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10 de febrero de 2009
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Papito Serguera

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - La presencia  del ex fiscal y ex director del Instituto Cubano de Radiodifusión, comandante Jorge Serguera, la noche del 13 de diciembre de 2006 en el programa televisivo del cantante Alfredo Rodríguez, fue uno de los detonantes de la tormenta de los e-mails. 

Por aquellos días, en otro programa de la televisión entrevistaron a Luis Pavón, ex presidente del Consejo Nacional de Cultura.  

Fue demasiado. No podía ser casual. Pareció un intento de sacar a los represores estalinistas de los años 70 del plan pijama para quitarles el polvo y rehabilitarlos. Muchos artistas e intelectuales que fueron víctimas de las directivas de ambos comisarios temieron la vuelta de los horrores del Decenio Gris. Entonces estalló la tormenta de los e-mails.  

No fue más que una tormenta en un vaso de agua. Un revuelo en el gallinero de una cultura con comején. Se aplacó nada menos que con el recordatorio por el inefable ministro Abel Prieto de las Palabras a los Intelectuales de Fidel Castro en 1961. “Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”, hubiera dicho Joaquín Sabina. 

Jorge Serguera, de 76 años, murió el 3 de febrero en La Habana. No tuvo honras militares. Lo quemaron,  y la ceremonia fúnebre  fue “estrictamente familiar”. Serguera había pedido que fuera así. Lo decidió como quién no quiere molestar y mucho menos asustar.

Aquella noche, hace dos años, en el programa La Diferencia, Papito Serguera confesó a Alfredo Rodríguez que le gustaban los boleros, las canciones de Paul McCartney, Elvis Presley y el caviar. Declaró también que sólo lamentó no haber cometido mejor sus errores. Porque él no fue el único que cometió errores, advirtió.  

Tenía razón el comandante Serguera. Él, como buen militar, sólo cumplió órdenes. Las cumplió cuando pretendió emular en tribunales jacobinos con el fiscal Vishinsky enviando hombres del antiguo régimen al paredón. También cuando hizo, a disgusto, como castigo por deslices diplomáticos y no siempre como un ogro, las funciones de censor de los artistas de la radio y la televisión entre 1966 y 1973. 

Allá los hipócritas, oportunistas y socarrones que se contentaron con fingir que creyeron que Pavón y Serguera fueron un par de monstruos absolutamente culpables de todos los desmanes del Decenio Gris.  

En realidad, sólo fueron los chivos expiatorios en que recayó el exorcismo de una etapa bien oscura. No importa el empeño y entusiasmo que pusieran en la tarea asignada, Luis Pavón y Jorge Serguera no tuvieron el poder de decidir políticas oficiales. Sólo ejecutaron disciplinadamente las órdenes que recibían “de arriba”. Los tormentosos de los e-mails lo sabían bien. Sólo que fue más fácil y seguro jugar con la cadena, nunca y bajo ningún concepto, con el mono.  

Ahora que Pavón regresó al pijama y el comandante Serguera, que una vez quiso erradicar el vocablo intelectual del idioma de la revolución, se fue discreto al otro mundo, ¿podrán realmente respirar, disfrutar sus premios y dormir a pierna suelta los defenestrados y parametrados del Decenio Gris? ¿Acaso ya no habrá nada que temer?

luicino2004@yahoo.com

 

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