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10 de febrero de 2009
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Abuelos milagrosos 

Oscar Mario González 

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - El año 2009 entró en Cuba con un acontecimiento tan estremecedor  para los cubanos como la ventolera de los ciclones Gustav e Ike y sus devastadores efectos: se trata de la nueva posibilidad de obtener la ciudadanía española.

Tal posibilidad se abre para aquellos que tengan un abuelo o abuela españoles, y como acá el que no tiene un antepasado africano lo tiene peninsular, el asunto toca a una parte considerable de la población, que algunos cifran en más de  trescientos mil, y otros en cerca de tres millones de cubanos. De cualquier modo, se requiere documentar la veracidad del parentesco y ello suele tornarse, ocasionalmente, muy difícil.

De aquí que las oficinas de los registros civiles de los 169 municipios hayan salido de la modorra burocrática y de la indiferencia para convertirse súbitamente en las entidades más visitadas por el público. Puntos olvidados de la geografía cubana, llámense Songo la Maya, Cumanayagua o Cacocún, son visitados por algún descendiente a fin de obtener una inscripción de nacimiento o un certificado matrimonial. Cualquier indicio que hable del día y del lugar, del dónde y cuando nació el abuelo.

La tarea no es nada fácil para muchos, pues en vida del abuelo no era frecuente conversar para conocer su origen. No se hablaba mucho con él, y a veces hasta se le arrinconaba en el lugar menos visible de la casa. ¡Quién iba a pensar que un día el abuelo se convertiría en la tabla de salvación de la familia!

Nadie podía pensar que aquel anciano que en fecha lejana dejó patria y familia huyendo del totalitarismo fascista, la despersonalización y la miseria, para venir a la promisoria Perla de las Antillas, hoy sería el vínculo propiciatorio para evadir el infierno totalitario de cuño marxista. ¡Ironías del destino!

Así, mientras 2009  nos invade con su carga de esperanzas, para muchos las colas en derredor de la embajada española se hacen cada día más promisorias

Dicen los cables que la cancillería española aumentó la empleomanía de su embajada en La Habana en correspondencia con la enorme cantidad de personas que a ella acuden en pos de fundamentar la solicitud de ciudadanía. El hecho, en toda su amplitud y profundidad, es comprensible para cualquier habitante de la Isla. Se trata de una buena pasada del destino que abre la posibilidad de alcanzar el sueño dorado de cualquier cubano; sobre todo si es joven: convertirse en extranjero.

Evadir para siempre el martirio de la cárcel gigante. O entrar y salir de ella como a uno le plazca, con pasaporte extranjero, que significa algo así como poder bailar en casa del trompo, o poseer vista de águila en  un mundo de ciegos y tuertos, es como volver a nacer.
                  
La vestimenta extranjera, para ellos, será la ansiada posibilidad de cambiar el traje patrio, viejo e inútil, por el de factura peninsular pues, al fin y al cabo, España es la madre patria y las madres tienen el deber de salvar a sus hijos de las desgracias que los afligen.

 

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