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28 de enero de 2009
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Plomo contra la Güinera

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Nelson es un niño de 5 años que sufre trastornos neurológicos. Apenas puede dormir por las noches, son muy escasos sus momentos de sosiego y no tiene esmalte en los dientes. Presenta un cuadro clínico ocasionado por exceso de plomo en la sangre. Y muy parecido al suyo es el caso de David, de 7 años. La misma edad tiene Omar Miguel, al que le detectaron el plomo alojado en las vísceras. Mientras que a Anthony, de tres años, el plomo le ocasiona osteoporosis y retraso en el crecimiento óseo.

Son casos tristes. Lo serían aunque fueran los únicos que se han detectado en el barrio La Güinera. Pero no son los únicos. En esta periferia de La Habana, perteneciente al municipio Arroyo Naranjo, existen 8 niños con sus organismos invadidos por el plomo.
En el origen de tal tragedia, provocada por la iniquidad humana, hay una fábrica clandestina de muebles de metal, un aprendiz de mafioso que compra conciencias e impone silencios; hay comportamientos raros por parte de ciertas instancias de la autoridad local, y hay miedo, que gravita sobre los vecinos de La Güinera con más peso que el plomo.

Durante varios años la fábrica en cuestión se ha dedicado a producir muebles y a pintarlos con materias que contienen aleaciones a base de plomo, vertiendo los desperdicios en una zanja que corre a lo largo del barrio.

De poco han valido las quejas, en cuyos detalles las víctimas prefieren no ser explícitas, ya que temen al agresor, un granuja al que apodan El Colorado. Pero de cualquier modo se sabe que estas quejas propiciaron las investigaciones de rigor, tanto en el orden sanitario como ambiental, y que dieron lugar a dictámenes oficiales que confirmaron el carácter contaminante de la fábrica.

No obstante, El Colorado continuó atentando a su antojo contra la salud de los niños. Lo hizo larga e impunemente. Y lo hace todavía, aunque, según afirman algunos temblorosos vecinos, la fábrica de muebles ha sido trasladada estratégicamente a otro barrio cercano, y en La Güinera sólo se dedican a pintar.

No se conocen los métodos y medios que le han servido al infractor para que las autoridades de salud, policiales y de gobierno del municipio no procedieran con la severidad y eficacia que exige su delito. Y asombra el hecho de que los dirigentes locales hayan estado actuando a contrapelo de las recomendaciones y disposiciones de las instancias superiores.

¿En verdad resulta tan sencillo burlar la vigilancia y las medidas de las representaciones estatales dentro de un régimen que todo lo controla y que ejerce el poder absoluto sobre cada centímetro de tierra? ¿Le sería tan difícil a este régimen volver a comprobar in situ la veracidad de los hechos y evitar que continúe propagándose? ¿Se necesitan otras pruebas, además de las aportadas por los especialistas y exámenes médicos, para cambiar el color a El Colorado y la coraza a sus posibles cómplices, enviándolos a la sombra y tras los  barrotes, a ver si dejan de enfermar al hombre nuevo?

 

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