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6 de marzo de 2009
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Canción de los muros tristes

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) – A pesar de  la aparatosidad del despliegue policial no se trataba del acorralamiento de un asesino en Nueva York. Tampoco se trataba de un tiroteo en una escuela en Miami. Ni siquiera del hallazgo del cadáver de un pedófilo extranjero enterrado en las arenas de Guanabo y descubierto por un pie que asomaba de un manglar. Los autos patrulleros, las motos, peritos y los perros que irrumpieron en zafarrancho de combate en la calle Escobar, en Centro Habana, al amanecer del día  3 de marzo, se apostaron vigilantes frente… a un muro.

Pegado a la pared y cubierto con una sábana ajada de color chocolate, estaba el cuerpo del delito: un cartel contrarrevolucionario. Si decía Abajo la revolución, Queremos cambios u otras expresiones contra el régimen que cada día pronuncian más cubanos, nadie lo sabe. La multitud curiosa se agolpaba en la esquina imposibilitada de pasar la zona acordonada con cintas, policías y agentes de la Seguridad del Estado.

La mañana aún no acababa de salir y quienes transitan de forma habitual por esta cuadra enclavada entre San Rafael y San José, tuvieron que desviar sus pasos ante el perentorio ¡no se puede pasar!, gruñido por las autoridades.

La joven con el niño que se dirigía al círculo infantil, y el anciano que iba al puesto médico a tomarse la presión arterial, después de protestar airadamente y calificar de abuso y ridiculez la prohibición de pasar frente al enmascarado cartel, se vieron obligados a darle la vuelta a la manzana.

-¿Acaso lo que dice tiene dinamita? ¿Tanto aparataje y derroche de recursos por un cartel? ¿Dónde están la confianza y el derecho a expresarse? ¿A quién van a fusilar contra ese muro? -se escuchaba en murmullos que iban calentando la mañana.

El conductor de un bici taxi interpelado por un agente de civil y obligado a escribir en un papel en blanco para comparar su letra con la del secuestrado cartel, sólo atinó a decir: “Voy a guardar el coche”.

La ciudad se despierta y los muros comienzan a entonar sus canciones tristes en La Habana. Agrietados, derruidos, rozagantes en su mezcla de olores y pesares, los muros mienten por  las esquinas de la ciudad: “Somos felices aquí”, entona uno brincado y rebrincado para huir del país. “Cubanos ciento por ciento”, desafina otro que acoge en su mirada de concreto a miles de cubanos que aspiran a la ciudadanía española.

“50 años y seguimos p’alante”. Con esta consigna taparon el cartel del muro silenciado, prisionero de policías y una sábana color chocolate.

Nadie supo qué decía el cartel desaparecido, pero todos se lo imaginan.

 

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