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17 de febrero de 2009
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Marginal 

Yosvani Anzardo

HOLGUÍN, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - El amanecer lo sorprende de pie. Duerme poco porque es difícil dormir bien en una minúscula habitación construida con pedazos de cartones viejos y zinc. Las rendijas de los techos y paredes permiten que los rayos de sol inunden la choza.

Este hombre vive mal, pero es feliz. Además, son tantas las comunidades de zinc y cartón que se levantan a lo largo y ancho del país que ya es algo normal, y hasta gracioso, porque de vez en cuando los funcionarios de la vivienda y la OFICODA realizan censos y entregan libretas de racionamiento. Después aparecen los policías con equipos pesados, y ¡a bolina papalotes!, derriban todo cuanto encuentran a su paso.

Este hombre llega temprano al basurero porque hay mucha competencia. El trabajo que realiza requiere de cierta especialización, porque hay que saber qué es lo que vale. Las chancletas de goma las compran los zapateros clandestinos, y los artículos plásticos las fábricas de juguetes -también clandestinas-, que pagan en efectivo y los precios son estables.

Las empresas estatales de recuperación de materias primas ofrecen refrescos, caramelos, escobas, frazadas de piso y cosas por el estilo, a cambio de cobre, aluminio, bronce y plomo. Siempre y cuando se pueda probar que el material no proviene del Estado, y que no vas a vender lo que te llevas. De lo contrario, la policía espera a la salida para que rindas cuenta. 

El personaje de este relato es rebelde, nunca le han quitado nada, no se deja humillar, aunque entre tres o cuatro policías lo podrían dominar, encarcelar, desaparecer del mapa. ¿Y después? Este hombre no tiene miedo y nunca se quedará con los brazos cruzados. El mercado de golpizas a domicilio es grande y barato, y pocos son capaces de imaginar el dinero que genera una buena basura. 

Si tuviera más tiempo contaría otras cosas de mi país, que no todo es ilegalidades y marginalidad. Pero ahora mismo no puedo. Hay que atender el surco. Y un detalle: en Cuba los marginales no tienen nombre. Mucho menos apellido.

 

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