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16 de enero de 2009
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Los enigmas del poder

Miriam Leiva


LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - El Presidente Hugo Chávez está acostumbrando a la población cubana y la comunidad internacional a ser él quien devele los avatares de Fidel Castro. Resulta paradójico que en la independiente y soberana Cuba sea un extranjero el vocero de un asunto vital para el destino del país. Indudablemente, él ganó un espacio preponderante como alma gemela del Comandante, posible heredero de su impronta que llevó a  Carlos Lage a expresar que Cuba tenía dos presidentes, así como por su papel de salvador de la catástrofe económica con las subvenciones de sus petrodólares.

Que Fidel Castro no participara en las actividades para conmemorar el aniversario 50 del triunfo de la revolución, parecía lógico, teniendo en cuenta su delicado estado de salud, aunque no se emiten partes médicos y siempre rondan incógnitas resueltas con la publicación de fotografías junto a visitantes extranjeros. La última, publicada en ocasión de la visita del Presidente de China denotaba un gran deterioro, a pesar de que su retoque era evidente.

En la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular a fines de diciembre, no se leyó ninguna comunicación  del Comandante, y las Reflexiones firmadas de su puño y letra  desaparecieron. 

En el acto por el aniversario 50 en Santiago de Cuba se pretendió que el hálito del líder histórico inundara los sentidos de participantes y telespectadores. Incontestable resulta el éxito de haber mantenido el poder absoluto durante tantos años, si bien tiene que considerarse a expensas de una rotunda represión. Las loas se centraron en la decisión de continuar por 50 años más. El General Raúl Castro enfatizó las referencias a Fidel Castro.
Pero no pasó inadvertido el escueto mensaje del locuaz máximo líder: “Al cumplirse dentro de pocas horas el 50 aniversario del triunfo, felicito a nuestro pueblo”, fechado el 31 de diciembre y publicado el día siguiente en el periódico Granma sobre una foto junto a Raúl Castro en el antiguo Ayuntamiento de Santiago de Cuba, cuando se dirigió al pueblo en enero de 1959, y donde se efectuó el acto de los cincuenta años. 

Siguieron inusuales y muy publicitados recorridos durante varios días de Raúl Castro por el oriente cubano, así como  sus afectuosos intercambios con el Presidente de Panamá, Martin Torrijos, y de Ecuador, Rafael Correa.  A pesar de las condecoraciones traídas y las constantes referencias, no fueron recibidos por Fidel Castro. Luego, Hugo Chávez anunció que Fidel Castro no se presentaría más en público debido a sus condiciones de salud. 

Aunque con menos estrépito que en circunstancias pasadas durante los dos años y medio de ausencia por enfermedad, los comentarios sobre su eventual deceso han corrido dentro y fuera de Cuba. Posiblemente la cautela responde a los errores anteriores o el convencimiento de que como todo mortal, tiene que seguir el curso lógico de la vida y algún día descansar.

Como prioridad, en el ambiente cubano prima la decepción por el freno que puso Raúl Castro a los cambios estructurales y de concepto prometidos, la búsqueda de solución  a las dificultades y privaciones cotidianas, así como la preocupación por eventuales carencias mayores como resultado de los efectos de la crisis económica internacional sobre Cuba y Venezuela, principal mentor económico, inmerso en tenebrosos entresijos políticos.

El entusiasmo actual de los cubanos se concentra en Barack Obama, cuya toma de posesión como Presidente de Estados Unidos es añorada como si se tratara de un probable salvador, sin que nadie precise de qué manera. La fértil imaginación isleña va desde el origen racial y social de un hombre talentoso, que pudo llegar a la cima del país más poderoso y rico del mundo porque allí hay oportunidades y se reconoce el talento y el esfuerzo, hasta que permita las visitas de los familiares residentes en Estados Unidos  y la recepción sin limitaciones de la ayuda económica que ellos podrían enviar. 

Una parte apreciable de la población presiente que el camino de la normalización de las relaciones entre ambos países pudiera propiciar la disminución de las tensiones dentro de Cuba al privar del pretexto de la agresión extranjera para reprimir, y  favorecer la liberalización interna.  No obstante, las expectativas no pueden volcarse únicamente en las posibilidades del Presidente Obama, sino que un factor esencial serán las autoridades cubanas, según estén dispuestas a negociar con sinceridad. Lamentablemente, en momentos anteriores han creado dificultades insuperables.

Las definiciones en la estructura de poder de La Habana serán indispensables para el avance de la sociedad cubana, así como para  la compostura internacional en general. No se puede decir que 50 años no son nada.  En Cuba el legado ha sido la destrucción.  Es insano proponerse 50 años más en idénticas condiciones.  

 

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