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Viernes, Marzo 13, 2009
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La perlita del Caribe

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Nos estamos encogiendo. Y lo peor es que apenas nos damos cuenta.  Un virus de meñiquismo nos agarró desprovistos de vacunas. Hasta un cómico en un programa humorístico en la televisión habló del tema la semana pasada.

El asunto parece sencillo, pero es complejo. Observen a las familias. Antes, las familias tenían dos, tres, cuatro, cinco hijos. Mi abuela materna tuvo diez y ni hablar de círculos infantiles. Hoy, alcanzar a tener dos hijos es casi una hazaña. Después, los padres se divorcian y la familia  queda con dos o tres integrantes.

Las viviendas también se reducen. La casa de mi infancia contaba con zaguán, sala, saleta, pasillo, cuartos, comedor, cocina y patio. Éramos cuatro personas. Ahora, vivimos dos en una habitación de 3 y medio por 2 metros. A pocas cuadras viven “los muchos”. Una familia que cuando se levanta, sale en fila a la calle a lavarse la boca. Y por sofá tienen el borde de la acera.

También sucede lo mismo con los alimentos. ¡Imagínense!


-¡Lucas, vino el pollo! –grita una vecina.

Un pollo es un pollo, como se cree que una rosa es una rosa. Dos muslos, pechuga, carapacho y lo que denominan el menudo, dícese del hígado, molleja, etc. La cuestión que nos aterra es que el pollo entero se ha reducido a un muslo y el encuentro, y además, el pollo no vino caminando, lo trajo un camión, sin refrigeración.

No obstante, la reducción del concepto pollo mete miedo. Actualmente, la sopa de pollo se hace con un cuadrito de polvo prensado de pollo más tomate. ¡La reducción del pollo en Cuba es realmente drástica! Y ni hablar de ciertos productos que no se venden sino en divisas. En envases, cada vez más pequeños, pero al mismo precio de salida.

Algo similar ocurrió con los refrescos que venden en bares y cafetines. La verdad que el precio de un peso no ha variado en decenas de años y que la calidad en unos casos mejoró y en otros continuó igual. Lo que se reducen paulatinamente son los vasos.

Recuerdo que en los años 70 y 80, los vasos de las refresqueras donde servían el producto mediante aparatos de presión, eran entre medianos y grandecitos. Los vasos desaparecieron gradualmente,  porque los usuarios los rompían a veces, otras porque los sustraían (no piense en hurto, sino en voluntad de llevarse un souvenir), y cuando el virus de la reducción los atacó, aparecieron los no vasos: cortan la sección inferior de una botella de refresco o de cerveza y lo que se obtiene es un “vaso” de unos 8 centímetros de alto por 6 de diámetro.

Cambio drástico sucedió con el vestuario, sobre todo el femenino. Aquí la reducción tomó ribetes tan preocupantes que en las puertas de las salas de cine carteles de advertencia anuncian la admisión de usuarios exclusivamente con vestuario correcto. Nada de shorts, chancletas, camisetas, taparrabos, frazadas de piso por sayas, etc.


De todas formas, los pantalones se han acortado. Los varones jóvenes y no tan jóvenes usan pantalones a mitad de la pantorrilla. Similar atuendo portan las muchachas y las canosas. La cintura del pantalón se marca con un tatuaje donde la espalda pierde su honroso nombre.

La blusa de hoy es una pieza de vestir mínima. Tan mínima que parecen sostenes. Mas lo máximo de lo mínimo es cuando las chicas muestran un cuadrado de tela sobre el pecho con dos o tres tiras anudadas a la espalda. Los varones jóvenes que usan calzoncillos llevan el elástico que los sujeta y anuncia la marca por encima de la cintura del pantalón.


Incluso el concepto de territorialidad se ha reducido. Antes, pensábamos en un archipiélago, donde habitábamos en la isla grande. Ya nos queda sólo la isla grande,  porque a los cayos e islotes que nos rodean no podemos ir. Asimismo pasa con las provincias que fueron seis y desde hace años se redujeron territorialmente y ahora son 14 y 1 municipio. Y para colmo, Cuba termina en  Camagüey; el territorio restante hacia el este, se conoce popularmente por Palestina.

Por último, lo más dramático en reducciones es la de los cadáveres. La moda funeraria en boga son las incineraciones al precio de unos 370 pesos MN. Del volumen acumulado en mi cincuentenaria  madurez quedarán unos gramos de polvo ceniciento.

Mientras, al ataúd de tabla de pino forrado con una tela de algodón gris ratón y 4 chapitas de latón por decoración, lo sustituyó una cajita de madera un poco mayor que la de polvos Maja que compraba mi tía María Luisa en aquellos tremendos años 50. Y basta de escribir sobre el tema, pues sólo falta que ahora venga el editor a decirme que reduzca el número de palabras del próximo artículo.

 

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