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19 de febrero de 2009
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El Día de los Enamorados 

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, febrero, (www.cubanet.org) -El pasado día 14 de febrero los cubanos, como integrantes de la cultura occidental, celebramos el día de San Valentín o Día del Amor sin tomar  en cuenta la famosa canción del grupo musical los Van Van  cuyo estribillo  asegura  que en la Isla “se acabó el querer”.

Cuatro o cinco décadas atrás se le llamaba a la fecha “Día de los Enamorados” porque se refería al amor de la pareja. Luego se aludió al sentimiento amoroso en toda su generalidad y diversidad pasando el 14 de febrero a ser el Día del Amor.
Las cosas en cuestiones del querer han cambiado mucho desde que yo era un jovencito, hace ya medio siglo. Recuerdo que el primer regalo a mi primera novia consistió en un pomo mediano de brillantina Palmolive de 40 centavos y un estuche plástico bicolor de tres jabones Camay que valía un peso.

Entonces me sentí apenado al entregárselo, por lo humilde del obsequio. Hoy  bañarse con Camay o Palmolive es un verdadero lujo al alcance de gerentes de alto nivel o de los que tienen FE (familiares en el extranjero). Sin dudas el cubano, en lugar de progresar, ha retrocedido.

Volviendo a mi primer Día de los Enamorados; temprano en la noche fuimos al cine del barrio acompañados por una tía de ella que nos servía de chaperona. La entrada valía 15 centavos, pero como ese año la fecha coincidía con un  martes, que era día de damas, sólo pagué por mí. Las mujeres entraron gratis. La tía chaperona, que era una persona moderna y por demás alcahueta, se hacía la de la vista gorda, para que nosotros nos “matáramos”, aprovechando la oscuridad del cine.

Hoy, la pareja se ha liberado de prejuicios, ataduras e inhibiciones. El noviazgo, como tal, dejó de existir en Cuba y los padres, generalmente los de la muchacha, le habilitan un cuarto a la parejita o le ceden el cuarto matrimonial. Piensan que es mejor que hagan sus “cosas” en la casa, porque la calle está muy peligrosa.

Pero aunque la manera de manifestarse el amor en la pareja haya cambiado sigue conservando ese impulso innato que mueve a la mutua entrega y que ve en la felicidad del otro la propia. El amor, cuando es de veras no  calcula, se regocija en el gozo del ser amado; no espera recibir nada de la unión, sino a entregarlo todo en aras de la felicidad del ser querido.

Por supuesto que las mil dificultades y esta miseria, condensada por la presión de medio siglo, le han infligido serios golpes al amor en Cuba. Porque la parte oscura y fea del corazón humano es más visible cuando el aguijón de las carencias inocula su ponzoña por las venas de la sociedad. Pero también hay mucha belleza en esos gestos de amor que se alzan entre los demonios de una existencia precaria y seriamente dañada en la espiritualidad.

Me refiero a esas pequeñas cosas; a esos diminutos gestos que van tejiendo el inmenso velo de las cosas grandes y sublimes. Esas que ni siquiera entroncan con el cerebro porque brotan directamente del corazón. 

Hablo de la viejita a quien, aunque vive sola, nunca le falta la taza de café que con cada amanecer le ofrece el vecino; de la mujer que lleva medio siglo sin comer carne por ofrecérsela primero a los hijos y luego a los nietos; de la enfermera de la sala de terapia del hospital, mal retribuida y peor alimentada, pero derramando dulce piedad  sobre el paciente moribundo; del padre que se abstuvo de comer en la fiesta del trabajo y lleva  al hogar la comida intacta  para compartirla con la familia. Son todos signos amorosos del cubano, tanto más   bellos por cuanto brotan en medio de infinitas adversidades.

El querer, dañado y maltrecho, ha librado la misma lucha  por la subsistencia mantenida por los hombres y mujeres integrantes de nuestra nacionalidad. Una batalla desigual contra el desamor y la indiferencia. No sé cuánto se ha afectado la capacidad amorosa del cubano, pero estoy seguro que las reservas en existencia son suficientes para revitalizar los tiempos cimeros del querer criollo, que hacían del cubano un ser admirado por su jovialidad y su noble corazón.

 

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