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24 de febrero de 2009
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Un acto de barbarie

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - El gallo de pelea es símbolo de altivez, valor, belleza, hidalguía. También lo relacionan con la fuerza y  la virilidad, la contingencia y el apasionado espíritu de lucha que no lo abandona hasta el fin de su vida.

Cuba es un importante exportador de estos animales. Se destaca en el mercado internacional por la pureza de sus razas. Las peleas de gallos fueron toda la vida parte de la cultura popular. En los pueblos del campo las vallas eran el lugar más concurrido, no sólo por  los  amantes a las apuestas, también los comerciantes encontraban en el ruedo una posibilidad especial para sus negocios.

Un buen gallo de pelea puede ser para un gallero no sólo el sustento, también resulta su mejor amigo, un ser querido al que dedica toda la atención y el tiempo del mundo. Es cierto que tiene algo de salvaje echarlos a pelear, igual que  hacen algunos gobiernos cuando mandan a sus hijos a la guerra contra otros países.

Con la llegada de la revolución, el gobierno prohibió los juegos de azar y las peleas de gallos. La policía ha perseguido y puesto tras las rejas a muchos galleros en estos 50 años de socialismo. Sin embargo, se conoce que en las más altas esferas del gobierno existen fanáticos de los gallos de peleas, incluso poseen granjas  que en Cuba se llaman popularmente gallerías, famosas  por los ejemplares de alta calidad que producen y comercializan.

En los últimos tiempos parecía existir  cierta tolerancia con las peleas de gallos. Las vallas clandestinas seguían funcionando en rincones apartados, con  discreción. Pero lo ocurrido en el poblado habanero Santiago de las Vegas el 14 de febrero demostró lo contrario. ¿O acaso fue un desmán de la policía  local?

Los hechos narrados por José Omar Lorenzo, Presidente del Consejo Nacional por los Derechos Civiles de la Unidad Liberal de la República de Cuba, denotan  salvajismo, tanto como en las peleas de gallos mismas. Dice José Omar que un camión alquilado con más de 40  galleros se dirigía hacia la valla de Sitiecito, una gran cañada oculta dentro de la maleza en las afueras del pueblo, y fue emboscado por varios carros patrulleros que lo detuvieron y trasladaron a la estación.

En la unidad policial, los galleros fueron  despojados de sus ropas y registrados minuciosamente. Se les decomisó el dinero que llevaban y se les impusieron multas de sesenta pesos. Pero la mayor humillación que sufrieron aquellos hombres fue el sacrificio público de los gallos. Los policías agarraban a los animales por las alas propinándole bastonazos en las cabezas. Los gallos morían de manera instantánea, preguntándose tal vez quiénes eran aquellos uniformados que actuaban de forma tan absurda y qué delito habían cometido para tener un final así.

 

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