20 de mayo de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

Que renueven tretas si de renovar se trata

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Parece que la disidencia interna en Cuba no está tan muerta como anuncia el periódico Granma. Si así fuera, las fanfarrias de la corte no se expondrían al papelazo de continuar vendiéndola como un producto mercenario made in USA, cuando el mundo entero conoce que con su sistema de opresión, su ineptitud y su irremediable obsolescencia, nuestro régimen se basta para generar tantos opositores como habitantes tiene la Isla.  

Pero ya que la oportunidad la pintan calva, ahora exponen como prueba de esa pretendida labor mercenaria, la decisión (tal vez un tanto ingenua o torpe o trasnochada, pero en todo caso libérrima) de tres disidentes cubanos que recientemente fueron a la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana para participar en una videoconferencia con George W. Bush.

No comparto el interés que pueda despertar en alguien de por acá una invitación a conversar con Bush (prefiero los muñequitos de Walt Disney), pero menos  estoy dispuesto a dejarme tomar el pelo por quienes incurren en la manipulación de tal simpleza presentándola como un delito de conspiración contra la patria.

Habrá que repetir una vez más que si el régimen aspira a convencer al mundo de que realmente está cambiando. Aún cuando se trate de pura cosmética para conservar el poder, muy bien le convendría la renovación de su discurso y de sus tretas.

Y justo entre sus discursos más rancios y sus tretas menos creíbles sobresale la mentecatez de presentar a nuestros opositores pacíficos como una banda de agentes dirigidos y pagados por una potencia extranjera, acusación poco seria y sobre la cual no han sido capaces de airear honradamente ni una prueba.

Cosa bien diferente es que el régimen, cuando teoriza sobre la necesidad de eliminar actitudes y prácticas que le condujeron al desastre, continúe creyéndose dueño de nuestras vidas, con jurisdicción reservada para disponer con quiénes conversamos, para controlar cada decisión privada, incluso para prohibir el derecho a equivocarnos en materia de simpatías que son soberanamente personales.

¿Acaso alguna vez nuestros mandamases nos pidieron opinión sobre su cálida y proverbial amistad con genocidas como Saddam Hussein? ¿Nos han preguntado en alguna ocasión si nos parece chévere o si en cambio nos repugnan y nos aterrorizan sus ya viejos y muy bien conocidos contubernios con los asesinos, secuestradores y narcotraficantes de las FARC de Colombia?

 

 

 

 
 
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