19 de mayo de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

Mitos de la república (I )

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Con la república que se inauguraba el 20 de mayo de 1902 nacían, entre otros, dos grandes mitos. Estas leyendas irían cobrando cuerpo durante las primeras décadas del siglo XX, acompañando nuestra vida republicana de modo permanente hasta convertirse en preceptos ideológicos y brújula del ejercicio del poder político luego del primero de enero de 1959. Estos mitos eran:

-Las imperfecciones de la república se debían a la ausencia de los principales próceres independentistas caídos durante la contienda.

-Todos los males de la república eran debido a los norteamericanos o a los imperialistas yanquis, como gustaba decir la izquierda. Los yanquis impedían gobernarnos adecuadamente.

La falta de un líder o guía como causa de todos los males llevaba implícita la necesidad y la posibilidad de un caudillo o Mesías idóneo para conducir la nave nacional a feliz puerto. Esta añoranza, este sueño sólo realizable a través de un salvador, por disparatado que pudiera parecer, no es privativo de Cuba. Está implícito en la mitología política latinoamericana creadora del caudillo regional.

El modelo ejemplarizante de tal personaje vino a ser José Martí. Ello se expresaba en los versos cantados a ritmo de habanera cada viernes, durante las celebraciones del beso de la patria en las escuelas públicas del país

Martí no debió de morir,
ay de morir.
Si fuera el maestro del día
otro gallo cantaría,
la Patria se salvaría
y Cuba sería feliz.

Por ello al guerrillero en jefe le fue fácil adueñarse de la simpatía popular no sólo de las capas más menesterosas, siempre propensas al fanatismo y a la idolatría, sino de la intelectualidad. Porque en realidad la masa humilde de la población no es la que crea estas leyendas sino que tales ficciones vienen traídas de las manos de los intelectuales. Es esa clase intelectual, que salvo honrosas excepciones ha sido tan dañina a Cuba, la que creó la idea del mesianismo como solución a los males de la patria, como requisito único e indispensable para la felicidad de Cuba.

Fue así como los generales independentistas José Miguel Gómez y Mario García Menocal gobernaron cual verdaderos caudillos aunque, justo es decir, con arreglo y suficiente apego a la débil y recién nacida institucionalidad y con la credibilidad personal mermada por el ejercicio del juego político.

La sociedad civil tendría que esperar al gobierno democrático de Alfredo Zayas para emerger como fuerza indispensable y renovadora, cuyo ritmo ascendente tendría que salvar los escollos del machadato para luego caer en las manos del sargento, mayor general, presidente y dictador Fulgencio Batista.

No faltaron hombres que, desde una posición pacífica, enarbolaran las enseñas de la justicia y el progreso, como los líderes del autenticismo, para después, durante el ejercicio del poder político, faltar a la promesa y decepcionar al ciudadano.

Sin duda la última esperanza del pueblo fue la figura del líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), Eduardo Chibás, dotado de los atributos preferidos por los criollos y devenido salvador de la patria: demagogo, buen polemista, honrado, valiente, dado a la promesa y muy apasionado.

Pero Eduardo Chibás no era un hombre de acción y este ingrediente, sin ser indispensable, era un complemento en la figura del caudillo, del Mesías revolucionario. De cualquier modo un pistoletazo suicida de agosto de 1951 puso fin al enamoramiento popular.

El culto a la violencia en el cual se había educado el cubano unido a su propensión al machismo le hacía concebir al caudillo como un tipo duro, de fusil al hombro, canana al pecho y granada en la cintura. Ese era el Comandante. El asaltante de la fortaleza militar, navegante del estrecho marino y tirador de tiros en montes y quebradas.

 

 

 

 
 
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