2 de septiembre de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Niños eternos

Lucas Garve 

LA HABANA, Cuba, septiembre (Fundación por la Libertad de Expresión / www.cubanet.org ) -Somos niños eternos a quienes siempre nos dicen lo que debemos hacer en cada caso. Nuestros pasos deben ser dictados por alguien que nos dirija y no saldremos jamás de esta etapa. Pertenecemos a un ente superior: el Estado. Así son las cosas en Cuba.

Acaba de pasar sobre nosotros el huracán Gustav y hemos sido felicitados por portarnos bien.  Si bien no se registraron víctimas mortales en el territorio nacional, una amiga me dice que debe dar ganas de morirse perder lo poco que la mayoría de los damnificados posee.

Del cielo, transportados en esos ángeles de hierro llamados helicópteros, bajan los periodistas oficiales con sus cámaras para recoger testimonios del paso de Gustav y, sin falta,  mostrar la adhesión de las víctimas al   gobierno y a sus dirigentes.

Los reportajes de televisión de las zonas afectadas mostraron cientos de casas destruidas en la provincia de Pinar del Río y la Isla de la Juventud, anteriormente denominada Isla de Pinos. A las claras,  se observaba que las moradas siniestradas eran construcciones de madera bastante frágiles. Junto a ellas, las casas con los techos de placa,  de cemento y cabillas de acero, paredes de bloques de hormigón resistieron los embates del huracán.

Resulta que en esas zonas rurales abundan las casas construidas con materiales poco resistentes. Al mirar las vistas aéreas del reportaje, se hacía evidente la diferencia entre las edificaciones.

Al final del reportaje, indudablemente un mensaje de simpatía y apoyo a la Revolución patentizado por los pobladores de las zonas sirvió de cierre al material audiovisual. La propaganda oficial no deja pasar la ocasión para reafirmar la omnipresencia del Estado en las vidas y la suerte de los pobladores. Todos dependen de las gracias del Estado. Sin su concurso nada será posible, declaran ante las cámaras, a voz en cuello y casi hasta el paroxismo del llanto los damnificados.

Uno de los déficits principales que afectan a la población cubana es el de la vivienda. De las viviendas existentes, el total en mal  o deficiente estado constructivo alcanza en ciertas  ciudades y poblados, cifras mucho más altas que el 50 % del fondo habitacional.


En una morada es muy normal que convivan más de dos generaciones de familiares con todas las consecuencias negativas que eso acarrea. Cuando una familia pierde su vivienda por razones accidentales resulta como si un explosivo detonara en medio del núcleo familiar. La impotencia ante la falta de recursos propios para reconstruir una casa destruida hace más difícil aún la vida de sus moradores. El traslado a un albergue colectivo, la adaptación a la promiscuidad, la pérdida de la intimidad familiar, todo eso contribuye a desequilibrar aún más la existencia de los damnificados.

Los siniestrados deberán esperar por los recursos o la vivienda que el Estado les otorgue. Mientras, sufrirán las tristes consecuencias del desastre con calma y confianza en que serán atendidos, pero ¿cuándo?

 

 

 

 
 
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