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21 de enero de 2009
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Viajar con reguetón

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Hace unos días esperé a un botero en la avenida 7ma y calle 306, a tres cuadras y media de mi casa. Para llegar a dicha avenida hay caminar por la calle debido a que las aceras están rotas, un mal de muchos años en Cuba. Cando se contemplan las aceras destruidas por el tiempo y el abandono, siempre recuerdo aquella multa de diez dólares que me puso un policía en Montreal, cuando caminaba por una espléndida acera dándole la espalda al tránsito.  

Después de unos minutos de espera, llegó el botero. Así llamamos los cubanos a los autos norteamericanos fabricados en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuyos dueños trabajan como taxistas ilegales, porque verdaderos taxis no hay, salvo para el turismo extranjero.

Mientras dejamos los barrios El Náutico, Querejeta, Ampliación de Almendares, Buena Vista, Kolhy y entramos a la calle 23, en el Vedado (un recorrido de veinte minutos) sentada en la parte trasera del auto, a pocos milímetros de las dos grandes bocinas del carro, el reguetón machaca mi cabeza. Música ruidosa, de estribillos groseros, que podría volver loco a cualquiera.

El chofer, un joven veinteañero, cuenta a los viajeros que le dio una serenata de reguetón a la novia esa madrugada, para que ella y la cuadra entera se despertaran. Así son las serenatas en Cuba. A toda voz, para que la gente pueda comparar aquel pasado racional y hermoso con el presente, si tenemos en cuenta que las antiguas serenatas, eran muy agradables, con guitarras  y boleros hermosos.  

¿Se imaginan lo que significa despertar a media noche con esos ruidos estrambóticos, acompañados de textos irrespetuosos, irrepetibles en este espacio? Para estos personajes que alteran el orden público nocturno, no hay policías ni jefes de sectores. Son, a todas luces, invulnerables, y pululan por todo el país. Tienen patente de corso. 

Casi a punto de bajarme de aquel auto legendario, y ya sin contenerme, le digo al joven chofer mi opinión sobre esa música y esa horrible costumbre de dar serenatas con los altoparlantes de los autos, de madrugada. Lo último que le dije es que se trata de música para personas con el seso hueco.  

El joven me lanzó una mirada asesina y antes de apretar el acelerador gritó a los cuatro vientos: 

-Pues si no te gusta el reguetón, ¡lárgate de Cuba, viejita! 

 

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