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25 de febrero de 2009
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El circo bajo el sol

Leonel Alberto Pérez Belette

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) -  Cuando vi a un anciano octogenario bailar por dinero para los turistas en la calle Obispo, no sentí vergüenza de él, sino de mí y del resto de la sociedad que permite que cosas tan denigrantes ocurran diariamente.
Poco importan los nombres, edades o el sexo de estos infortunados, porque son tantos como las penas que los aquejan. Seres humanos que para ganarse la vida han elegido una triste modalidad de mendicidad que consiste en exhibirse como fenómenos de feria, bailar en las calles para los turistas extranjeros, disfrazarse –literalmente- de esclavos y ofrecer besos o la posibilidad de retratarse con ellos a cambio de dinero.

Una mujer baila pintoreteada como un payaso a un costado de la cafetería del hotel Inglaterra. A unos metros un anciano yace en el piso con la prótesis de un pie a su lado y un cacharro para que le arrojen monedas. En la esquina del Ministerio de Finanzas y Precios un minusválido se deshace en piruetas sobre su silla de ruedas para ganar su sustento. En la esquina del bar Café de Paris, una anciana suplica por ayuda, ataviada con un yeso falso que porta desde hace casi un año. Junto al portón de la farmacia Taquechel, una anciana ofrece retratarse con ella y su tabaco por un dólar. En la Plaza de Armas una mujer pasa todo el día bajo el sol pidiendo dinero con su cría en brazos, y en la Plaza de la Catedral dos mulatas venden productos y ofrecen besos a cambio de dinero. Hay mucho más en subasta, pero por pudor no lo digo.   

Siempre existieron mendigos en está ciudad, desde su fundación; primordialmente, individuos con patologías psiquiátricas que nada tenían que ver con una actividad económica en específico. Algunos de ellos  llegaron a convertirse en celebridades como el inolvidable Caballero de Paris, o aquel aparentemente feliz joven que imitaba al cantante Stevie Wonder al tiempo que tocaba una batería imaginaria, lo mismo en los autobuses que en la esquina de 23 y 12, a finales de los 80.

Ahora el panorama es diferente, ya que ni siquiera durante la agudización de la crisis económica, en la década de los 90, se encontraba un fenómeno similar en las calles. Ya no son sólo dementes abandonados a la buena de Dios, sino personas en desventaja social que convierten la mendicidad en una forma de subsistencia. Grupos desfavorecidos que esencialmente forman ancianos a los que no les alcanza la jubilación. El régimen los denomina “deambulantes”, pero ninguna palabra puede camuflar la realidad; basta con recorrer las principales calles y avenidas de nuestra ciudad para saber que no todos son “deambulantes”, sino también mendigos, gente sin oficio, prostitutas.

Instituciones como la Oficina del Historiador de la Ciudad, patrocinan y dirigen algunos de los proyectos que en la práctica convierten a varios de los pobladores de la villa en bufones traga monedas. Ante la crisis económica y política que padece la Isla, no son pocos los que pierden su auto estima ante la necesidad, y se ven relegados a esos ambientes con tal de ganar unos pesos. En algunos casos el régimen hasta provee los atuendos, indica los lugares y otras facilidades, previo pago de un impuesto, con tal de atraer al turismo extranjero. 

Las políticas institucionales para eliminar este lamentable espectáculo, brillan por su ausencia, incluidas las que podrían implementar entidades religiosas. Esto se debe en gran medida al veto impuesto por las autoridades  y al silencio cómplice de casi toda la sociedad.

 

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