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27 de enero de 2009
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Nada humano puede ser ajeno

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RÍO, Cuba, enero (www.cubanet.org) – Estamos orgullosos de ser seres humanos, pero a veces la vida nos pone a tope y nuestras capacidades de raciocinio son alteradas. Arañamos, gritamos, rugimos y hasta golpeamos; sacamos el animal que llevamos dentro y olvidamos lo que somos. 

Había una vez un policía que se desempeñaba como jefe de orden interior en la prisión de Pinar del Río. Era un tipo terrible a la hora de cumplir sus funciones. Los presos le decían “La sombra”. Caminaba por el barrio y todos lo evitaban, pocos lo saludaban, nadie le hablaba.  

En una ocasión la madre de uno de los presos visitó la casa del policía. La señora solicitaba atención para su hijo enfermo. Era vecina de “La sombra”. Quizás pensó encontrar apoyo del hombre, quien, a regañadientes, la recibió para escuchar sus reclamos. De lo que se habló allí supimos por familiares de la anciana. Mientras hablaban, el policía la interrumpió: 

-No le permito a nadie que venga a mi casa a importunarme cuando no estoy trabajando, y mire, falté a mis convicciones y la he recibido. Somos vecinos desde hace mucho, pero donde empieza el deber termina la amistad. Si su hijo la hizo, debe pagarla. Ahora le solicito que salga de mi casa, me puede perjudicar en el trabajo su visita como familiar de un delincuente. 

Pasó el tiempo y la vida no se detuvo. El policía vivía con su madre. El tipo no tenía esposa, tampoco hijos. 

Una tarde salió de su vivienda casi corriendo. Dicen que lloraba. Algunos vecinos lo rodearon para saber qué sucedía. Entraron en su casa para brindarle la ayuda que solicitaba, y por primera vez no estuvo solo. Al regresar del trabajo y abrir la puerta de la casa, encontró a su madre muerta en medio de la sala a consecuencia de un infarto. 

Después de aquello el hombre ya no fue el mismo. Caminaba por el barrio y no levantaba la mirada, fija en el camino para no encontrar ningún tropiezo. Una mañana alguien lo vio entrar en la casa de la madre del prisionero.

-Vengo a disculparme con usted. Mi madre me rogó mucho para que yo atendiera el caso de su hijo. Me negué todo el tiempo y ella murió sin verme hacer algo por él. Eso no me dejaba ni dormir. Pensaba mucho en usted y en mi madre. El caso de su hijo es como una deuda que cargo. Estoy ahora aprovechando todas las influencias que tengo para ayudar en lo que pueda y poder traérselo, mi vieja. Lo haré, aunque sea lo último que haga antes de dejar mi trabajo. 

-Gracias, mi hijo. Donde quiera que esté Sofía estará contenta contigo, no te preocupes. Tienes en mí ahora a la madre que te falta. Nunca te sientas solo y ven a mi casa cuando quieras. 

 

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