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14 de enero de 2009
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La felicidad de Miguel 

Yosvani Anzardo Hernández 

HOLGUÍN, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Miguel es un hombre de la calle. En la calle duerme. No ha hecho mal a nadie y tiene buenos sentimientos.

A Miguel su familia no lo maltrató de pequeño, ni sufrió privaciones; su padre lo quiso mucho y él percibió el cariño. De niño se manifestaron las características que definirían su vida. Por una parte las matemáticas se le daban muy bien. Siempre le gustó andar pulcramente vestido, y robar en su casa llegó a considerarlo un derecho. De cualquier forma fue una sola de sus características la que definió su vida: la falta casi absoluta de responsabilidad, lo que hizo que jamás se comprometiera con nada.

No fue a la universidad porque nunca respetó horarios ni programas. Se convirtió en un excelente zapatero. De vez en cuando ganaba buen dinero, pero era inestable. La gente siempre quiere saber a qué hora estarán los zapatos que mandó a arreglar, y él nunca ha usado reloj. 

Un día conoció a una muchacha y poco tiempo después se casaron. Cuando necesitaba dinero rápido tomaba un artículo de la casa de la madre (el padre había muerto en un accidente automovilístico). Siempre pensaba reponer lo que hurtaba. Desapareció primero la plancha, después el televisor, la unidad del refrigerador y cuantas cosas pudo vender a bajos precios. Luego la culpa lo atormentaba y comenzó a beber sin medida. Para desahogarse le tomó el gusto a pelear. Sabía hacerlo, por lo que nunca han faltado peleas en su vida. Es taimado, por lo que aprovecha la primera oportunidad para dar una puñalada u otro golpe definitivo.  

Un día se hizo de una pequeña casa, pero fue entonces cuando la mujer con la pequeña que acababan de tener lo abandonó, porque a él cada vez le interesaban menos las cosas. Fue entonces cuando sintió llegar la felicidad, su vida se transformó en un paraíso: no tenía que limpiar, ni bañarse. Vestir bien es una preocupación más, y se decidió a andar en harapos.

Descubrió que es extraordinariamente placentero no tener preocupaciones y simplificar la vida hasta hacerla lo más sencilla posible: dormir a cualquier hora y tener un rincón para hacerlo. Hasta tiene sus ventajas que la gente te mire con una mezcla de lastima y repulsión. Es algo grandioso, pero la felicidad no es eterna.  

El hermano Alberto apareció un día. Miguel se alegró de verlo y casi sin hablar aceptó la ayuda que le ofrecía, no porque la necesitara, sino porque su hermano creía importante lo que estaba haciendo por él. 

La gente en el pueblo decía que Miguel se había puesto así desde que la mujer lo abandonó, pero no era esa la causa de su estado.  

Alberto llevó a Miguel para su casa, le regaló ropas nuevas y lo obligó a bañarse.
-A partir de hoy vivirás conmigo -le dijo.

Pronto llegaron los problemas. La solución fue robar al hermano un reloj y un maletín de ropas, dinero y prendas. Se fue y nadie fue a buscarlo. Volvía a la libertad, a lo que consideraba la felicidad.

No existe la buena o mala suerte, sólo la buena o mala actitud. Lo que necesitamos no es lo que todos queremos, y lo que queremos todos es un poco de amor y respeto.  
La libertad del débil es vivir de su debilidad. Y esa la felicidad de Miguel.

 

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