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Oprobios

José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) – Desde hace más de cien años, y al parecer siempre será así,  recordamos a los ocho estudiantes de medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871. 

Sus nombres completos, de acuerdo con lo asegurado por la doctora Olga Cabrera Valdivia en un congreso de historia realizado en La habana en 1959, eran: 

Anacleto Pablo Bermúdez y González de la Piñera, Alonso Francisco Álvarez y Gamba, Ramón Emilio de Marcos y Medina, Juan Pascual Rodríguez y Pérez, Ángel José Eduardo Laborde y Perera, Eladio Francisco González y Toledo, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal y Carlos de Jesús Verdugo y Martínez. 

Aunque no es exactamente con esos nombres tan completos con los que se les ha estado rindiendo homenaje durante más de un siglo, sí ha sido coincidente a través de distintas generaciones la convicción de que aquello fue un asesinato oprobioso. 

Tan abrumador fue el asesinato, que el gobierno español, al año siguiente, destituyó de sus puestos a algunas de las autoridades responsables del mismo.

Pero además, durante el propio juicio, el capitán español, Federico Capdevila (masón), resguardó  para el futuro la vergüenza de su país al asumir en el juicio la defensa de los estudiantes con extrema gallardía. 

Pero el panorama nacional exigía  la vida de esos jóvenes a través de los integristas españoles vestidos con el uniforme del Cuerpo de Voluntarios. 

La insurrección armada iniciada en octubre de 1868 no podía ser sofocada, y los criollos cada día parecía que se sentían menos a gusto  con la tutela de la Madre Patria. 

Con todo, siempre fue excesivo en extremo condenar a muerte a un grupo de jóvenes por presuntamente haber rayado el nicho del español, Gonzalo Castañón, director del periódico La voz de Cuba. El periodista había muerto el año anterior en Tampa en un duelo con un criollo. 

Esa situación, en el siglo XIX, con gente que quería mantener a la isla siempre fiel a España, un burdo asesinato con matiz político no era tan distante a la época de esos momentos. 

Pero que a finales del siglo XX, en 1994, 42 personas, 11 de ellas menores de edad, sean asesinadas por sus propios compatriotas, sin haber cometido ningún delito, ni real ni hipotético, sólo por querer salir de la isla, como ocurrió con el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, el crimen va más allá de cualquier posible justificación. 
Los cubanos del futuro, las probabilidades son altas, condenarán por siempre ese hecho porque no existía nada con algún matiz de lógica que lo justificara. 

En 1871 las pasiones estaban desbordadas; en 1994, aunque hacia cerca de cinco años que el Muro de Berlín había caído y el comunismo europeo  estaba a punto de  ser arrastrado por el viento, en la isla la situación podía ser calificada de “normal”. 

Si el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina fue horrendo, brutal y absurdo, el hundimiento del remolcador 13 de Marzo tiene el sello de factura abominable. Nadie entre los representantes del régimen ha tratado de salvar su ideología de ese crimen, ni nadie ha sido siquiera censurado de forma pública  por haber instigado el crimen. 

Al parecer, ambos casos, con matices justificativos a la España de 1871, estarán en nuestra historia como muestras de oprobio.

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