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20 de enero de 2009
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Las cuentas del deporte

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Para nadie es un secreto. Cada vez todo se hace más comercial y transnacional: el cine, la música, la literatura. También el deporte. Tan lucrativa y cosmopolita mercancía es un disco de Shakira, los episodios de Star Wars, una novela de Stephen Hawking, como los goles de Beckham o Ronaldinho y las brazadas de Michael Phelps. 

Para aumentar sus ventas, Nike, Coca Cola, McDonald, Evonik y Gazprom patrocinan eventos deportivos. Visa es privilegiada. Se encarga nada menos que de la Copa Mundial de Fútbol y las Olimpiadas. Ambas son marcas registradas. 

En los Juegos Olímpicos de Beijing, la NBC invirtió más de mil millones de dólares en promover sus transmisiones de televisión exclusivas para los Estados Unidos. Para bien o para mal, gústenos o no, la comercialización del deporte es otra de las realidades de la globalización capitalista. Tan inevitable como querer impedir la lluvia o que cada año llegue el invierno. 

El gobierno cubano, paternalista y posesivo, protege a sus deportistas de la mercantilización. Los encierra en una urna blindada. Intuyen conspiraciones y trampas de la mafia y el imperialismo detrás de cada medalla que pierden. Está dispuesto a todo, incluso a perseguir con rancheadores extra territoriales, para evitar que sus atletas se vayan tras los cantos de sirena del Primer Mundo.  

Los mandarines verde olivo se empeñan en que sus deportistas sean a perpetuidad mal pagados amateurs profesionalizados. Chantajeados soldados y propagandistas del régimen que despedidos por discursos dramáticos y grandilocuentes, salen a competir como si partieran a la guerra. Viajan, de la  aséptica burbuja ideológica al mundo exterior, custodiados por un séquito de agentes de la Seguridad del Estado.  

Mientras no prueben lo contrario, todos los deportistas cubanos son sospechosos de deserción. Para integrar selecciones que participen en series domésticas o torneos internacionales, tienen que probar que son incondicionales. Esa es su mayor preocupación. La confiabilidad importa tanto o más que los rendimientos deportivos. 

Se supo que en diciembre las autoridades congelaron la cuenta bancaria en divisas de Eduardo Paret, uno de los mejores torpederos del béisbol cubano. Al parecer, el pelotero se hizo sospechoso. Paret y su esposa viajarían a México para someterse a un tratamiento contra la infertilidad. 

Nos quedamos con las ganas de presenciar en Beijing el duelo entre Liu Xiang y Dayron Robles. El vallista chino se lesionó una pierna y no pudo competir. Sus piernas están aseguradas en millones de dólares. Los camaradas chinos, como parte del socialismo de mercado, también sucumben a las tentaciones del deporte rentado. Robles, por su parte, regresó a La Habana para jurar lealtad a los jefes y aclarar que la carta que firmó por la libertad del Tíbet fue sólo una confusión, un mal entendido. 

Los deportistas cubanos no tienen representantes, cuentas bancarias en dólares, seguros millonarios ni blogs en Internet. No tienen que robar tiempo a sus entrenamientos para sesiones de fotos y comerciales de refrescos en periódicos, revistas o televisión. Sólo se les exige que de vez en cuando reiteren su lealtad al régimen en las entrevistas o algún que otro spot televisivo. O que, tan pronto pisen el aeropuerto de Rancho Boyeros, dediquen emocionados sus medallas “a Fidel y la revolución”. 

Más allá de las nóminas por las que cobran sus salarios, el Estado recompensa con lo que puede. Un auto, una casa, algunas prebendas. O un diploma, las gracias y el estrechón de manos de algún mandamás. ¿Acaso necesita algo más un deportista en Cuba?

luicino2004@yahoo.com

 

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