4 de septiembre de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Prepárate pa´lo que viene 

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - El huracán que nos azotó el 30 de agosto vino a rebosar la copa del sufrimiento del pueblo cubano, previamente colmada de desdichas que rayan en la desesperanza. Como dice el dicho: “Ahora si le cayó comején al piano”. El propio Carlos Lage lo anunció desde Pinar del Río cuando enfatizó: “Ahora viene un huracán de trabajo”.

Los destrozos causados por Gustav no pueden ser mayores. Su fuerza arrasadora fue tal que a su paso no dejó ni donde amarrar la chiva. Ante la magnitud del daño y el dramatismo ocasionados se agota el diccionario; no alcanzan las palabras.

Sólo el fotoperiodismo es capaz de suplir la insuficiencia del lenguaje con  imágenes que hielan el alma y paralizan el espíritu. Pero cedámosles la palabra a las imágenes y dejemos que hablen por si solas.

En Isla de la Juventud una palma arrancada de raíz descansaba sobre el techo de una vivienda hasta donde fue llevada por la fuerza del viento. Una silla, con estructura de cabillas de acero, fue proyectada con tal fuerza que sus cuatro patas traspasaron una puerta de madera.

Todo un palmar yacente con sus ejemplares desparramados por el suelo y algunas palmas sobrevivientes desmelenadas, cual campo de batalla luego de un combate perdido.


Una estrecha cuartería cundida de trastos viejos donde no se podía dar un solo paso por el impedimento de ladrillos, bloques, pedazos de madera, ventiladores, calzoncillos, palanganas, alpargatas, recipientes y todo cuanto se pueda imaginar en materia de artículos para la diaria subsistencia.

Cuatro “patanas” o naves para el remolque y transportación sacadas del mar por la furia de las olas y arrojadas hacia tierra firme. Pero si trágico fue el balance por la región pinera también lo fue por la provincia de Pinar del Río donde el viento alcanzó mayor fuerza aún, con rachas, según testigos presenciales, de hasta 350 kilómetros por hora.


Las imágenes muestran los angulares metálicos de las torres de alta tensión eléctrica, retorcidos y doblegados cual juguetes infantiles, y, a estas gigantescas estructuras desperdigadas por las cunetas de los caminos (más de 100 torres derribadas, aseveran las autoridades) los postes eléctricos y telefónicos desenterrados, y sus cables sobre el pavimento, humedecidos por las lluvias y empañados de polvo.

Naves avícolas enormes que la fuerza del viento dejó al descubierto, destruyendo las jaulas y lanzando gallinas al aire cual proyectiles vivientes.

Escuelas en cuyo interior se ve el reguero de sillas rotas, pizarras rajadas, mesas desechas, restos de ventiladores. Almacenes, con montañas de sacos de productos a la intemperie, cuyas naves perdieron los techos en lucha desigual contra la furia de Gustav.


Platanales inmensos doblegados sobre el suelo rojizo y palmas caídas con las raíces al viento como muestra de apego a la vida y afán por defenderla pese a todo.

Pueblos y localidades cuyos vecinos de siempre confesaban su asombro al contemplar, luego del paso del ciclón, los restos de lo que fue su pueblo amado. Los Palacios, Consolación, Herradura. Todo ese manojo de caseríos y poblados de la llanura oriental de Pinar del Río; cada uno con su historia, sus penas, alegrías y sueños. ¡Cuánto dolor, muerte y destrucción tras el paso de tan terrible visitante!

Pero lo peor es lo que queda por vivir, lo que viene después del ciclón. Porque si el gobierno proclama que no hubo ningún muerto por el ciclón, y eso es muy bueno, habría que ver  cuántos mueren luego de su paso. Cuántos van a morir con esa muerte lenta y silenciosa que produce la desesperación, el desamparo y la miseria y que, lamentablemente, no aparecerán en ningún otro sitio como no sea en el corazón y el recuerdo de sus seres allegados.

 

 

 

 
 
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