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27 de febrero de 2009
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Reivindicando al compañero Paco

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Paco tiene un millón de amigos en La Habana. Jóvenes y viejos. Con Paco no va eso de las diferencias generacionales. Siempre que se le llama, acude puntual y generoso. Es un camarada que ha pasado por todas las pruebas en condición de invicto. Desde la clandestinidad y el acorralamiento absolutos, en la década de los años setenta, hasta el presente minuto, menos acosado ya por las autoridades pero bajo un mayor hostigamiento por parte de la competencia. 

Paco es su nombre de guerra. En realidad se llama Parkisonil. Y si las circunstancias se lo hubiesen permitido, llevaría una existencia mucho más modesta, sirviendo como medicina a los enfermos del mal de Parkinson, fin primordial por el que vino al mundo. Pero aquí le cambiamos el destino. Lo convertimos en alternativa para drogadictos en estado de sitio. Ampliamos su perfil en forma violatoria pero nos hicimos perdonar otorgándole la distinción de compañero destacado.      

Según una leyenda que se repite con insistencia, en Cuba no ha prosperado la drogadicción durante el último medio siglo debido al aislamiento en que vivimos con respecto al mundo real, sumado al férreo control represivo ejercido por el régimen.

Paco representa el mentís de esa leyenda. Ni el aislamiento ni la represión impidieron aquí su labor de socorro para desesperanzados, desquiciados, desahuciados, asustados y hambreados buscadores del falso remedio en la droga.

Muchos otros medicamentos le acompañaron en la cruzada. Desde el Nulip, prescrito para bajar de peso, hasta la Homatropina, para dilatar las pupilas, el Reasec para cortar diarreas, o el Dexactedrón y la Trifluoperazina para las alteraciones nerviosas. Sin embargo, ninguno fue tan constante y socorrido como Paco. No por gusto lo rebautizamos con este cariñoso diminutivo, confiriéndole un nombre de persona que lo convierte en uno más entre nosotros. 

Durante cuatro décadas ha servido fielmente a sus camaradas, una verdadera legión de “empastillados”, adictos a toda medicina que les sirva para ahogar las penas, además de fumar, beber, inhalar, inyectarse o untarse cuanto remedio les quepa por la boca o por la nariz o por las venas o por los poros o por cualquier otra rendija del cuerpo, sean ungüentos como la pomada china, o resinas como el guayacol y el pegamento para zapatos, o flores como las de campana, o cáscaras y hojas como las del eucalipto, o raíces como las del jengibre.

Ni aun cuando entre la crema de los zombis habaneros fue creada La Silla Eléctrica -un bebestible con potencia de bomba atómica en el que se mezclan en conjunto casi todos los ingredientes que relaciono arriba, más ron, más alcohol, más cerveza, más éter, más lo que aparezca-, ni aun ante este portento el compañero Paco perdió su liderazgo. De hecho, ni siquiera dejó de ocupar un sitio preponderante como materia prima para elaborar La Silla Eléctrica. 

Paco encarna el súmmum de la inventiva popular en tiempos de vacas flacas. Es, sin lugar a dudas, otra gran conquista de eso a lo que llamamos la revolución. 

Un respetable funcionario de la ONU, Antonio María Costa, director ejecutivo de la Oficina contra las Drogas y el Delito, recién estuvo de visita en Cuba y ha declarado que aquí los índices de drogadicción son muy bajos. Debe ser así si él lo dice. Al menos para el señor Costa, ya que lo que uno cree es tan cierto como la verdad.

Lo único que podríamos reprocharle quizás a la creencia expresada por este funcionario de la ONU es que resulta ligeramente ingrata con el compañero Paco.

 

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