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9 de febrero de 2009
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Remesas para el más allá

Valentina Cueto

LA HABANA, Cuba, febrero, (www.cubanet.org)  -Manolo y Yeyo siempre fueron unos hermanos muy unidos. Crecieron compartiendo ropas, juguetes y golosinas, siempre orgullosos uno del otro. Nacidos con sólo catorce meses de diferencia, actuaban como si fueran gemelos: juntos en la escuela, en las fiestas y, para colmo, hasta se casaron el mismo día. Por tal razón, cuando Manolo, por seguir los pasos de su única hija, emigró hacia Estados Unidos, luego de la despedida de “nunca-jamás”, prometió que jamás abandonaría a su suerte al entrañable hermano.

Una vez en el exilio, Manolo nunca dejó de enviar puntualmente a su hermano una remesa mensual de trescientos dólares, que permitía a la familia de Yeyo satisfacer las necesidades que los salarios cubanos no podían cubrir. Así capearon el temporal de los noventa, comprando lo necesario en las tiendas recaudadoras de divisas, luego que la tenencia de dólares fuera despenalizada por el Estado cubano.

Yeyo, en Cuba, como la gallina de los huevos de oro, era cuidado con esmero por su numerosa familia, donde ya figuraban nueras y nietos. El privilegio de la generosa remesa mensual lo convertía en el patriarca nutricio de aquella gran prole. Pero, a pesar de todos los cuidados y atenciones prodigados, un infarto al miocardio minó su salud. Aunque rebasó “el palo”, ya su vida nunca fue igual.

A Yeyo lo invadió la nostalgia al comprender que podría “mudarse para el otro barrio” sin volver a ver al hermano querido que vivía del otro lado del Estrecho de la Florida. Manolo, por semejantes problemas de salud, también estaba impedido de viajar a Cuba. Los familiares de inmediato comunicaron la enfermedad de Yeyo al tío Manolo quien, preocupado y generoso, aumentó la cuota mensual para que nada faltara a Yeyo en su recuperación.

Un mal día el corazón de Yeyo se cansó de latir y sus restos fueron enterrados con tristeza, y mucha preocupación, por sus familiares. ¿Cómo vivirán sin la mesada del tío?
La familia halló  la solución: su muerte nunca fue comunicada a Manolo, a quien sólo se le dijo que el estado de salud del hermano había empeorado y ahora era tan precario, que las conversaciones telefónicas con el hermano ausente le habían sido prohibidas por el médico, porque podían alterar sus nervios y perjudicar su comprometida salud.

Las remesas enviadas por Manolo continuaron llegando religiosamente y sus llamadas telefónicas, contestadas por hijos y nietos del difunto, le mantenían al tanto del “estado de salud” del hermano.

Tras años de macabra comedia, los hijos del benefactor floridano llamaron un día a la familia de Cuba para comunicarles que su padre acababa de morir.

Los vecinos, sabedores de los tejes y manejes de aquella insólita familia, imaginaban la sorpresa de Manolo, cuando llegara al cielo y encontrara a Yeyo instalado allí y esperándolo desde hacía diez años.

Lo peor es, que salvo los nombres, esta increíble historia cubana es  absolutamente real.

 

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