¿Quién dio primero en Honduras?
Miguel Saludes
MIAMI, Florida, junio, www.cubanet.org -Los acontecimientos ocurridos en Honduras, la intervención del ejército y la destitución del presidente Manuel Zelaya, ponen una vez más al desnudo el frágil estado en que se encuentran las democracias latinoamericanas.
Que los militares hondureños hayan detenido y expulsado del país al presidente electo, es sin dudas un acto grave. Hay que señalar como signo positivo la unanimidad de las voces que se alzan en el continente para protestar por este hecho, pidiendo la restitución de Zelaya a su puesto. No obstante el Congreso de Honduras legitimó la decisión tomada por las fuerzas armadas, poniendo en su lugar a Roberto Micheletti, titular de la legislatura.
Ciertamente la crisis que estalló el último domingo de junio, tuvo su punto de origen en las propias acciones del presidente, quien pretendía realizar una consulta popular con el fin de reformar la constitución vigente. Aparentemente Manuel Zelaya buscaba garantizar una segunda estancia en la silla presidencial. Al menos por el momento.
En Honduras la actual Constitución prohíbe reformar siete de sus artículos, considerados “pétreos.” Son precisamente aquellos vinculados a la forma de gobierno, soberanía, período presidencial de cuatro años y la reelección, que no se admite.
Mantener las riendas del gobierno bajo la justificación de dar continuidad a los buenos propósitos del gobernante elegido, es un recurso muy recurrido después del ejemplo bolivariano. Tanto, que el millonario liberal Manuel Zelaya declaró recientemente su afinidad por el izquierdismo. La razón de la mudanza es comprensible, por la posibilidad que ofrece esa vía para auparse en el poder a tiempo completo. A esto se suma el apoyo que significan los petrodólares venezolanos. Tampoco es casual la admiración manifestada por Zelaya hacia Fidel Castro, quien lleva medio siglo en esa faena.
Mientras las críticas llueven sobre los uniformados de Honduras, apenas se escuchan réplicas contra los golpes asestados desde las urnas contra la democracia continental. Es lo que ha hecho Hugo Chávez, presidente constitucional de Venezuela, mediante el voto popular para cambiar la Carta Magna, ajustándola a sus designios.
En los recientes actos recordatorios de la Batalla de Carabobo el presidente Chávez proclamó que en Venezuela existe una revolución armada. ¿Cambiaron tantos las cosas que ya dio por concluida la etapa de gobierno democrático y constitucional? Junto a las tropas venezolanas desfilaron efectivos cubanos y hondureños, entre otros, invitados al evento.
Manuel Zelaya comenzó por la pretensión re eleccionista, que obliga a una reforma en las leyes. Su primer gesto fue expulsar al Jefe del Ejército, General Romeo Vásquez Velásquez, cuando este negó el apoyo al referendo, por considerarlo anti constitucional. Seguidamente, en un discurso de carácter populista, dijo que no haría caso a la Corte Suprema de Justicia de su país, que había fallado la restitución del general.
De la misma manera Zelaya desconoció al Congreso cuando 128 de sus miembros votaron una moción para investigar su actitud de desacato contra la Corte. El voto mayoritario de los legisladores enfrentó el rechazo de cuatro congresistas, pero el presidente estimó que esa mayoría representaba los intereses de la burguesía.
Mientras el resto de los gobiernos contemplaba con expectación y silencio respetuoso, el curso de los acontecimientos en la nación centroamericana, los incendiarios del área tomaron cartas en el asunto. Rafael Correa, quien se había reunido con Zelaya para “compartir” la experiencia ecuatoriana en ese asunto de elaborar nuevas constituciones, le dio total apoyo. Hugo Chávez llamó a Tegucigalpa para decirle a su homólogo que estaba en lo correcto al destituir al general Vázquez. Por su parte Fidel Castro reinició sus escritos para respaldar la decisión del mandatario hondureño. “Así actúa un Presidente y Comandante General,” manifestó.
En su artículo Castro justificó que un solo período presidencial no permite desarrollar programas sociales. Cuatro años es muy poco para que el líder de un país logre un Estado Eficiente. Ni siquiera eso se logra con una segunda extensión, aseguró el Comandante, quien ha batido el record de plazos construyendo la sociedad perfecta en Cuba. El paradigma caribeño de los nuevos caudillos continentales es un mal ejemplo a seguir. El lugar donde un mismo hombre y partido llevan cincuenta años en el gobierno no es el paraíso prometido. Los cubanos no quieren vivir allí y hasta los logros primarios de la Revolución del 59 se encuentran tan deteriorados, que algunos los dan por irrecuperables.
El peligro del populismo que existe en América Latina, unido a las ambiciones de poder absoluto, es una plaga que amenaza la salud democrática del continente. No es la permanencia larga o indefinida de un presidente lo que garantizará la mejoría real de los pueblos. La corrupción y otros males, lejos de eliminarse, mutan y proliferan alimentados por las nuevas condiciones ideológicas y de intereses. El respeto a la ley y la división efectiva de poderes es la fórmula que logrará enrumbar a nuestros países por caminos verdaderamente democráticos y no la vigilancia atenta y perenne de los iluminados.
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