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9 de febrero de 2009
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Novedad competitiva

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Más que del acecho policial en directo, o de la vigilancia de los inspectores del comercio y los informantes al uso, en estos días los comerciantes sin licencia de La Habana se ven obligados a cuidarse de las denuncias de otros comerciantes.

No es que sea nueva (aquí o en cualquier lugar) la existencia de personas desalmadas que acuden al golpe bajo como un recurso para competir en los negocios. Lo nuevo tal vez sea que en la Isla esta miseria se está convirtiendo en el recurso más usado y efectivo para la competencia.

Desde que alguien pone un pie en la calle con la esperanza de ganar unos pesos mediante el comercio ilícito, debe tener presente que su represor más implacable será quien se dedica al mismo oficio, pero con licencia del gobierno.

El chivateo, que durante los últimos decenios ha empollado cuervos en nuestra identidad nacional, toca fondo con esta nueva tendencia, practicada no por colaboradores a sueldo o por militantes políticos, ni siquiera por esos marginales que suelen intercambiar delaciones por favores de la policía, sino por hijos de vecinos con amable apariencia, incluso tan opuestos al régimen como el que más, pero que no dudan a la hora de ejercer como sus agentes, a cambio sólo de que su competidor desaparezca dejándole libre el mercado.

Es vox populi entre los habaneros de la barriada que en el allanamiento de 79 talleres, 200 fábricas y 167 casas-almacenes, todos ilegales, que la policía dice haber desmantelado en los últimos cinco meses, mucho tuvo que ver el ejercicio de esta novedad competitiva. El régimen pesca en río revuelto.

Tal vez no resultaría tan grave el asunto si Cuba no fuese un país virtual, donde el comercio ilícito no sólo constituye alternativa de supervivencia para quienes lo practican, sino para su clientela, entre la que se cuenta casi toda la población.

No resultaría tan grave si el abastecimiento de los pocos pequeños comercios particulares con licencia que todavía quedan no dependiera casi totalmente de suministradores ilícitos, ya que el régimen no los suministra ni les ofrece alternativas a precios justos, quizá con el fin de empujarlos a la ilegalidad para que así estén a su merced.

No resultaría tan grave si el sistema de comercio estatal fuera capaz de cubrir mínimamente las necesidades del pueblo, o si el estado abriese una brecha, en lugar de cerrarla cada día con mayor hermetismo, para que los cubanos emprendedores resuelvan, mediante la pequeña empresa particular con todas las de la ley, lo que el régimen no ha podido resolver en medio siglo.

Pero todavía mucho más que lo anterior, la práctica del chivatazo como el más usado y efectivo recurso competitivo para los comerciantes de La Habana, no resultaría tan grave si no representara el colmo de un declive moral que amenaza con dejarnos tan huecos por dentro como las cañas bravas.

Hasta hace poco creímos que para dejar atrás el peso muerto de cincuenta años que lastra nuestras vidas, bastaría con salvarnos de la dictadura totalitaria. Pero a la vista de la corrosión espiritual que esa dictadura nos va dejando, quizás habrá que empezar a preguntarse si para ser libres y normales, además de salvarnos de ella, necesitaremos salvarnos de nosotros mismos.

 

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