacieron, si ese fuera el deseo. Se pueden dar pasos pequeños para lograr el propósito. Eliminar el término de irreversibilidad a las salidas sería el primero. Seguiría la eliminación del pago por un visado para entrar a la Patria. Que el reingreso quede como prerrogativa del ciudadano y no de las autoridades. Paralelo a esto sería justo reducir a un monto razonable el costo actual de pasajes y llamadas telefónicas. Todo para que la distancia que separa la diáspora de los suyos se acorte a una dimensión real y más humana.  

Cuba apenas dista de Miami a cuarenta y cinco minutos de vuelo. No termina de despegar el avión y a los pocos instantes el perfil de la Isla cobra forma. Entre la ciudad floridana y la capital cubana existe una separación equivalente a la que hay entre La Habana y Sancti Spíritus, en el centro de la Isla. No tan cerca, pero tampoco tan lejos como hace suponer el concepto que reza Salida definitiva y todas las añadiduras surgidas al amparo de esa irregularidad. 

 

 

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