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Alegría difícil  

Miguel Cabrera Peña

SANTIAGO DE CHILE, Chile, junio, (www.cubanet.org) - Muchos se congratulan en nuestro hemisferio por la derogación de la resolución de la OEA contra Cuba en Punta del Este, en 1962. Pero esto no es más que concesión de unos y un nuevo espaldarazo de otros, si pensamos que el reingreso de La Habana es posible, que un “diálogo” podría abrirle las puertas de la OEA en los momentos que vivimos.  

Para que esto último se haga realidad, basta que los amigos de Castro incrementen su número de aliados y sus presiones a favor del mandamás de la Isla. Y luego, en contubernio, le permitan un esguince, una ficción, un guiño, un ademán hecho en cuasi secreto como forma de compromiso democrático. Ya Raúl Castro firmó un pacto ante la ONU de derechos humanos, ¿y qué ha sucedido? 

¿Puede ser esta posibilidad motivo de regocijo? 

Lo honesto, lo limpio, lo sustancialmente ético hubiera estado en derogar la resolución y en la nueva indicar que Cuba seguirá fuera de la OEA porque desde antes de la precipitación argumental de Punta del Este se venía gestando la que hoy es una de las tiranías más viejas en la historia de la modernidad, si a esta la medimos a partir de la segunda guerra mundial, como pretendieron algunos.    

Visitada La Habana por toda una parentela política de presidentes latinoamericanos, a trote en busca de Fidel Castro como desdichadamente se vio a Michelle Bachelet, halagado aquel sin tasa por Chávez y compañía y prácticamente por todo el oficialismo regional, existe, en efecto, un acuerdo para legitimar a un régimen fallido fundado en la represión. 

Castro, sus próximos y la situación cubana, por cierto, no caben en el manoseado concepto de hegemonía gramsciano, precisamente por el predominio del cuartel y la cárcel. 

Lo que acaba de suceder en San Pedro Sula no es más que un importante escalón en ese proceso de legitimación, del que cualquier persona franca, incluso más allá de su conocimiento político, sabe que no saldrá cambio alguno, porque en no cambiar radica el meollo de su permanencia. 

¿Qué respuesta valedera, digna de tener en cuenta, ha ofrecido Cuba a las propuestas de Barack Obama? ¿Qué ha hecho Raúl Castro, cuyo ascenso al poder nominal fue aplaudido por legiones? ¿Dónde se halla la reforma ansiada?  

Once millones de segunda clase 

Lo único realmente comprobable hasta ahora es que Castro continúa en el poder y temido a los 82 años con la misma intensidad que desde antes de 1962, en primer lugar por su hermano, el falderillo de siempre.   

¿Es dable hablar de victoria, de “decisión histórica”, como se ha dicho en un periódico amigo? Cuando a principios de 1962 la OEA precipitó los argumentos para echar a Cuba de la entidad (otros también pudieron haber quedado fuera), ya el régimen cubano había obligado a marcharse del país a centenares de miles mediante políticas que anunciaban a toda voz un marxismo implacable, ortodoxo, cambiante a antojo y culpable de que cubanos pelearan contra cubanos en Playa Girón un año antes.  

Este marxismo consiguió, con vocación admirable, la pobreza que hoy vive el país. Y recuérdese que esa ideología fue, junto a la alianza con China y la URSS, el argumento de la resolución de Punta del Este.  

Las nacionalizaciones sin compensación –razón clave del embargo– visitaban antes de 1962, para depauperarla, cada esquina próspera del país. A la fecha, no hay que olvidar, la intromisión guerrillera en otros países de la zona ya tenía antecedentes en su fuente de origen: La Habana. 

Pero sobre todo, en la resolución de este miércoles no se lee una sola palabra del sufrimiento del pueblo cubano, aunque al parecer, según Thomas Shannon, ex el secretario de Estado adjunto de EEUU para Latinoamérica, no faltó en la reunión quien aludió a once millones de ciudadanos de segunda clase.  

¿Puede ser un servicio histórico, un motivo de alegría que al orfebre de esa masa de once millones de ciudadanos de segunda clase se le abra la posibilidad de entrar en la OEA y se le diga que puede postular para reunirse con un resto de países donde sus pueblos eligen a sus gobernantes? ¿De qué estamos hablando?  

La única forma de elogiar lo que sucedió este miércoles en la OEA es despojando a la política, hasta la más pequeña célula de la política, de cualquier sospecha de ética.  
Si la mayoría de los presidentes de América Latina lo visitan y agasajan ¿para qué necesita Castro a la OEA? Su deseo más ferviente es que acabe de estallar y vuele en mil pedazos. Por eso la critica sin piedad, para irla devastando, como devasta a los once millones.  

Él se sentirá bien en una suerte de Unasur, donde se escuche su voz a través de sus diplomáticos, y se le aclame por los micrófonos, y se le diga, por encima del mar y los cubanos muertos, amén.
 
Acceder al ingreso de Cuba en la OEA y soslayar la violación de los derechos humanos que por 50 años ha llevado a cabo el régimen de La Habana, era algo sencillamente inaceptable para países como Estados Unidos y Canadá. 

Ese ingreso sin obligaciones fue la polémica postura, durante la XXXIX Asamblea de la OEA, concluida recientemente en San Pedro Sula, Honduras, de un  grupo de países liderados por Venezuela.  

Si en algo hubo consenso desde el primer momento fue en derogar el decreto de 1962, mediante el cual se expulsó a La Habana de la entidad internacional. Efectivamente, se enarbolaron entonces razones netamente ideológicas, aunque por detrás latía uno de los momentos más peligrosos de la guerra fría.   

Luego de muchas horas de discusión, este miércoles se decidió que la Isla puede acceder a la organización internacional, pero la resolución establece que "la participación de Cuba en la OEA será el resultado de un proceso de diálogo iniciado a solicitud del Gobierno de Cuba y de conformidad con las prácticas, los propósitos y principios de la OEA". 

Aquí no se puede pensar sino en algún tipo de presión para que La Habana cumpla –o empiece a cumplir– con la carta de la organización regional. La posición de Washington, entre otros, quedó de tal manera plasmada en el documento.  

Entretanto, Fidel Castro repetía sus ya sabidas cantilenas contra la OEA, su desinterés por ingresar en ella y elogiaba la “rebeldía” de sus fieles en la instancia continental, lo cual no borra el desaire que significa su negativa.  

Permitir el acceso de Cuba “sin condiciones”, como indicaron muchos medios de prensa siguiendo ciertas declaraciones no oficiales, hubiera acabado con la credibilidad de Barack Obama en cuanto a principios tan fundamentales para Estados Unidos como la democracia.  

No a Cuba en la OEA 

Junto con personalidades democráticas en diversas partes del mundo, en Chile el senador Víctor Pérez (UDI, Unión Demócrata Independiente), manifestó a Cubaencuentro su rechazo a la incorporación de la Isla la OEA, y añadió: 

“Los organismos multilaterales que tienen como misión defender la democracia y a las personas, deben exigir que sus miembros al menos cumplan con esto. Cuba no puede ser actor de tales organismos”, subrayó el también secretario general de la UDI.  

Por cierto que para este senador, “Cuba forma parte del debate político chileno, cuya “mayoría”, enfatizó, está en pro “de la democracia en la Isla”. 

También en diálogo con Cubaencuentro, el diputado opositor chileno, Julio Ditborn, subrayó que “siempre hay que cumplir con las instituciones y las normas que éstas se dan”.  

Sin embargo, de acuerdo con el reconocido periodista chileno Fernando Paulsen, el reciente consenso en la OEA “no ocurre porque Obama lo apruebe”, sino “porque no está dispuesto a jugárselo todo para impedirlo”. 

En el programa que en ADN Radio dirige Paulsen, el Dr. en Ciencias Históricas cubano, Jesús Arboleya (en Chile por invitación de la universidad ARCIS), respondió que el “todo” de Paulsen significa que se acababa la OEA. 

En este sentido, se sabe que Hugo Chávez, entre otros mandatarios que lo siguen, ha reiterado que podría abandonar la organización internacional, cuyo sustituto observadores perfilan en conglomerados del tipo Unasur. 

Ciertamente en el centro de los acontecimientos que rodean a la OEA palpita una pregunta insistente: ¿Hasta cuando durará la paciencia de Estados Unidos, incluso con Obama, a quien a pesar de su progresismo muchos no distinguen, pues miran sin sosiego hacia el pasado del “imperio”? ¿Hasta cuándo vivirá la organización continental? 

Lo que es verdad como una casa es que Castro pretende, con sus adjetivos denigratorios y excusa  constante en la historia, la desaparición de la OEA. Pero la entidad regional se resiste a morir, a pesar de su existencia harto zarandeada.

 

 
 
 
 
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