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21 de enero de 2009
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Cuba y la lógica

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HAB ANA, Cuba, enero (www.cubane.org) - Cuba comienza donde acaba la lógica. El síndrome de los balseros huyendo rumbo hacia el norte aún flota en la neurona roja de los centinelas de la nación. El secuestro de todo lo que navega levanta marejadas peligrosas en los puestos de mando del país y en las brigadas de vigilancia Mirando al Mar. Todo cubano es considerado un pichón de balsero. Un marinero en tierra hasta tanto no se demuestre lo contrario. Es decir, que muera de viejo sin acercarse a la orilla del mar.

De nada sirve que certifique con original y copia  que no sabe nadar, le tiene miedo al agua, o que es dueño de seis vacas en Jiguaní y de una mansión en el exclusivo reparto Siboney, de la capital. Si es cubano, más allá de su aparente o real situación puede sufrir una veleidad marinera y enrolarse como grumete hasta en la tapa de un ataúd.

Es por eso que los cancerberos de la revolución mantienen bajo constante vigilancia la única neurona sobreviviente del colapso social  del país: la que activa la necesidad de escapar.

Pero lo ilógico está en que consumado el hecho, conducida la balsa hasta Cayo Maratón, concluido el viaje en un Iberia hasta Madrid, alcanzada la nacionalidad de Tonga o Singapur, si el cubano regresa no puede navegar. No importa haya escapado como jinetera o proxeneta del alba, o después de abandonar una misión. Tampoco que haya partido por reunificación familiar. Mientras se encuentre en Cuba, debe considerarse un náufrago en tierra como cualquier habitante del país.

Nada de yates para ir de paseo a Cayo Coco. Cero lancha rápida para recorrer la inmensidad azul de Varadero, o sumergirse y bucear en la barrera coralina de Los Colorados. Ni siquiera podrá montarse en una bicicleta acuática que le permita chapotear con su familia entre las decenas de embarcaciones ancladas en la marina Hemingway.

Pero si logró evadir las restricciones para entrar y salir del país sin ser objeto de retención, el cubano que llega de visita puede bojear en palangana las heroicas aguas de Charco Mono, o sortear en recámara de tractor los saltos de escombros acumulados en las fétidas corrientes del río Quibú. Y hasta puede surfear en las encrespadas aguas de una piscina en el Hotel Panorama. Pero en el mar no. Eso de abierto y democrático, en fin, el mar, no es para los cubanos. Allá los bobos que se lo creen por muy extranjeros que se sientan.

Recuerden que no conviene abusar de las bondades que ofrecen los dueños de la nación. Menos discutir sobre los decretos y leyes hechas para no cumplir. Porque aunque muchos lo duden todavía, Cuba termina donde empieza la lógica.

 

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