22 de mayo de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

Nefasto y un almuerzo mejor es posible (I)

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Si un mundo mejor es posible, un almuerzo también. De nada vale que los países del Primer Mundo se encaprichen en convertir el arroz, la caña de azúcar, el girasol, el trigo, la remolacha y el maíz del Tercer Mundo en biocombustibles para su confort.

Si existe voluntad política, tierra donde sembrar, trabajadores que la cosechen y transporte para su traslado y comercialización, no hay dudas de que las cinco personas que mueren de hambre por segundo y los cerca de mil millones que la padecen a nivel mundial, lograrán poner sobre su mesa un plato de arroz al mes.

Y quién sabe si acompañado por una tortilla, pepitas de girasol al susto, un apetitoso salvado de trigo, ensalada de remolacha, y hasta un jugo de caña que les ayude a una buena digestión.

El hecho de que los habitantes de más de 37 países se hayan amotinado por la inseguridad alimentaria que padecen, es una clara señal de que cuando el hambre aprieta hasta los zapatos sirven como paliativo a la falta de pan.

Y no me refiero de forma literal al Charles Chaplin de La quimera del oro, si no a los  millones de africanos, asiáticos, latinoamericanos y europeos del Este y hasta del Oeste que se han alimentado de polvo del desierto para sobrevivir.

Resultó tan contagioso el atracón de comunismo a escala mundial, que hasta los cubanos decidimos en agosto del 94 comernos el muro del malecón en esos años conocidos como del “Nada por aquí, nada por allá, y nada por ninguna parte”, o Período Especial.

Pero gracias a la voluntad política de nuestro gobierno y a la dieta de faquir que nos impusieron, hoy reventamos de salud en medio de la mar.

Si aclaro esto es porque noto como el mundo se devana los sesos ante la vertiginosa subida del precio de los alimentos.

Hasta el primer ministro británico, Gordon Brown, colocó el alza de los precios  en la agenda mundial para que el grupo de los siete países más comilones del universo (más los rusos que retirarán las sobras), lo contrarresten en la próxima cumbre de julio en Tokio.

Y eso que en el Reino Unido los escoceses tienen que levantarse las sayas para escalar montañas de desperdicios comestibles que obstruyen las calles del país; y las escocesas se ven obligadas a remangarse los pantalones para meter los pies en los ríos de leche y miel que mezclados con whisky inundan cada ciudad desde Glasgow a Edimburgo.

Temor a la falta de alimentos deben tener los pobladores de Casitexingo, Guatemala, que desayunan hojas, almuerzan tallos y cenan hojas sentados en la copa de los árboles de esa hermana nación.

Nada es imposible. Con voluntad política y la tierra cubierta por el marabú se pueden importar cocos de Sri Lanka, tomates de Brasil, papas de Estambul, tabaco francés, pollo norteamericano, pan de Haití, cazuelas de China.

Además, y como si fuera poco, arroz de Viet Nam, ajos de Marruecos, y melones de Canadá, entre los 85 productos que debemos comprar, y que si llegaran a la libreta de racionamiento, esta moriría de un infarto al cartón.

Pero al mal tiempo, buena cara. Y a la falta de comida, un atracón de ron. Nada de pesadumbres porque las tripas suenen un alguito más que lo habitual.

Los disturbios sociales que recorren el universo y los alarmantes gritos de los funcionarios de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), ante la subida de los cereales en un 41 por ciento; los aceites vegetales en un 60, y los productos lácteos en un 83 durante  2007, no es para quitarnos el sueño si se encara esta crisis con voluntad.

En Cuba ni nos va ni nos viene que suban o bajen los precios de los alimentos, porque hace cincuenta años que comemos del regalao, escribimos nuestras deudas en el hielo, o pagamos con tiros de fusil, jeringuillas, cuadernos escolares o entrenadores de pelota y voleibol (continuará).



 

 

 
 
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