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27 de febrero de 2009
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Picadores

Juan Carlos Linares Balmaseda


LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Juan era un fumador empedernido. La adicción lo arrastraba a comprar dos cajetillas diarias, de las que sólo podía fumar  dos tercios de los cigarrillos. La otra parte se la fumaban sus compañeros de trabajo, los conocidos por “picadores”.

-Préstame uno que cuando compre te lo devuelvo

Es una frase clásica que identifica “el arte de picar”. Calcula Juan que 10 cigarrillos diarios que le “picaban” sumaban 3 mil 650 anuales; período en el que convertía unos siete mil pesos en humo y colilla.

Hubo etapas en las que se engañaba a sí mismo. Compraba tabacos, los cortaba en dos o tres trozos, y cabo a cabo se los iba fumando al despertar, después de desayunar, almorzar,  comer, merendar y antes de acostarse. Asimilándolo como un deleite más que un hábito. Ignoraba que, aunque no inhalara el humo total y directamente por la faringe, la nicotina le penetraba por la lengua hasta el torrente sanguíneo.

Asegura que por una parte los cigarrillos caseros, conocidos como tupamaros, inundan el mercado, y por la otra, es imposible echar una bocanada de los tabacos de a peso sin lamentarse de su diabólica calidad. Con un gusto tan amargo como si se tratara de hoja del plátano torcida y apagándose sucesivamente. Otras veces te encuentras con una puntilla, un pedazo de cable, una presilla metálica para papel y demás componentes muy ajenos la picadura.

“Una vez –comenta Juan- se me apagaba y se me apagaba la breva. Me percaté de que en la ceniza había algo duro. Con la ayuda de una pinza extraje de su interior un trozo de zíper de de la portañuela un pantalón”. 

La verdad es que nadie podía separar a Juan de la fuma desenfrenada, ni su esposa, ni sus hijos, ni sus nietos, ni el medico, ni siquiera la acción depredadora de los picadores que se contaban por decenas. Si bien los estimaba en el plano personal, calificaba esas pedigüeñerías como otro vicio semejante al de fumar. Había compañeros que suplicaban un cigarrillo teniendo en el bolsillo, y pedían fuego para reservar fósforos o economizar gas y piedra de la fosforera. “Algún día habrá que hablar de esta gente en la Feria del Habano”. 

Nada pudo hacer que venciera su adicción, excepto su corazón. Hace más de diez años un infarto lo puso al borde de la “pelona” y tajante dejó el tabaquismo. Ahora bromea: “Me salvé en una tablita, los que se fastidiaron fueron los picadores”

 

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