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20 de febrero de 2009
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Sin invento no hay país 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Durante los 57 años de república se afirmaba “sin azúcar no hay país”, debido a la gran dependencia de nuestra economía de este producto. A partir de 1959, y en mayor medida a partir de 1990, la frase perdió vigencia para dar lugar a otra que sigue presente hoy más que nunca: “Sin invento no hay país”.

El “invento” y nuestro socialismo criollo son como esos matrimonios mal llevados cuyos componentes no pueden vivir el uno sin el otro, a pesar de que se niegan y, por momentos, hasta se tiran las cazuelas.

Por eso, la reciente redada contra las ilegalidades, el robo, la delincuencia y el vandalismo no deja de otro episodio en la relación de este matrimonio. Se trata de un capítulo repetitivo de la misma novela; que por cierto, va disipándose en la misma medida en que los agro mercados  recobran vitalidad, luego de quedar diezmados por los azotes de los tres huracanes que nos afectaron el pasado año.

Recordemos que tan pronto abandonaron la costa norte Gustav, Ike y Paloma, en Cuba se desató otra ventolera, de igual o mayor intensidad, encabezada por el aparato represivo del régimen en todas sus variantes y componentes: policías, delatores de los CDR, trabajadores sociales, jueces, fiscales, periodistas y otras yerbas.

El punto culminante de tal tsunami represivo fue la Mesa Redonda del jueves 25 de setiembre, con la presencia del Fiscal General de la República, Juan Escalona Reguera. El señor Escalona solicitó sanciones severas a los tribunales de la nación para quienes cometieran delitos relacionados con la sustracción y venta de materiales, especulación con los precios de productos alimenticios, medicinas, desvío de recursos y otros actos similares.

Este fue el preludio de juicios públicos en pueblos y ciudades, arrestos, detenciones con enjuiciamientos improvisados en los mismos centros de detención, decomisos indiscriminados en plena calle a cuanta persona fuera sorprendida vendiendo algo. Víctimas de este tsunami represivo fueron ancianos, discapacitados, jubilados, indigentes y cualquier persona que tratara de vender algo para llenar su barriga.

La situación llegó a tales extremos que los “luchadores” y “buscavidas” hicieron un prudente y necesario repliegue y desaparecieron del escenario público cotidiano, provocando que algún que otro periodista extranjero pensara, al constatar el hecho, que el gobierno había finalmente liquidado el “invento”.

Nada más lejos de la realidad y de las verdaderas intenciones del régimen, que, a pesar de lo que diga, sabe perfectamente que los sueldos que paga el Estado no alcanzan ni para empezar a vivir y que la tolerancia hacia el invento es totalmente imprescindible para la existencia del socialismo insular.

De nuevo, comienzan a escucharse los pregones, aunque con alguna timidez. Con dificultad, pero ya la libra de leche en polvo se va “resolviendo” a 25 pesos, La vendedora de huevos volvió a la capital desde Artemisa, pero ya no toca de casa en casa sino solamente en los hogares conocidos y de confianza, cuyos dueños “no están en ná”. Todo va volviendo a su lugar lenta pero aplastantemente.

En el apogeo de las cosechas de verduras y hortalizas, el tomate se deja ver junto a la col y la acelga. El boniato sigue en primer plano como sustituto del plátano. Todo un poco más caro y difícil de conseguir que antes de los ciclones.

De nuevo se va viviendo y seguimos navegando sobre el lomo de este caimán verde; sobre esta islita cuyas nuevas generaciones no entienden cómo un día un navegante genovés pudo llamarla “la tierra más bella que ojos humanos han visto”.

 

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